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CRÍTICA DE «INDIANA JONES EN BUSCA DEL ARCA PERDIDA»

Artículo sobre Indiana Jones en busca del arca perdida escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia

Crítica de Indiana Jones en busca del arca perdida

Sorpresa, sorpresa. ¿En busca del arca perdida en un espacio dedicado a cine histórico? ¿Alguien equivoca los conceptos, se ha tomado una copa de más o ha recibido la picadura de la mosca tse-tse? Nada de eso. Por supuesto que ningún arqueólogo con sombrero y látigo se peleó con los nazis por quedarse con el Arca de la Alianza. Al menos que sepamos, porque lo cierto es que el régimen hitleriano sí que buscó por todo el mundo determinadas reliquias de tipo esotérico y sí que hubo un personaje que se ajusta al protagonista de la película de Steven Spielberg. O sea, que algo de historia hay. Vamos a ver todo esto con un poco más de detalle.

Antes de nada, por si algún improbable despistado no ha visto En busca del arca perdida, le reseño una breve síntesis para que se meta en situación, advirtiéndole, no obstante, de que lo que tiene que hacer es sentarse en el sofá ante el DVD ya. Indiana Jones en un arqueólogo que recibe un extraordinario encargo de los servicios secretos de EEUU: adelantarse a los nazis, que están excavando en Egipto para desenterrar el Arca de la Alianza, aquella que, en tiempos de Moisés, construyeron los judíos para guardar los Diez Mandamientos entregados al patriarca por Yahvé y que Hitler pretende usar como arma de destrucción masiva, como habían hecho los judíos para conquistar Canaan y Jericó.

Cartel de la película «Indiana Jones en busca del arca perdida»

Nazis, reliquias e Historia

¿Es creíble que el nazismo perdiera el tiempo en semejante cosa? Por sorprendente que parezca, sí. El pangermanismo exacerbado que practicaba chocaba con una dura realidad: en la Antigüedad, lo que luego sería Alemania se reducía a un territorio boscoso poblado por tribus bárbaras y atrasadas que apenas dejaron huella de su paso; ni arquitectura ni arte ni filosofía ni nada remotamente comparable a Grecia o Roma, por ejemplo.

Por eso el nazismo absorbió conceptos ajenos y los adecuó a sus intereses: el mayor fue el de la raza aria, un concepto pseudocientífico basado en un error lingüístico y hoy superado, aunque entonces estaba en auge y fue empleado errónea o torticeramente; pero hubo otros, desde las leyendas de las culturas nórdicas (mitología, runas) a la adopción de símbolos universales como propios (la cruz gamada) y muchas cosas más.

Recreación del aspecto que tendría el Arca de la Alianza

La Sociedad Thule, por ejemplo, centrada en aspectos ocultistas muy en boga, buscaba pruebas de la ancestral raza aria pre-indoeuropea, que tendría su origen en alguno de los polos, en un mundo subterráneo o, peor aún, en la estrella Aldebarán. Fruto de su trabajo en esos temas, también organizaba expediciones arqueológicas, etnológicas y antropológicas por todo el planeta (¿recuerdan la película Siete años en el Tibet?).

No sólo eso sino que en 1935 se creó una Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana llamada comúnmente Ahnenerbe y dependiente de las SS. Entre los objetivos se incluía robar obras de arte y crear una religión alternativa al cristianismo. También, y esto es lo que interesa aquí, encontrar y llevar a Berlín determinados objetos con presunto poder espiritual, como la lanza de Longinos (el legionario que remató a Cristo en la cruz) o el Santo Grial (Himmler lo buscó personalmente durante su visita a España rebajando el valor verdadero que tenía en la leyenda, más metafísico).

Logotipo de la Ahnenerbe

El Arca de la Alianza viajó, pues, con el pueblo hebreo durante la segunda parte del Éxodo. Yahvé le dio a Moisés las medidas exactas que debía tener y su aspecto, tanto el de la caja en sí (de madera de acacia y forrada de oro, decorando la tapa dos querubines enfrentados con las alas extendidas) como de los brazos insertables para su transporte.

No se sabe cómo era exactamente pero, siguiendo la descripción de la Biblia, casi todas las reconstrucciones tienen cierto parecido; la de la película está basada claramente en un cuadros decimonónicos del pintor James Tissot. El arca se guardó guardó en el Templo de Salomón, en Jerusalén, y ahí se pierde todo rastro de lo que pudo pasar con ella. Las teorías sobre dónde podría estar son tan variadas como esperpénticas.

En busca del arca perdida

La idea inicial para el film partió de George Lucas, director de La guerra de las galaxias, cuando aún era un principiante: un intento de recuperar el estilo de los antiguos seriales televisivos de aventuras al que su amigo Spielberg le propuso añadir las gotas exóticas de la ambientación de las historias de James Bond. Lucas escribió un proto-guión de sesenta páginas en colaboración con Philip Kaufman, cineasta que había dirigido ya algún éxito como La invasión de los ultracuerpos y que fue luego desarrollaría su propia carrera haciendo maravillas como Elegidos para la gloria.

Fue él quien tuvo la idea del arca pero el guión propiamente dicho correspondió a Lawrence Kasdan, que acababa de firmar el texto del Imperio contraataca y posteriormente también dirigiría películas, como El turista accidental, Silverado o la espléndida Fuego en el cuerpo.

Uno de los cuadros de James Tissot referentes al Arca de la Alianza

Aprobado el guión, que ya especificaba algunos detalles significativos (la imagen de Indy, copiada de la que lucía Charlton Heston en El secreto de los incas; el látigo, sacado de los héroes de los citados seriales; el nombre mismo del personaje, que era el del perro de Lucas…), tocaba buscar actores; algunos nombres que se barajaron son para echarse a temblar (Tom Selleck, John Travolta) pero al final el papel fue para Harrison Ford, no sin ciertas reservas por su parte.

Ford aportó numerosas ideas y la divertida escena en que dispara con desgana sobre un egipcio que le amenaza con su cimitarra fue cosa suya porque así se evitaba rodar una pelea con él y podía irse a descansar, ya que estaba enfermo de disentería. Todo el rodaje estuvo quejándose del sombrero, que se le caía continuamente y había que sujetárselo a la cabeza, dicen, con tachuelas.

Los trabajos duraron catorce semanas. Spielberg tuvo libertad absoluta -Lucas, productor, sólo se acercó para sustituir personalmente al director de la segunda unidad, que también enfermó y hubo que evacuarlo- y por primera vez consiguió terminar en un tiempo inferior al previsto, sin salirse de un presupuesto que ya de por sí era bastante elevado. Y eso que hubo dificultades de sobra por la multitud de escenarios (Perú, Túnez, Hawai, Francia e Inglaterra), las escenas con animales (por cierto, Ford contó que quien dio más quebraderos de cabeza no fueron las tarántulas ni las serpientes sino el mono, al que tildó de “repulsivo e insufrible”), la inclusión de efectos especiales o el rodaje de alguna escena especialmente complicada (en la memorable pelea del camión, por ejemplo, se emplearon dos semanas enteras).

Harrison Ford caracterizado como Indiana Jones

El resultado fue un éxito de taquilla y de crítica. En los Óscar perdió ante Carros de fuego (Mejor Película) y Warren Beatty (Mejor Director), si bien la mayor injusticia fue no premiar la legendaria música de John Williams. No obstante, se llevó cuatro estatuillas técnicas y dio origen a una tetralogía que, parece ser, pronto será pentalogía; también a diversas imitaciones, unas peores que otras.

Antes de concluir, hay que desvelar la otra referencia histórica de la que hablaba al comienzo, la de la base real de Indiana Jones. Apunten este nombre: Roy Chapman Andrews. Un paleontólogo, naturalista y aventurero estadounidense que entre 1922 y 1939 dirigió cinco expediciones por la estepa mongola en busca de fósiles para el Museo de Historia Natural de Nueva York, en el transcurso de las cuales tuvo que afrontar múltiples peligros: tormentas de arena, bandidos del desierto, inundaciones… Chapman, que fue el descubridor de varias especies (como el velociraptor), usaba un característico sombrero de fieltro y revólver. Le faltaba el látigo, eso sí, pero el parecido es innegable.

Fotografía antigua de Roy Chapman Andrews

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.


       Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.

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