Introducción
Las Guerras Médicas fueron una serie de conflictos bélicos que enfrentaron al imperio persa de la dinastía aqueménida contra las ciudades-Estado del mundo griego a lo largo de la primera mitad del siglo V a.C. Las conocidas como primera guerra médica y segunda guerra médica corresponden a los dos intentos de invasión persa del territorio griego, entre el 492-490 a.C. y el 480-479 a.C., respectivamente. Algunas de las batallas más famosas de la Antigüedad tuvieron lugar en estos años, como la de Salamina, Maratón o las Termópilas. El final de los conflictos llegaría en torno al año 449 a.C. con la Paz de Calias. Ahora estudiaremos sus causas, empezando por la revuelta jónica.
La revuelta jónica
Los griegos de Jonia
Darío I fue el primer rey persa que pisó suelo europeo al realizar, con diferentes resultados, varias campañas contra los escitas y los tracios. Estas expediciones despertaron en el soberano aqueménida la curiosidad por la cultura occidental y helénica, por lo que la revuelta de Jonia que se produjo en uno de los límites de su imperio fue la excusa perfecta para enfrentarse directamente a los griegos.
Como os conté hace un par de semanas, el auge del imperio persa comenzó con el reinado de Ciro II el Grande (559-530 a.C.), perteneciente a la familia de los Aqueménidas. Entre otras muchas acciones, Ciro había derrotado al rey Creso de Lidia en el 546 a.C., por lo que el imperio que éste tenía en península de Anatolia pasó a manos de los persas, incluyendo las ciudades griegas de Jonia, en la costa oeste de la península. A partir de este momento, el descontento entre los griegos fue cada vez mayor: los impuestos fueron aumentando progresivamente, y estaban muy disgustados con el sistema de gobernantes títeres que manejaban la región en nombre de los sátrapas.
Aristágoras de Mileto
La revuelta jonia tiene un protagonista claro, Aristágoras, tirano de la ciudad de Mileto. Con la esperanza de anexionarse la isla de Naxos, este personaje muy ambicioso convenció a los persas de que se unieran a él con el fin de someter a todo el archipiélago de las Islas Cícladas y quizás de pasar a la Grecia continental después. Sin embargo, al fracasar su plan, dio la espalda a los persas y encabezó la revuelta entre los griegos de Jonia iniciada en el 499 a.C. Tras renunciar al puesto de tirano y aceptar un cargo institucional, se propuso liberar todas las ciudades jonias del yugo persa y de los gobiernos tiránicos. Y en gran medida consiguió su objetivo, tanto que las ciudades rebeldes empezaron a acuñar una moneda propia.
Consciente de la represión persa que caería sobre ellos, Aristágoras intentó conseguir el apoyo militar del rey Cleómenes de Esparta, de los atenienses y de otras potencias. A pesar de que los espartanos le negaron su apoyo por temor a una revuelta de los ilotas si se aventuraban a una campaña militar demasiado larga fuera de su territorio, los atenienses se mostraron más abiertos. Finalmente, los atenienses acabaron enviando veinte naves y los eretrieos, por su parte, enviaron cinco, lo que en total suponía unos 2000 hombres, aproximadamente.
Como es evidente, Atenas no acudía a esta campaña solo por ayudar a las ciudades jonias, sino para cubrir sus propios intereses también: por un lado, les inquietaba la posible alianza que pudiera hacer Hipias el tirano pisistrátida con los persas para restablecer su poder en Atenas, y por otro lado, no estaban dispuestos a renunciar a los grandes recursos naturales que explotaban en el Mar Negro, que ya estaba rodeado de territorios persas.
Como era de esperar, la rebelión de los jonios acabó con una gran derrota naval en las costas de Lade, isla cercana a Mileto, en el año 494 a.C. No obstante, Atenas había abandonado el apoyo a la sublevación mucho antes, después de haber incendiado la capital de la satrapía de Lidia, Sardes, en el año 498 a.C. Esta victoria persa no solo se debió a la incuestionable superioridad militar persa, sino también a otros factores, como la campaña de propaganda en favor de los persas que hicieron los tiranos derrocados por Aristágoras, o la defección hecha por las islas de Samos y Lesbos.
Consecuencias de la revuelta jónica
Como consecuencia de la derrota de la revuelta jonia, los persas arrasaron la ciudad de Mileto, esclavizaron a sus mujeres y niños, y deportaron a los varones a la desembocadura del Tigris. Así llegó el final de Mileto, una de las ciudades más cultas del mundo griego, patria de personajes destacados como los filósofos Tales, Anaximandro, Anaxímenes o el geógrafo Hecateo.
Mientras tanto, Atenas, consciente de que en un futuro próximo podía correr la misma suerte de Mileto, comenzó a prepararse para la guerra contra los persas bajo la dirección de Temístocles, un político que había sido nombrado arconte recientemente con el apoyo de las clases bajas. Alabado por autores tan relevantes como Tucídides, Temístocles emprendió la fortificación de los tres puertos del Pireo y su transformación en una gran base naval y comercial. La guerra contra el imperio persa de Darío I estaba a punto de comenzar.
Bibliografía
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