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El auge del Imperio Persa

Mapa que muestra la extensión del imperio persa a la muerte de Darío I

Introducción

El auge del Imperio Persa o Aqueménida comenzó cuando el rey persa Ciro II el Grande se rebeló contra Astiages (el rey medo al que estaba sometido Persia en ese momento) a mediados del siglo VI a.C., venciéndole fácilmente en batalla gracias a la escasa fidelidad del ejército y los aliados de Media. Tras su captura y la conquista de la ciudad de Ecbatana, el extenso dominio del reino de Media pasó a ser del imperio persa. La naciones y los reyes que hasta entonces habían reconocido la hegemonía de Astiages trasladaron a Ciro este reconocimiento, “cambiando de amo”, por así decirlo. A partir de ese momento, se formó uno de los imperios territoriales más grandes que ha visto la Historia de la Humanidad.

Mapa de Oriente Próximo en la primera mitad del siglo VI a.C. (Liverani, 2014)

Fuentes de conocimiento

Para conocer cómo fue el auge del imperio persa, y la Historia de Persia en general, nos remitimos a una serie de fuentes textuales y arqueológicas. Las fuentes textuales con las que contamos son mayoritariamente persas y griegas, aunque también existen algunos documentos en elamita, acadio, arameo, egipcio, hebreo y babilónico. Entre las fuentes persas destacan sobre todo las inscripciones en persa antiguo descubiertas en los grandes yacimientos arqueológicos del imperio, como PersépolisSusa, o la tradición oral de poesía para honor y gloria de los reyes. Por otro lado, entre las fuentes arqueológicos sobresalen los edificios monumentales que a día de hoy siguen en pie y los sellos, que representan una gran cantidad de actividades relacionadas con el ejército, el deporte, la religión o la agricultura. Cabe reseñar que todas estas fuentes muestran lógicamente un sesgo favorable a los reyes y su gobierno. Esta tendencia es antagónica a la utilizada en el mundo griego por autores como Heródoto o Jenofonte, quienes subrayan en sus obras las enormes diferencias entre griegos y persas, calificando a éstos últimos de bárbaros e incivilizados.

Vista panorámica del estado actual del yacimiento arqueológico de Persépolis

El origen del imperio persa

Como os conté el año pasado en mi entrada sobre la formación del imperio persa, los persas eran un pueblo indoeuropeo que, mientras en el mundo griego vivían la Edad Oscura, ocuparon el territorio de lo que hoy conocemos como la meseta de Irán. Desconocemos en gran medida la Historia del pueblo persa antes del siglo VII a.C., pero sí sabemos que una de las causas por las que se habrían trasladado a este nuevo lugar es por ser rico en recursos naturales como oro, plato, cobre, minerales y piedras semipreciosas. Al principio, los persas estaban sometidos al reino de Media, un gran imperio forjado desde el reinado de Kashtaritu (670-625 a.C.). A mediados del siglo VI a.C., Ciro II el Grande (559-530 a.C.), perteneciente a la familia de los Aqueménidas, se hizo con el poder y convirtió a Media en la primera de las provincias (satrapías) en las que se dividiría su imperio.

Mapa de Próximo Oriente en el siglo VI a.C. acorde a los textos del autor clásico Herodoto

En el año 546 a.C., Ciro II derrotó al rey Creso de Lidia, por lo que el imperio que éste tenía en península de Anatolia pasó a manos de los persas, incluyendo las ciudades griegas de Jonia, en la costa oeste de la península. Este fue el acontecimiento decisivo que puso en contacto por primera vez a griegos y persas, y les condujo a la serie de guerras que sucederían a lo largo de las décadas siguientes, sobre todo en el siglo V a.C.

Teniendo en cuenta que Ciro II también conquistó Babilonia, Asiria, y la franja siro palestina, su mayor hazaña política fue lograr la unificación del imperio persa. Adelantándose a su tiempo, el imperio persa facilitó enormemente las comunicaciones en el imperio con la construcción de calzadas y la creación de un sistema de correos realizado por emisarios reales a caballo. Una cosa que tienen en común las fuentes griegas y persas es los elogios que dirigen hacia Ciro II, considerado monarca benévolo y tolerante, pues permitió que todos los súbditos de sus lugares de conquista practicaran sus propias religiones, en vez de la religión persa oficial.

Estado actual del mausoleo de Ciro II el Grande en Pasargada, Irán

El apogeo del imperio persa: Darío I

Ciro II fue sucedido en el trono por su hijo Cambises II, que reinó del 529 al 522 a.C. y llegó a anexionarse Egipto, iniciando en ese país el conocido como primer periodo persa, destacando que en sus batallas por la conquista luchó contra los mercenarios griegos contratados por los egipcios. Tras la lucha por el poder que siguió a la muerte de Cambises II, el usurpador Darío (miembro de una rama colateral de los Aqueménidas), se hizo con el poder y reinó entre el 521 y el 486 a.C.

El apogeo del imperio persa lo situamos en el reinado de Darío I no solo porque se encontrara en su momento de mayor expansión territorial, sino porque en este tiempo se creó una estructura administrativa y financiera tan sólida que permaneció inalterable casi hasta el fin del imperio a manos de Alejandro Magno. Darío I centralizó el gobierno y trasladó la capital a Persépolis, aunque es cierto que el imperio en su plenitud contaba con más de una capital, sobre todo teniendo en cuenta que abarcaba la mayor parte del mundo conocido. Por este motivo, la corte imperial iba cambiando de ciudad cada pocos años entre Susa, Ecbatana, Pasargada y Persépolis. Darío I fue un gran impulsor del comercio y las comunicaciones imperiales. No solo fue el primer monarca persa que acuñó monedas de oro y plata propias, los llamados dáricos, sino que construyó un canal que conectaba el río Nilo con el mar Rojo, lo que llevó a Egipto a uno de sus momentos de mayor prosperidad económica.

Mapa que muestra la extensión territorial del Imperio Persa a finales del reinado de Dario I

Darío I es el artífice de la organización definitiva del imperio, dividido en veinte satrapías, una especie de provincias, que depende del rey persa que reinara en el momento gozaban de mayor o menor autonomía local. Estas satrapías son desiguales en el aspecto cuantitativo, no sólo por su extensión, sino sobre todo por su situación demográfica y capacidad de contribución al imperio. Dentro de cada una, los funcionarios civiles y militares se repartían el poder, retroalimentándose, y contaban incluso con un sistema de espías conocido como «los Ojos y los Oídos del rey» para impedir que se produjeran sublevaciones en los territorios conquistados. Como general en jefe, el soberano persa tenía el poder político supremo y prometía protección y seguridad a sus súbditos a cambio de que le pagaran impuestos y le rindieran tributos. Todas estas rentas, almacenadas en el tesoro real, se gastaban básicamente en dos cosas: el mantenimiento del ejército y la realización de grandes proyectos arquitectónicos.

Bibliografía

BARCELÓ, P. (2001): Breve historia de Grecia y Roma. Alianza, Madrid.

CÁNFORA, L. (2003): Aproximación a la historia griega. Alianza, Madrid.

GÓMEZ ESPELOSÍN, F. (2001): Historia de la Grecia antigua. Akal, Madrid.

LANE, R. (2008): El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma. Crítica, Barcelona

POMEROY, S. [et.al.] (2012): La antigua Grecia. Historia política, social y cultural. Crítica, Barcelona.

LIVERANI, M. (2014): El antiguo Oriente. Historia, sociedad, economía. Crítica, Barcelona.

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