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CRÍTICA DE «MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS»

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

Pocos personajes reúnen sobre sí mismos versiones tan diferentes -opuestas incluso- como George Armstrong Custer. De la glorificación hagiográfica que Raoul Walsh le dedicó en Murieron con las botas puestas (They died with their boots on, 1941) a la caricatura impía firmada por Arthur Penn en Pequeño Gran Hombre (Little Big Man, 1970) va la misma distancia que marca el contexto histórico: cuando se estrenó la primera, EEUU estaba en pleno período prebélico (Pearl Harbor fue atacado a finales de ese año) mientras que la segunda tuvo como telón de fondo esa década setentera en la que también había una guerra pero muy diferente, la de Vietnam, en la que las simpatías desplazaban al cowboy en favor de las reivindicaciones indígenas.

En realidad ninguno de los dos filmes se aproxima siquiera a una visión histórica, como tampoco otros que tocaron el tema (La última aventura del general Custer, La gran matanza sioux…), habiendo de esperar hasta 1991 para encontrar el más fiel a los hechos: Ésta es nuestra tierra (Son of the Morning Star). La cuestión es si hay que elegir entre la historicidad de ese trabajo, dirigido insulsamente por Mike Robe y protagonizado por Gary Cole como Custer y Rosanna Arquette como su esposa Libby, o, por contra, quedarse con el espectáculo cinemtográfico que los espléndidos Errol Flynn y Olivia De Havilland colocaron en la historia del cine con letras de oro.

Errol Flynn en «Murieron con las botas puestas»

Cuando aceptó el papel, Flynn ya era el héroe de la pantalla por excelencia, pues tenía en su currículum otros memorables títulos como El capitán Blood, Robin Hood, La carga de la Brigada Ligera o El Halcón del Mar. Incluso Camino de Santa Fe, en la que su compañero de reparto, un joven Ronald Reagan, interpretaba precisamente a Custer. Todas ellas, eso sí, a las órdenes de otro director, Michael Curtiz, que primaba sobre todo la acción y el espectáculo. Con Walsh sus roles se vieron enriquecidos y un buen ejemplo fue ese Custer que parecía escrito a su medida.

Y aquí retomo lo que comentaba al principio, porque el famoso militar no era -ni mucho menos- el psicópata sediento de sangre que se suele describir, ni el desequilibrado mental de Pequeño Gran Hombre; tampoco el noble, abnegado e incomprendido soldado de honor que muestra Murieron con las botas puestas, claro. Lo cierto es que no resulta fácil describir la extraña y compleja personalidad de Custer. Flynn lo interpreta ora con ese característico humor suyo que se plasma en algunas escenas casi de comedia (como su llegada a West Point emulando ingenuamente a Murat o el encuentro con su futuro suegro a través de un artilugio óptico), ora con nervio, con brío casi inhumano (como cuando ordena cargar una y otra vez contra los sudistas y les vence a costa casi de sacrificar a toda la caballería -algo que fue real- o cuando captura personalmente a Caballo Loco -encarnado por Anthony Quinn- para terminar dejándole ir con buenas palabras -un capítulo inventado-).

Errol Flynn y Olivia de Havilland en «Murieron con las botas puestas»

Custer no se empleó en las Guerras Indias con un odio especial hacia su adversario y, de hecho, mostró mayor comprensión hacia él que la sociedad estadounidense de su tiempo, autoconsiderada más civilizada y, por tanto por encima de unos salvajes que impedían la expansión y el progreso del país. Por contra, admiraba la independencia y el coraje de los indios y en un ensayo que escribió en 1858 lamentaba que se les condenara a la extinción, aunque ello no fuera óbice para detestar también su barbarie y, por ello, cumplir con su deber. Contradictorio personaje, pues, que parecía difícil de describir y quizá por eso cada tribu le puso su propio mote: Rizos, le llamaban los soldados; Hijo del Lucero del Alba los dakotas; Cabellos Largos parece que fue sólo en el imaginario popular.

Y es que ¿qué sabemos de Custer a ciencia cierta, más allá de la miríada de tópicos que le envuelve? Medía 1,82 m., era rubio de ojos azules y Lincoln dijo de él que era “el hombre más meláncolico y más agobiado por las preocupaciones” que jamas había conocido. A la vez, demostraba ser colérico, duro, implacable a veces, inquieto, incansable… En una ocasión negó tajantemente ser impetuoso ni impulsivo y su esposa le describió en su libro Boots and saddles a medio camino entre la verdad y la admiración. Excéntrico desde luego: lo mismo desviaba la marcha de una columna para evitar aplastar un nido de aves que perseguir a tiros a Cuchillo Sangriento (su explorador crow) por un enfado o se adelantaba unas jornadas a sus hombres durante un viaje de regreso al fuerte para poder estar lo antes posible con su mujer. Y era de los pocos militares -poquísimos realmente- que no probaban el alcohol; lo dejó de forma radical tras una borrachera que le puso en evidencia, igual que dejó de decir tacos, todo por respeto a su mujer.

Uno de los fotogramas de la película

Todos estos aspectos tan diversos quedan reflejados más o menos en la película pero siempre con ese trasfondo optimista y agradable del ingenuo que tiene que enfrentarse una y otra vez a la adversidad o la mediocridad de otros. Por ejemplo Ned Sharp (Arthur Kennedy), el artero agente comercial, que el autor del guión, Aeneas MacKenzie, introduce en la trama como antagonista llevando esa enemistad a cuando ambos personajes coincidieron en West Point y al que, al final, Custer emborracha para llevárselo a la fatídica jornada de Little Big Horn; “al infierno o a la gloria” según el general. Nadie lo puede sentir si recuerda cómo al abrir el bar en el fuerte, contraviniendo la orden, emborrachó a los soldados y arruinó el desfile previsto humillando a su a Custer; o cómo vende armas a los indios. Porque,contra lo que se suele decir, Murieron con las botas puestas es una de las películas más respetuosas con la imagen de los indios que se han hecho.

Cartel de la película «Murieron con las botas puestas»

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

Para saber más

Crítica de “Murieron con las botas puestas” (II)

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       Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.

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