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Crítica de «1898. Los últimos de Filipinas»

Artículo sobre «1898: los últimos de filipinas» escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

Crítica de «1898: los últimos de Filipinas»

En el año 1945 «Los últimos de Filipinas» no sólo se convirtió en uno de los grandes éxitos cinematográficos del año -y por ende de la historia del cine español- sino que, además, su título quedó vinculado para siempre a uno de los episodios más singulares de nuestra historia: el de la guarnición de una pequeña aldea filipina que en 1898 resistió durante nada más y nada menos que once meses el asedio enemigo negándose a creer que España hubiera perdido la guerra y que, consecuentemente, debía abandonar el archipiélago. Hasta entonces, hasta el estreno de la película quiero decir, a los empecinados soldados de tan inaudita gesta se les conocía como los Héroes de Baler, en alusión a la localidad donde se atrincheraron y en la que todavía hoy se les recuerda y homenajea.

Una historia tan jugosa tuvo que seducir a más de un cineasta desde la producción del 45 que dirigió Antonio Román -un eficaz artesano que firmó con ella su mejor obra- y protagonizaron, entre otros, Armando Calvo, Fernando Rey y Toni Leblanc. El problema estaba en el coste de un proyecto de ese tipo, pues el blanco y negro primigenio permitía hacer pasar por jungla el malagueño Jardín Botánico de la Concepción y solventar los interiores en estudio. Sin embargo, el paso del tiempo, con las mejoras de calidad de la fotografía y el aumento de exigencia del espectador, hacía que el rodaje de género histórico quedara reservado a grandes superproducciones so pena de que el público saliera decepcionado.

Cartel de la película original de «Los últimos de Filipinas» estrenada en 1945

La solución llegó en la época digital, en la que los ordenadores pueden hacer realidad las escenas más exigentes de una forma muy convincente y además hay una especie de ebullición del género histórico que ha permitido la realización de muchos films de época. Y así, a finales de 2016 se estrenaba una nueva versión de los hechos que, sin embargo, no quiso desaprovechar el tirón del título anterior y se llamó «1898: los últimos de Filipinas«. Eso sí, el planteamiento fue diferente: “Las glorias de un imperio frente a las miserias de la guerra”, como sintetizó el director, Salvador Calvo, comparando su película con la predecesora.

Obviamente, bien entrado el siglo XXI no se puede plantear un argumento de tono tan propagandísticamente patriotero como el que se esperaba en la década dura de la dictadura franquista. La película de Román se centraba en el sufrimiento físico de los soldados españoles y en su carácter irreductible, que todos compartían, y por eso se omitió algún que otro aspecto escabroso, como el de los dos desertores y su fusilamiento. La nueva versión sí lo refleja, al igual que también plantea las dudas de la tropa más allá de lo meramente militar. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que los soldados eran de cuota: siguiendo una tradición iniciada para financiar la Primera Guerra Carlista, se podía pagar por evitar ir a filas pero la cantidad exigida equivalía a un año de sueldo y sólo se beneficiaban los hijos de los ricos. La guerra era, pues, cosa de las clases humildes y, frente al patriotismo de las clases acomodadas, se entiende que no fuera precisamente popular.

Fotografía de los verdaderos soldados españoles que se convirtieron en los últimos de Filipinas

Tres personajes encarnan esa visión en la película. Primero, el soldado Juan (Patrick Criado, abonado a papeles antipáticos), que desde el principio se muestra renuente a aceptar su situación en aquel rincón del mundo y opta por la deserción, para horror de sus compañeros, Carlos (Álvaro Cervantes) y José (Ricardo Gómez). Éstos son los otros dos, pues el devenir del argumento llevará a que, paradójicamente, al final ambos cambien su opinión sobre él y le imiten. En su relato de los hechos, el teniente Martín Cerezo reseña que, en efecto, un soldado llamado Felipe Herrero desertó a las primeras de cambio y luego le seguirían otros cinco.

Frente a esto, Saturnino Martín Cerezo está cómodo en su situación porque ha perdido a su familia y sólo le queda eso, su deber. Manuel Leguineche le describe en su libro «Yo te diré…» como “el hombre de hierro de la iglesia de Baler”, un rol que parece hecho a la medida de Luis Tosar y se impone, como pasa en la trama, al que asume Edouard Fernández como un atribulado capitán Enrique de las Morenas, que además moriría de beriberi dejando al otro al mando.

Acto de presentación de la película con todos los miembros del reparto

Esa enfermedad se llevó también al padre Carreño, el párroco de Baler, que no fue el único religioso tras los parapetos porque dos franciscanos, que habían llegado con noticias de la guerra contra EEUU, López y Minaya, fueron obligados a quedarse por Las Morenas sin que Martín Cerezo se explicase el porqué, dado que incitaban a la rendición. La abundancia de frailes es significativa porque Filipinas, desde el inicio de su precaria colonización, era prácticamente una enorme finca perteneciente a varias órdenes regulares con algunos funcionarios de la corona para administrarla. Baler en concreto pertenecía a los franciscanos y ellos construyeron la iglesia con recios muros para resistir a los tifones. En «1898: los últimos de Filipinas» se sintetiza todo en un único sacerdote, el padre Carmelo, interpretado por Karra Elejalde. Es un personaje humorístico (los cristianos tenemos “una mierda de cielo”), el clásico contrapunto para compensar la gravedad de los demás, que demuestra a base de una curiosa filosofía que incluye la evasión de la realidad fumando opio.

Fotograma de la película con parte del reparto

Del resto del reparto cabe destacar a un eficaz Carlos Hipólito en el rol del doctor Rogelio Vigil de Quiñones, el abnegado teniente médico que chocó a menudo con Martín Cerezo, y a Javier Gutiérrez, que asume la personalidad del singular sargento Jimeno Costa, personaje inventado para incrementar la tensión interna entre los miembros de la guarnición. Señalemos, eso sí, que en total había cincuenta y cuatro militares, de los que fallecerían diecisiete, la mayoría por enfermedad; tan sólo dos lo hicieron por heridas, al igual que otros dos fueron los fusilados por orden del teniente por intento de deserción.

Por cierto, esta decisión fue muy polémica porque se llevó a cabo cuando ya se había acordado la rendición (el médico se negó a firmar un informe del teniente que atribuía su muerte a causas naturales) y dio lugar a que se incrementaran las sospechas sobre Martín Cerezo, del que se rumoreó que había asesinado al capitán. Éste no quería entregar el puesto porque tenía algo que ocultar,  y se imponía a los soldados con la ayuda del fraile y un grupo de favoritos, entre otras habladurías que circularon. Y es que, al menos al principio, desde España se veía aquello con cierta incredulidad, con un toque esperpéntico que llevó al ministro de Guerra a calificar a los de Baler como “locos de remate”.

«1898: los últimos de Filipinas» se inclina pues por una visión antibelicista, poco sutil pero generalmente sin caer en la denuncia burda y además de muy buena factura, pese a las inexactitudes históricas. No se puede aplicar el término superproducción a una película cuyo presupuesto emplean en Hollywood en pagar el camerino de la estrella, pero ésta subsana las carencias en varios campos: buena ambientación, exteriores naturales magníficamente fotografiados (Guinea, Canarias), tagalos que no son extras españoles disfrazados (ni cuatro mal contados), escenas de acción no muy abundantes pero dignas, fascinantes planos aéreos rodados con drones… Incluso un pequeño homenaje a la versión de 1945 con la célebre canción «Yo te diré» interpretada por la actriz filipina Alexandra Masangkay.

Cartel de la película «1898: los últimos de Filipinas»

Fueron 6 millones de euros, muy lejos de los 22 millones de «Alatriste», los 15 de «Sangre de Mayo» o los 14 de » La conjura de El Escorial», por citar sólo otros ejemplos de cine español histórico. Y, al igual que ellos, se estrelló en taquilla recaudando bastante menos de 2, a pesar del digno debut en pantalla grande de Salvador Calvo (hasta entonces sólo había dirigido series televisivas), y de que cosechó muy buenas críticas, obteniendo nueve nominaciones en los Premios Goya (únicamente lo ganó Paola Torres por su diseño de vestuario). Quizá la sombra de su predecesora pesa demasiado. Probablemente se reivindicará con el tiempo.

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.


       Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog «El Viajero Incidental», y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en «Viajeros». Además, es editor de «La Brújula Verde». Forma parte del equipo de editores de Tylium.

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