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Crítica de «Soldado Azul» (II)

Segunda parte de la crítica sobre “Soldado Azul” escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia. Puedes acceder a la primera parte a través de este enlace.

Crítica de «Soldado Azul»

Así se puso en marcha un film bastante atípico que, a lo largo de sus 112 minutos de metraje, va alternando el tono de comedia con el etnológico y éste con el del horror final. Un horror extremo, por cierto, producto también de una década en la que el cine apartó los tapujos para volcarse en imágenes explícitas, ya fueran de sexo (fue entonces cuando se legalizó el porno e, ingenuamente, se pensaba que pasaría a ser un género más) o de violencia (el subgénero tremendista llamado mondo hizo fortuna en esos años). Propios de entonces son también el empleo de recursos técnicos setenteros como la cámara lenta en escenas de acción -que había sublimado Sam Peckimpah-, el zoom o la noche americana (rodar las escenas nocturnas de día con un filtro azul).

En realidad las escenas fuertes correspondieron fundamentalmente a la última parte del film, la que muestra el ataque al poblado cheyenne-arapohe. Antes, las aventuras de Cresta Lee (Candice Bergen, una mujer blanca que ha huido de los indios tras dos años prisionera de ellos) y Honus Grant (Peter Strauss, el soldado azul del título, único superviviente del destacamento que escoltaba al pagador de la compañía) parecen más sacadas de toda una tradición cinematográfica que combinaba magistralmente la road movie con el humor, tipo 39 escalones o Sucedió una noche.

Póster en español de «Soldado Azul»

Johnny, como ella le llama, se libra de la escabechina al ser destinado como explorador de flanco mientras que ella tira de los recursos que, paradójicamente, le enseñaron sus raptores indios, demostrando mucha más habilidad en un ingenioso intercambio de los roles clásicos. No obstante, el bisoño soldado azul también tendrá ocasión de lucirse, ya sea en la caza o en el duelo a muerte con una partida de kiowas que les descubren gracias a un calcetín.

Y mientras recorren el camino hacia Fort Reunión, donde a ella la espera su prometido, se desgranan unas cuantas situaciones más entre diálogos que demuestran la simpleza de la visión sobre la cuestión india del hombre blanco enfrentada con la visión de la mujer, que ha convivido con los pieles rojas y visto con sus propios ojos los bárbaros ataques a poblados que terminaban con los soldados usando despojos humanos para fabricarse bolsas de tabaco y otros enseres. “¿Qué esperan que hagan los indios?” llega a inquirir ella a su atribulado compañero.

Como cabe imaginar, ambos terminarán encontrándose con el coronel Chivington, aquí rebautizado Iverson (al igual que el 3º de Caballería, que pasa a ser el 12º), quien va tocado con un curioso y simbólico salacot colonial y, además, tiene como ayudante al prometido de Christie. El militar se dispone a atacar el campamento cheyenne para vengar la derrota de Little Big Horn del año anterior (en realidad la acción transcurre en 1864, por lo que aún faltaría casi una década) sin importarle que su jefe, Águila Negra, intente parlamentar enarbolando la bandera de barras y estrellas que le entregó el gobierno como garantía de protección (la veremos pisoteada por los caballos a la carga en un metafórico plano).

Candice Bergen y Peter Strauss en una escena de la película

A partir de ahí llega el catálogo de horrores que caracterizó Sand Creek: además de terminar con más de un centenar de indios muertos supuso un paroxismo de violaciones y mutilaciones en pleno campo de batalla, con los soldados bailando mientras ondeaban brazos y piernas cercenadas al enemigo (el equipo de efectos tuvo trabajo y, al parecer, se contrató a tullidos para hacerlos pasar por los indios mutilados), aparte de contarse más de cien cabelleras arrancadas. El tiroteo sobre mujeres y niños indefensos (“Las liendres acaban por convertirse en piojos”, en palabras de Chivington/Iverson) en una torrentera que termina literalmente inundada de sangre resulta todavía más impresionante cuando Christie le pide a Johnny que recite los mismos emotivos versos de Tennyson que pronunció a manera de epitafio ante sus compañeros caídos en la escena inicial.

La película, rodada en México, tuvo buena acogida de crítica y público (aunque hubo ciertos reparos al gore final), ayudada por un cartel algo sensacionalista y la popular canción de Buffy Sainte Marie, autora también de la famosa Up where be belong que interpretaron Joe Cocker y Jennifer Warnes en Oficial y caballero y que le hizo ganar el Óscar. Por cierto, Buffy es india cree y en 1991 sería la narradora de Son of the Morning Star, una teleserie que es lo mejor que se ha hecho -desde el punto de vista histórico- del personaje de Custer y la batalla de Little Big Horn.

Fotograma de la película «Soldado Azul»

Soldado azul supuso el lanzamiento al estrellato de sus protagonistas. Era el segundo filme de Peter Strauss, y a partir de ahí desarrolló una sólida carrera, aunque básicamente en televisión (Hombre rico, hombre pobre, Las calles de San Francisco, Masadá…). Candice Bergen tenía algo más de experiencia (con El Yang-Tsé en llamas como título más conocido) pero desde entonces encadenó un éxito tras otro (Conocimiento carnal, El viento y el león, Muerde la bala, Ricas y famosas, etc).

Tono agridulce, pues, el de este largometraje tan cargado de alegorías: una víbora entre los huesos de un esqueleto, Águila Negra arrancándose la medalla regalada por el gobierno, los armazones desnudos y humeantes de los tipis que deja atrás la columna al irónico ritmo de Battle cry of freedom… Iverson, dice un texto final, fue sometido a consejo de guerra y fusilado; sin embargo, el verdadero coronel, Chivington, salió en libertad sin cargos aunque como un apestado social. Y es que, añade el epílogo, el general Nelson Miles, contumaz veterano de las Guerras Indias, captor de Gerónimo y nada sospechoso de simpatía hacia los pieles rojas, describió la Matanza de Sand Creek como la más “alocada e injusta acción en los anales de EEUU”.

Candice Bergen y Peter Strauss en otra escena de Soldado Azul

Segunda parte de la crítica sobre “Soldado Azul” escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia. Puedes acceder a la primera parte a través de este enlace.

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       Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.

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