Introducción
Tras el final de la Edad del Bronce (grosso modo entre el 3100 y el 1200 a.C.), se inicia la Edad del Hierro, abarcando aproximadamente entre el 1150 y el 500 a.C. A su vez, está sub dividida en tres fases: la Edad del Hierro I (med. s.XII – med. s.XI a.C.), la Edad del Hierro II (med. s.XI – med. s.VIII a.C.), y la Edad del Hierro III (med. s.VIII a.C. – med. s. VI a.C.). En esta última entrada sobre Historia Antigua de Israel, veremos cómo el impulso unificador y expansionista de los reinados de David y Salomón se agota a la muerte de éste último, empezando otra época de fraccionamiento política que llega hasta la conquista asiria (finales del siglo X a.C. – mediados del siglo VIII a.C.). De ese modo vamos a ver la realidad histórica detrás de los textos de la Biblia y la tradición sobre los reinos de la región de Palestina después del rey Salomón.
Palestina después del rey Salomón
Esta nueva época de fraccionamiento política en Palestina está protagonizada por seis elementos principales: la pentápolis (conjunto de cinco ciudades) de los filisteos, el reino de Judá, el reino de Israel, los amonitas, Moab y Edom.
La pentápolis filistea
Aunque tras las campañas de David la pentápolis filistea tuvo que renunciar a sus pretensiones de querer establecer un dominio hegemónico en la región de Palestina, logró mantenerse lo bastante fuerte como para conservar su independencia frente al reino de Israel y al reino de Judá. Sin embargo, la conquista del territorio filisteo se llevó a cabo más por la vía demográfica y cultural que por la militar, ya que la diversidad filistea va a ser cada vez menor, debido a un proceso imparable de aculturación y asimilación lingüística semita.
Como consecuencia, desaparecen los elementos culturales de origen egeo (como la cerámica) y egipcio (los sarcófagos antropomorfos, es decir, con forma humana) que habían caracterizado la cultura filistea hasta el momento. Muestra de esto es que todos los nombres personales pasan a ser semitas, y las divinidades poseen nombres locales. A pesar de esta decadencia de su cultura, los jefes filisteos siguen teniendo una designación en lengua filistea.
El reino de Judá
De entre los reinos nacionales que se forman en el interior del territorio, el de Judá es el mayor continuador de la herencia estatal y cultural del reinado de David y Salomón. Esto se manifiesta, por ejemplo, en el palacio y templo que se hallan en su capital, Jerusalén, convertidos ahora en un símbolo de la gloria y el esplendor económico y político del pasado. Aunque la Biblia quiera que creamos que la continuidad dinástica de la casa de David y el templo de Yahvé hicieron que el reino de Judá fuera el más esplendoroso de los territorios israelitas, la realidad histórica es muy diferente. Judá era una formación política bastante secundaria en el siglo IX y VIII a.C., estando subordinada por momentos a otras potencias, como Israel, Damasco o Asiria.
Ni siquiera el gran tesoro reunido por el rey Salomón en el templo de Jerusalén les sirvió de mucho para este fin, ya que lo gastaron todo en hacer frente a la invasión del faraón egipcio Sheshonq. Después, las ciudades filisteas dejan al reino de Judá sin salida al Mediterráneo, y la independencia de Edom y Moab le corta el acceso a las rutas caravaneras de Transjordania. Por todo esto, Judá tendrá que conformarse para sobrevivir con los escasos recursos agropecuarios de los ecosistemas de colinas y territorios semiáridos (montaña de Judea y el Néguev, principalmente).
El reino de Israel
El reino de Israel es mucho más extenso que el de Judá, ya que cuenta con planicies (Yezreel y el curso medio del Jordán), montañas, muchas ciudades y campos, salida al Mediterráneo (al sur del monte Carmelo), y acceso a las rutas caravaneras de Transjordania. Además, hay que decir que es el Estado hegemónico de la región geográfica de Palestina en ese periodo de tiempo que va desde la unificación del rey David hasta la conquista asiria (prácticamente doscientos años).
La Historia y las instituciones de Israel pasan por varias fases durante este tiempo: en primer lugar, con el rey Jeroboam I (922-901 a.C., aproximadamente) tenemos la rebelión contra el sistema fiscal que se da en Jerusalén y la formación de un reino de base tribal y representativa. Luego hay una fase en la que los aspectos no estatales del reino (es decir, la falta de dinero, de dinastía, y de una administración estable) traen consigo el caos, desembocando en una serie de usurpaciones, reinados muy breves y luchas internas. Más tarde, hay una fase de normalización con la «casa de Omri» (reinados de Omri y Ajab, 876-850 a.C. aproximadamente), en la que se establece la capital en Samaria dotándola de un palacio con su corte, una burocracia y una administración estatal.
Los otros reinos
Los otros tres reinos situados a lo largo de la franja de Transjordania (Amón, Moab y Edom) tienen escasa influencia en los acontecimientos políticos, ya que bastante problema tienen con mantenerse independientes. En el caso de los amonitas, la amenaza proviene de Israel y a veces de Damasco. Por otra parte, Moab pasa por una fase de sumisión a Israel, encontrando aquí una curiosa y valiosísima fuente de conocimiento, la estela del rey moabita Mesha. En esta estela tenemos la rara oportunidad de comparar la versión israelita de los hechos, transmitida por el relato bíblico, y la moabita, transmitida por la estela.
En último lugar, el reino de Edom mantiene una relación de subordinación con el reino de Judá, si bien es verdad que la proximidad a Egipto le brinda algunas posibilidades de juego político. Haciendo un balance general, se podría decir que es el de Edom el reino más marginal, menos fuerte y menos organizado, pero hay que tener en cuenta que se encuentra en una posición estratégica al controlar las rutas entre Judá y el mar Rojo o las cuencas mineras de hierro y cobre.
Bibliografía
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