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CRÍTICA DE “MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS” (II)

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

Realmente, los sioux estaban ya contra la espada y la pared. Las matanzas de bisontes, las derrotas continuas ante los wasichus (nombre despectivo que daban a los blancos) y la concentración en reservas míseras no auguraban nada bueno. Por eso cuando se descubrió oro en las Colinas Negras, territorio que se les había cedido por ser suelo sagrado para ellos, y se planteó de nuevo su traslado, dijeron no y desenterraron el hacha de guerra. Todas las tribus de la gran familia sioux se reunieron para combatir: cheyennes, dakotas, arapahoes, lakotas… El gobierno envió tres columnas que debían confluir para enfrentarse a los indios de forma conjunta. No estaba previsto que Custer formara parte pero al final consiguió que le devolvieran el mando del 7º de Caballería e incorporarse a la campaña. En la película se muestra una emotiva entrevista entre el personaje y Ulisses Grant en la que el primero convence al presidente apelando a su solidaridad militar, pero es un recurso más de guión porque Grant concedió aquella gracia -que no la audiencia- a regañadientes, por petición de los otros mandos, sabedores de que su compañero acreditaba amplia experiencia contra los indios.

Cartel de la película

El 26 de junio de 1876, los exploradores crows informan a Custer de que han descubierto el campamento sioux en la ribera del río Little Big Horn. Según las órdenes recibidas, el 7º no debía enfrentarse en solitario al enemigo sino fijarlo y esperar la llegada del grueso de las fuerzas. Custer, contra lo que se dice, no se lanzó impulsivamente al ataque y él y sus oficiales estuvieron cerca de una hora observando el lugar con un catalejo; no consiguieron vislumbrar guerreros y dedujeron que habían salido de caza o a enfrentarse a los soldados, dejando sólo a mujeres, niños y ancianos. Era una oportunidad de oro para caer sobre ellos, hacerlos prisioneros y obligar así a a rendirse a los demás, tal como ya había hecho en Washita. Por tanto, dividió a sus hombres en tres columnas (más una cuarta que dejó vigilando el tren de suministros) y se dispuso a cargar.

Errol Flynn y Olivia de Havilland en «Murieron con las botas puestas»

Pero se equivocaba. Primero, los guerreros no estaban ausentes sino en sus tiendas, sometiéndose a un ritual de purificación. Segundo, había muchos más de los que se estimaba y nadie se percató de ello porque un meandro del río ocultaba la mitad el campamento, que era enorme. Por eso la carga del mayor Reno, que atacó en paralelo al curso fluvial, se vio violentamente detenida por una ingente masa de enemigos, algo parecido a lo que le pasó a la columna que mandaba el propio Custer, que había dado un rodeo para pillar a los indios por detrás y en vez de eso se encontró de golpe en medio del poblado. Reno perdió los nervios y tuvo que atrincherarse en una colina con los supervivientes mientras su superior (que hasta ese día nunca había recibido más que rasguños) caía ante miles de adversarios que, guiados por Caballo Loco y Gall, le habían cortado la retirada y envuelto fatalmente.

Cuadro de principios del siglo XX representando la batalla de Little Bighorn

La película lo cuenta de forma muy distinta, en clave de sacrificio: Custer ordena atacar, a sabiendas de que será un desastre, para salvar de una emboscada mortal a las tropas de infantería (“ineficaces contra los indios”). Su última resistencia está rodada de forma tan épica como teatral, concediendo a los sioux una astuta táctica preconcebida, que en realidad no existió sino que fue improvisada, y con el personaje mostrando su imagen más iconográfica: al pie de la bandera con su característica chaqueta de flecos, el sable en la mano y sus rizos dorados al viento (detalles estos últimos erróneos porque los sables se habían dejado en los carros para que el ruido que solían meter al cabalgar no alertase a los indios y porque Custer se había rapado al iniciar esa campaña).

Errol Flynn en «Murieron con las botas puestas»

Así terminó aquel personaje que, en contra de lo que dice el filme, no tenía pretensiones políticas pero  fue elevado a los altares como un heroico mártir. Los indios lo vieron de otra forma: su cadáver fue el único no mutilado por los rituales indígenas, con excepción de la perforación de los oídos para que la próxima vez escuchara bien las advertencias hechas en las incumplidas negociaciones de paz previas. Si toda su vida se cuenta con la partitura musical del magnífico Max Steiner la cosa queda mejor todavía; claro que, para ello, el maestro contó con una pieza emblemática como Garryowen, una marcha irlandesa que Custer adoptó como seña de identidad del regimiento y que éste adopta  entusiásticamente en la película con una de las mejores elipsis de la historia del cine: en una sucesión de planos diferentes, primero unos soldados la tararean al acordeón en un momento de ocio; luego se les unen otros; a continuación ya está también la banda de música; se pasa entonces a toda la tropa cantándola y tocándola al unísono para, finalmente, sobreponerse las imágenes del regimiento desfilando en perfecto orden a ese ritmo y mostrando así cómo su coronel lo ha transformado en un cuerpo de élite.

Uno de los fotogramas de la película

Claro que si hablamos de escenas memorables no se queda atrás la de la despedida de Custer y su esposa: él rompe disimuladamente la cadena de su reloj para dejárselo a Libby, intuyendo que no volverá; pero ella también capta esa premonición y aunque la disimula, tras las hermosas palabras de su marido (“Adiós… Pasear a su lado por la vida fue muy agradable, señora”) y su marcha, no puede evitar desvanecerse. No es la única escena a resaltar porque Murieron con las botas puestas está plagada de ellas: el divertido encuentro entre ambos durante una guardia -cuando era cadete- en la que no puede hablar; los honores dispensados a los cadetes sureños de West Point cuando abandonan la academia para unirse al ejército del Sur al son de Dixie; el nombramiento de Custer gracias a que cede el último plato de cebollas de un restaurante al general Winfield Scott; la borrachera descomunal del regimiento que descredita al protagonista ante sus superiores, la charla sobre la gloria de Custer y Charp entre trago y trago… El rodaje mismo (en un lugar tan diferente a Montana como es California) que fue tan rápido (sólo tres meses) como trágico (hubo varios accidentes mortales) y pese a dar como resultado una obra maestra no hubo reconocimiento en los Oscar (¡ni nominaciones siquiera!). Por suerte, a veces el público tiene razón y fue un éxito total.

Fotografía del real George Armstrong Custer

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

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       Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.

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