Fragmento de un artículo sobre el arte amarniense publicado por mí en el nº2 de la revista Egiptología 2.0. Puedes acceder al artículo original y a la revista completa a través de este enlace.
¿Qué es el periodo amarniense?
Se conoce como el periodo de Amarna, amarniense o amárnico a la breve sub etapa de la Historia del Antiguo Egipto desarrollada entre el 1347 y el 1336 a.C., correspondiendo a la mayor parte del reinado de Amenhotep/Amenofis IV (1352-1336 a.C.), y en el contexto cronológico del Reino o Imperio Nuevo (aprox. 1550-1069 a.C.).
Se caracteriza principalmente por el establecimiento de la capitalidad egipcia en un territorio totalmente virgen hasta el momento, fundando y construyendo una ciudad desde cero. Esta nueva capital se conoce en la actualidad por el nombre de Amarna, aunque originalmente se llamó «Akhetaton«, en relación al cambio de nombre que el propio Amenofis IV efectuó al llevar a cabo este traslado: pasó a llamarse Akhenaton, que literalmente significa «aquel que actúa efectivamente en bien de Atón (el dios)», mientras que la ciudad se traduce literalmente como «Horizonte de Atón».
Las causas que propiciaron este revolucionario cambio no están del todo claras, aunque podemos aludir grosso modo dos: religiosas y políticas. Por una parte, Amenofis IV quería establecer el centro neurálgico del culto al dios Atón (el disco solar viviente) en un territorio totalmente casto, en el sentido de que no hubiera sido utilizado para el culto a cualquier otra divinidad en cualquier tiempo pasado.
Sin embargo, las motivaciones políticas que subyacen bajo esta medida son más complejas de interpretar, si bien es verdad que se hallan en torno al primer lustro de reinado preamarniense de Amenofis IV (1352-1347 a.C.). Básicamente, hay que mencionar la gran oposición a la que tuvo que hacer frente este faraón a propósito de su programa de construcción de templos en Karnak. El que una gran porción de los ingresos estatales destinados a proyectos constructivos religiosos se dedicaran al culto a Atón y no a Amón habría hecho que el soberano egipcio se ganara el rechazo de los influyentes sacerdotes de Tebas o la propia Karnak.
Las representaciones pre amarnienses
Al comienzo de su lustro de reinado pre amarniense, las representaciones de Amenhotep IV lo muestran con el estilo tradicional egipcio, muy similar al utilizado para representar tanto a Tutmosis IV (1400-1390 a.C.) como a Amenhotep III (1390-1352 a.C.). Sin embargo, poco tiempo después de su ascenso al trono, el faraón pasó a ser representado con un rostro delgado y largo, con mejillas protuberantes y labios gruesos, cuello delgado, pechos casi femeninos, vientre redondo, caderas anchas, muslos gruesos y piernas largas y flacas. Esta tipología de representaciones tan rupturistas no solo abarcaba al propio faraón, sino que se extendía a los demás miembros de la familia real, es decir, Nefertiti y sus hijas.
Sin embargo, el estilo artístico amarniense no es del todo exclusivo del periodo de Amarna. Los primeros antecedentes de este nuevo arte aparecen en Tebas a finales del reinado de Amenhotep III, padre y antecesor de Akhenaton. Lo más probable es que esto se deba a la propia influencia que el hijo ejercía sobre su padre, tanto por su condición de corregente en los últimos tiempos como por sus intervenciones como príncipe heredero. Entre las obras de este periodo recordamos algunas representaciones de Amenhotep III o de la reina Tiye que muestran algunos rasgos amarnienses, como los signos de una incipiente vejez.
A pesar de la particular forma en que Akhenaton se representaba a sí mismo, a su familia, y en menor grado, al resto de los seres humanos en los monumentos, hay que decir que hasta cierto punto reflejaba su verdadero aspecto físico, si bien es verdad que partimos de una visión algo caricaturesca. A través de las inscripciones estudiadas podemos conocer que fue el mismo soberano quien instruyó a sus artistas en el nuevo estilo, afectando no solo a la figura humana, sino a la interacción de los distintos personajes de una escena.
Las escenas de la familia real muestran una intimidad nunca antes vista en ninguna de las manifestaciones del arte egipcio, exhibiendo abrazos y besos bajo los benéficos rayos de Atón, cuyo amor domina toda la creación. Otro rasgo característico del estilo amárnico que vemos desde estos primeros tiempos es su extraordinario sentido del movimiento y la velocidad, con una libertad de expresión artística cuya influencia perduraría en el arte egipcio durante siglos.
Arquitectura pre amarniense y amarniense
Del mismo modo que las primeras representaciones de Amenhotep IV siguen el estilo tradicional egipcio que podemos ver en sus dos antecesores más directos, sus primeras construcciones también emplearon los grandes sillares clásicos de arenisca en las paredes de los templos.
Sin embargo, como sucedió en el primer caso, éstos tampoco tardaron en ser reemplazados, tanto en Tebas como en Amarna, por bloques mucho más pequeños, los llamados «talatat«. Con sus dimensiones fijadas de 60×25 centímetros, eran lo suficientemente pequeños como para ser transportados por un solo hombre, lo que en la práctica hacía mucho más sencilla la construcción de grandes edificios en un espacio de tiempo relativamente corto.
No obstante, este nuevo sistema constructivo fue abandonado tras el periodo de Amarna, quizá porque se había descubierto que los relieves tallados en muros construidos con estos bloques pequeños no soportaban el paso del tiempo tan bien como los muros tradicionales. La especie de damnatio memoriae a la que fueron sometidos Akhenaton y la familia real después del periodo amarniense también se manifestó en el desmantelamiento de las edificaciones construidas con estos «talatats».
La relativa «relajación» que caracteriza al estilo artístico amárnico se refleja también en el plano de la ciudad de Akhetaton, al menos en cuanto a los barrios residenciales se refiere. Pese a que se trata de una ciudad de nueva planta, no fue construida siguiendo una rígida cuadrícula ortogonal, como sí fue el caso de la ciudad de Kahun fundada en el Reino Medio. La disposición urbanística de Amarna se asemeja a un grupo de pequeños poblados reunidos en torno a casas grandes y pequeñas (dependiendo del grado de riqueza y categoría social de sus dueños), agrupadas de forma flexible y con sus respectivos edificios subsidiarios, como silos de grano, cuadras, cobertizos y talleres.
La ciudad se desarrollaba a lo largo de una arteria principal, la Vía Real, que corría de norte a sur en paralelo al río Nilo. Partiendo de su límite septentrional, encontramos sucesivamente los distintos barrios y monumentos de la ciudad: «Aduana», Ciudad Septentrional, Palacio Norte, Suburbio Norte, Barrio Central, «Templo del Río», y Maruaton. Un rasgo exclusivo que hallamos en esta ciudad es que muchas de estas viviendas contaban con su propio pozo, lo que las hacía independientes del río Nilo para su suministro diario de agua. Por estas razones, se puede decir que Akhetaton da la impresión de ser una ciudad que hubiera crecido con el paso del tiempo, y no como resultado de una cuidada planificación.
Como resulta evidente, los templos y palacios de Amarna son completamente distintos a los que podemos encontrar en cualquier otra ciudad egipcia, ya que están estrechamente relacionados con las nuevas ideas religiosas promovidas por Akhenaton. Por este motivo, era el propio rey el que los diseñaba y planificaba en colaboración con los arquitectos y artistas que trabajaban cumpliendo sus designios.
Cabe destacar que Akhenaton y su familia vivían a cierta distancia de la ciudad principal, en lo que hoy se conoce como el Palacio Ribereño Norte. Para comunicar la residencia real con la ciudad central, se construyó una larga y espaciosa avenida, una especie de «camino real» que recorría en línea recta los tres kilómetros y medio que separaban ambos sitios. Ya en la ciudad central, sabemos de la existencia de al menos dos palacios (uno para las ceremonias estatales y otro como palacio de trabajo) y dos grandes templos dedicados al culto al dios Atón.
Por un lado, el Gran Templo de Atón era el equivalente amarniense del gran recinto de Amón-Ra en Tebas, constando de varios edificios distintos, e incluyendo una estructura con una piedra «benben«, es decir, el símbolo sagrado del sol. Por otro lado, el segundo templo era mucho más pequeño, y se encontraba inmediatamente al sur del palacio de trabajo del rey, pudiendo ser el equivalente a los tradicionales templos de millones de años puesto que habría tenido la función de ser la capilla funeraria de Akhenaton.
Otra diferencia fundamental entre los templos amárnicos y los tradicionales es que los primeros eran a cielo abierto. Un templo tradicional típico comenzaba con un pilono y un patio abierto con peristilo, seguido por una sucesión de patios y habitaciones que se van haciendo más pequeñas y oscuras de forma gradual a medida que penetramos en el edificio. La imagen del dios se guardaba en un santuario en la habitación más profunda del templo, por lo que la mayor parte del tiempo permanecía en la más completa oscuridad.
En contraposición, el dios de Akhenaton estaba allí para que todo el mundo lo viera, por lo que no necesitaba una imagen de culto. De hecho, las únicas estatuas que se encuentran en los templos atonianos eran representaciones de Akhenaton y los miembros de la familia real, además de que hubo un deliberado esfuerzo por crear las menores sombras posibles. En lo que se refiere al culto, el faraón adoraba a su dios en patios abiertos repletos de una gran cantidad de pequeños altares, sobre los cuales se realizaban ofrendas a Atón. Este contraste entre la oscuridad de los templos tradicionales y la luminosidad de los atonianos es fácilmente comprensible si tenemos en cuenta que la luz era el aspecto más esencial de Atón, al ser el dios de la luz que emergía del disco solar y mantenía vivos a todos los seres.
Fragmento de un artículo sobre el arte amarniense publicado por mí en el nº2 de la revista Egiptología 2.0. Puedes acceder al artículo original y a la revista completa a través de este enlace.