Artículo escrito por Luis Galan Campos, graduado en Historia.
En el siguiente artículo analizaremos las consecuencias de la batalla de Poitiers (19 de septiembre de 1356). Poitiers (o Malperthuis) cierra la primera fase de la Guerra de los Cien Años (1337-56) o Fase eduardiana en la que Eduardo III, se erige vencedor. En los años siguientes, la corona de los Valois se vera sometida a una serie de tribulaciones derivadas del conflicto que llegaran a hacer peligrar su continuidad, pero que conseguirán capearse, lo que permitirá al heredero y regente en ausencia de Juan II, Carlos, Duque de Delfinado, afianzar su poder y preparar la reparación.
Una decapitación
Antes que una victoria inglesa, es preferible hablar de una derrota francesa tras la cual van a hacerse visibles una serie de problemáticas y contradicciones causadas o agravadas por la guerra: una crisis política y de legitimidad dinástica tras la captura del rey Juan el Bueno, dificultades económicas y agrarias, la necesidad de solucionar el contencioso con los ingleses y el problema de las tropas mercenarias que habían llegado con los ingleses y desocupadas se dedicaban al pillaje por el territorio. El principal éxito inglés en Poitiers había sido político. La captura del rey Juan II en el campo de batalla con algunos de sus hijos y magnate permitía a los ingleses disponer de una importante baza para negociar un eventual tratado además la desaparición del monarca significaba la decapitación política e institucional del reino. El rey era la máxima autoridad legislativa, jurídica, ejecutiva y militar, sin embargo, delegaba algunas funciones en sus oficiales, los miembros de su consejo y los parlamentos (tribunales territoriales).
Además existía la corte parlamentaria o États generaux (Estados generales), una reunión de los tres estamentos, eclesiástico, nobiliario y ciudadano, que actuaba en nombre del reino para conceder fondos (subvenciones o servicios) a la corona a cambio de medidas legislativas. Para cubrir esos fondos prometidos, se recurría aumentar los impuestos. Estos eran una atribución real, pero los Estados generales tenían algunas facultades. Por ese motivo, en toda Europa, comienzan a ser frecuentes los choques entre las monarquías desvalidas de fondos y estas instituciones que se erigían en representación de todo el pueblo. La desaparición del soberano, planteaban tres grandes problemas, el vacío institucional, un encendido debate sobre la financiación de la guerra todavía abierto y una crisis de legitimidad de la dinastía por la derrota, que abría el camino a otros postulantes al trono.
Una debacle financiera
En muchos sentidos, había sido una guerra económica. Financiar los enfrentamientos suponía un gasto enorme. Por otra parte, había sido muy destructiva al norte del Sena, el motor económico de Francia sobretodo por la producción de trigo y el comercio de textiles en las Ferias de Champagne. Sólo en 1353 la deuda llegaba a los cinco millones de libras. Para conseguir más ingresos, Juan II había devaluado la moneda (libra tornesa), había impuesto el arrière-bon o tasa para eludir la llamada a filas y negociaba nuevos impuestos con los Estados. Las nuevas demandas habían tensado las relaciones rey-estamentos. Los Estados reaccionaban exigiendo un mayor control sobre el gasto y sobre las finanzas y la fiscalidad reales ya que sobre ellos recaían todos los costes.
Dentro de los Estados, el grupo más crítico son los representantes ciudadanos (burgueses) pues soportaban las mayores cargas fiscales. Estos empiezan a agruparse alrededor de una figura de prestigio, el Preboste de los Mercaderes de París, Étienne Marcel. Éste comerciante de paños, miembro de la gran burguesía parisina, había alcanzado tan alto rango en 1354. Su figura y su papel deben entenderse en un contexto europeo de emergencia de las ciudades y de los grupos de poder urbanos (comerciantes y banqueros) después del año 1000 y que des de la segunda mitad del siglo XIII jugaban un papel de gran importancia en las finanzas del reino y reclamaban parcelas de poder por medio de los gobiernos municipales y las instituciones parlamentaria.
El bueno, el malo y…
La incapacidad de Juan II para enfrentarse a las múltiples crisis ponía en entredicho no solo su idoneidad sino también la legitimidad de su dinastía. El principal beneficiado de este descrédito era Carlos II de Navarra, el Malo (1349-1387). Nieto por vía materna de Luis X de Francia, había heredado por esta el trono navarro y derechos sobre la corona francesa además de importantes reclamaciones en Normandía, Champagne y Brie. Aunque se había casado en 1352 con una hija de Juan II no había cesado en sus reclamaciones y sus lucha contra los Valois para conseguirlas. La amenaza de una amenaza con los ingleses habían llevado al Tratado de Valognes en septiembre de 1355 que concedían a Carlos el Malo incontables posesiones en Normandía. Sin embargo, en la primavera del año siguiente fue arrestado y encarcelado por el rey Juan II acusado de traición y el asesinato de sus rivales en la corte. Tras Poitiers, su figura cobra interés de nuevo, se presenta como una alternativa válida a Juan el Bueno y sus hijos, encarcelado injustamente por el miedo de este.
…un príncipe demasiado joven
La responsabilidad de dirigir las riendas de Francia recaía en su primogénito, Carlos. En 1349 con apenas 11 años recibía de manos de su abuelo, Felipe VI de Francia el Delfinado de Viennois, convirtiéndose en el primer Delfín, título que irá desde entonces asociado al heredero al trono. Inteligente y culto, mostraría una actitud dialogante, próximo a los sectores reformistas de la corte. Sin embargo, su físico enclenque y su mala salud le hacían poco diestro para las armas, en contraposición a su padre, el rey Juan, hábil en las armas y conocido como un «rey caballero». Su aventura en solitario, se inicia con el desprestigio de haber abandonado el campo de batalla en Poitiers, aunque hubiera actuado así por orden expresa de su padre para preservarlo.
Inmediatamente volvió a convocar los Estados Generales (reunidos por su padre a principios de año) para el mes de octubre. Las cuestiones principales eran la necesidad de nuevos impuestos, la necesidad de nombrar una lugartenencia que se ocupara de los asuntos del reino en ausencia de Juan II y la urgencia de llegar a un acuerdo con los ingleses, que incluiría un desembolso considerable para pagar la rançon (redención) de los cautivos. A todos esos problemas hemos de añadir las cada vez más deterioradas relaciones con el estado ciudadano, la desconfianza de la nobleza y el problema del navarro.
Los Estados Generales
Tras su reapertura, los Estados Generales acuerdan nuevos impuestos y nombran al Delfín «lugarteniente del rey» y «defensor del reino». Además nombran un consejo de 12 representantes de cada estado para asesorarlo La atmósfera de descontento propicia un acercamiento entre los representantes ciudadanos acaudillados por E. Marcel y los aliados de Carlos el Malo, el «partido navarro». La liberación y restitución oficial del rey de Navarra se convierte en una reclamación ámpliamente coreada. Numerosos problemas ponían al Delfín entre la espada y la pared, sus intentos de ganar tiempo abandonando París a finales de año y condicionando su decisión al visto y bueno de su padre, cautivo en Burdeos. No iban a salvarlo de un terrible enfrentamiento que se avecinaba en los dos años siguientes.
Artículo escrito por Luis Galan Campos, graduado en Historia.
Luis Galan Campos es graduado en Historia por la Universidad de Valencia. Actualmente cursa el Máster de Formación en el Mundo Occidental en la misma universidad. Su periodo histórico de investigación es la Edad Media (s. V – XV), contando entre sus áreas de trabajo la aristocracia occidental, la ideología de las élites, la Historia de las religiones y la construcción y establecimiento de los Estados.