Artículo escrito por Teodoro Fondón Ramos, arqueólogo colegiado.
La ubicación de Tartesos, en el extremo occidental del mundo en esos momentos conocido, sin duda favoreció que los griegos lo eligieran como el lugar más propicio para escenificar algunos de sus mitos, entre los que destacan los de Perseo o, sobre todo, los del ciclo heracleo, donde aparecen personajes ya directamente relacionados con la mítica monarquía tartésica como Gerión. Pero también el Tártaro, el lugar más profundo del Hades donde desembocaban los espíritus más perversos, se ubicaba en los confines de la Tierra, frente al océano, cuyo topónimo además se ha identificado en no pocas ocasiones con el de Tartesos.
Por si fuera poco, también algunos han alimentado la idea de que la Atlántida que describe Platón en uno de sus Diálogos, en concreto el de Critias, sea la Tartesos histórica, lo que ha derivado en una ficción que ha perjudicado gravemente la intención de conformar la realidad histórica de Tartesos. Pero lo cierto es que ni Hesíodo ni Homero hacen referencia ninguna a Tartesos en sus escritos, lo que puede deberse, simplemente, a su inexistencia en la época en la cual elaboraron sus famosos escritos. La polémica sobre su identificación con la Tarsis bíblica tampoco ha favorecido el avance de la investigación, deudora durante muchos años de una solución a este problema. Un ejemplo evidente de ello son los esfuerzos derrochados por Shulten para identificar la capital del Reino de Tartesos, llevado por una imagen romántica de la arqueología que no obstante aún hoy sigue en vigor en algunos círculos académicos, como si de ello dependiera nuestro conocimiento real de su cultura.
Por consiguiente, Tartessos no sólo atrae por su conocimiento parcial, sino porque las incógnitas que aún genera abonan un amplio campo que permite utilizar recursos ajenos a la ciencia, caso de la intuición y la imaginación, junto con la duda, es inexorablemente el germen de lo empírico; siempre partimos de un supuesto o hipótesis para luego proceder a su demostración. La única forma de acercarnos a una cultura, y máxime si está tan desdibujada como la tartésica, es mediante un enfoque social y económico de corte materialista, limitando los paradigmas históricos culturales que han lastrado su investigación. El escaso éxito de las teorías postprocesualistas entre los arqueólogos españoles no deja de ser una ventaja para acometer con relativa objetividad los retos que aún nos quedan por asumir a la hora de adentrarnos en el conocimiento de la cultura tartésica, donde, en el actual estado de nuestro conocimiento no podemos obviar una base positivista que nos permita afianzar las numerosas hipótesis de trabajo.
Debemos entender Tartesos como un drástico cambio cultural acontecido en el suroeste de la península ibérica como consecuencia de la aportación demográfica y cultural fenicia y la posterior interrelación entre ambos grupos, hechos que se desarrollaron entre los siglos VIII, una vez consolidada la presencia fenicia, y la primera mitad del siglo VI a.C., una amplia y rica fase cultural que se ha venido denominando como Período Orientalizante. De hecho, se utilizan indistintamente los términos tartésico u orientalizante cuando se hace referencia al elenco de materiales que los caracteriza. Sin embargo, sí parece necesario incidir en un matiz; mientras lo tartésico carece de un acuerdo unánime sobre su origen, nadie pone en duda que el inicio de lo orientalizante está directamente ligado a la presencia de lo fenicio; por el contrario, se es inflexible en el final de lo tartésico, en la primera mitad del siglo VI a.C., mientras que la expresión de lo orientalizante sigue viva e incluso se potencia en las tierras del interior hasta los últimos años del siglo V a.C., de lo cual se deduce que también lo tartésico debería contemplarse hasta esa fecha, si bien con otras connotaciones geográficas y socioeconómicas, y dejar de utilizar denominaciones tan desafortunadas como pos-orientalizante, que solo inyectan más confusión a una fase ya de por sí compleja.
Para evitar el estancamiento en la investigación sobre Tartesos, debemos abrir otros caminos que de hecho ya se llevan ensayando algunos años con bastante éxito. Los estudios realizados sobre los diferentes materiales arqueológicos que definen la cultura tartésica deberían ser útiles no sólo para concretar su analogía formal y cronológica, su elaboración técnica o su posible funcionalidad, sino que, sobre todo, deberían servir para configurar espacios geográficos que nos ayuden a comprender las relaciones entre territorios afines culturalmente, pero personalizados en función de sus recursos naturales, productivos y culturales; es decir, de sus diferentes sistemas económicos, pues solo de esta forma podremos entender las relaciones sociales de estos pueblos y no centrarnos solo en sus expresiones artísticas que, como es lógico, solo reflejan un aspecto restringido de ese entramado social.
Por ello, es casi obligado reivindicar aquí la necesidad de seguir analizando con profundidad los estudios de los materiales cerámicos, mucho más expresivos arqueológicamente que cualquier objeto de prestigio por muy llamativo que este sea; la contextualización de las cerámicas, sus tipos y técnicas de elaboración pueden acercarnos con meridiana claridad a territorios bien configurados que, a la postre, nos facilitarán la comprensión de las relaciones culturales; aunque hay que ser consciente de que este trabajo en ningún caso puede resultar tan atractivo como otros estudios sobre materiales estéticamente más lucidos, también es cierto que a través de éstos no se han conseguido avances significativos, ya sea porque suelen aparecer fuera de contexto o bien porque los contextos en que aparecen, principalmente el funerario, se apartan de lo cotidiano, donde en realidad reside el componente social que nos debería interesar. A veces parece que en Tartesos solo existían tumbas principescas, aristocracias y élites por todas partes; pero así es muy difícil desentrañar la verdadera estructura social de una comunidad. Solo así podremos acercarnos a la realidad de Tartesos, tanto tiempo perdida en la confusión.
Bibliografía
GRACIA ALONSO, F. “De Iberia a Hispania”, Madrid, 2008, pp. 94-98.
Artículo escrito por Teodoro Fondón Ramos, arqueólogo colegiado.
Para saber más
Teodoro Fondón Ramos es historiador y arqueólogo graduado por la Universidad de Extremadura y Colegiado por el Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de la Comunidad de Madrid. Su trabajo no se centra en una línea de investigación concreta, puesto que ha participado en intervenciones arqueológicas muy distintas de periodos tan variados como la prehistoria, la Edad Antigua y la Edad Moderna.