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HISTORIAE

CRÍTICA DE «SACCO Y VANZETTI»

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

El de los juicios es uno de los temas a priori más insulsos cuyo jugo mejor ha sido exprimido por el cine, muy especialmente el estadounidense, hasta el punto de haberlo convertido en un auténtico subgénero. Ligado a categorías mayores como el policíaco (Testigo de cargo, Falso culpable), el drama (Veredicto final, Doce hombres sin piedad), la Historia (Heredarás el viento, ¿Vencedores o vencidos?) o la denuncia social (Matar a un ruiseñor, Pena de muerte), o a veces una combinación de todo ello, los filmes judiciales se han hecho un hueco consiguiendo establecer incluso un lenguaje narrativo muy característico, mil veces repetido e imitado tanto en EEUU como en otros países.

Uno de los grandes juicios mediáticos del siglo XX acabó en la gran pantalla, como no podía ser menos. En una fecha tan propia como 1971, cuando el mundo estaba inmerso en un período de crisis económica y política, el cineasta italiano Giuliano Montaldo -que luego alcanzaría cierto prestigio por la interesante serie televisiva Marco Polo– se sumó al devenir de los tiempos con dos de los actos más destacados de su vida que estaban relacionados. Primero, la firma de un manifiesto contra un comisario de policía al que se acusaba de torturar y lanzar por una ventana a un anarquista detenido; el otro la realización de una película de fuerte contenido social, basada además en un hecho histórico, titulada Sacco y Vanzetti. Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti fueron dos emigrantes italianos que marcharon a América en busca de una vida mejor y terminaron detenidos en 1920 como presuntos autores de un atraco a mano armada con asesinato, ya que llevaban sendas pistolas encima. El consiguiente proceso constituyó un escándalo internacional por la cantidad de irregularidades registrada y la evidencia de que se les usaba como cabeza de turco, no sólo de aquella acción sino también contra el movimiento ácrata en general, que había provocado bastante alarma social.

Cartel de la película
Cartel de la película

El anarquismo, ideología nacida en el siglo XIX, formulada por Proudhon en 1840 con la publicación de su libro ¿Qué es la propiedad? y modelada luego por Bakunin, proponía la abolición del estado con todo lo que ello implica de supresión de autoridad, jerarquías sociales y estructuras de poder; «una forma de gobierno sin amo ni soberano», para cuya puesta en práctica era necesaria la previa destrucción del sistema vigente. Fueron varias las corrientes en que se dividió pero casi todas adoptaron  una peculiar estrategia llamada propaganda por el hecho, según el cual las acciones contundentes (ocupaciones, robos, atentados) servían para generar impacto mediático y repercusión en la opinión pública; en palabras de Kropotkin “«un acto puede, en unos pocos días, hacer más propaganda que miles de panfletos».

En realidad, muchos teóricos anarquistas, entre ellos el mismo Kropotkin, terminarían cambiando de opinión y admitiendo que ese método era infructuoso contra un sistema que había conseguido mantenerse a lo largo de siglos de historia. Pero otros siguieron aferrados a él y entre la segunda mitad del XIX y el primer cuarto del XX hubo un buen puñado de casos que así lo atestiguaron; en España, sin ir más lejos, fueron asesinados Cánovas, Canalejas y Dato, intentándose varias veces contra Alfonso XIII. El 16 de septiembre de 1920, EEUU también sufrió un brutal atentado con bomba que tuvo lugar en pleno Wall Street y se cobró 38 muertos y 400 heridos.

Fotografía de Vanzetti (izquierda) y Sacco (derecha)
Fotografía de Vanzetti (izquierda) y Sacco (derecha)

El país estaba en tensión y uno de los muchos inmigrantes italianos detenido en una redada masiva cayó sospechosamente por la ventana, tal cual acababa de pasar en el país transalpino en 1971. Esa coincidencia de hechos impulsaron a Montaldo a hacer el filme que, por cierto, resultó muy polémico en Italia e incluso sufrió un atentado que incendió de la sala donde se proyectaba. Para el rodaje se trasladó a Nueva York, donde se desarrolló la mayor parte del metraje, lo que le da al film gran veracidad. El planteamiento descrito queda perfectamente sintetizado en los títulos de crédito iniciales, rodados en blanco y negro sin música y con detalles que sitúan al espectador: un retrato de Marx, policías maltratando a los sospechosos, titulares de prensa alusivos a la intolerancia norteamericana hacia el movimiento obrero en pleno siglo XX… El hombre que cae al vacío al son de una canción de Joan Baez lo deja todo listo para empezar.

La estructura de Sacco y Vanzetti es de continuos flashbacks, alternando los testimonios del juicio con la recreación de los hechos auténticos, siempre difusos para subrayar la inconsistencia de los relatos de los testigos. Lo que pasó fue que una banda armada asaltó una fábrica de calzado para llevarse la caja y en el transcurso del robo tirotearon a dos empleados matándolos y huyendo en un coche. La rapidez y las tensas circunstancias hicieron que ningún testigo pudiera ver nada claro realmente y, así, Vanzetti fue acusado de ser el chófer cuando ni siquiera sabía conducir.

Riccardo Cucciolla
Fotografía de Riccardo Cucciolla

Con semejante panorama, que incluye una paliza anónima a aun testigo que disiente, el juicio se va torciendo en la dirección que esperan las autoridades. Al fin y al cabo se trata ya de una cuestión política, el orden frente al caos, como muestra el director a través de una conversación en una fiesta entre representantes de partidos opuestos e incluso en las lapidarias frases de los protagonistas (“Si fuéramos asesinos iría incluso bien. Pero somos dos anarquistas”) o del abogado defensor al tribunal, interpretado enfáticamente por Milo O’Shea (“El banquillo de los acusados es el lugar más limpio de esta sala”). Tribunal que, por boca del fiscal Katzmann -se funde a veces con el juez-, además hace gala de su xenofobia tildando despectivamente de bárbaros a los emigrantes italianos. Hay cosas que no cambian.

Como decía, el proceso se convirtió en la sensación del momento. Corrió el rumor de que los italianos planeaban un asalto para liberar a sus camaradas e, insólitamente, se le dio crédito, por lo que fue enviado el ejército a proteger la cárcel y el juzgado. Sí hubo manifestaciones masivas tras la sentencia, que fue condenatoria obviamente. En la película se muestran hábilmente a través de imágenes de un noticiero de nickelodeón: Nueva York, Chicago, San Francisco… También en el resto del mundo, como Londres y Roma, cuyo gobierno amenazó con romper relaciones diplomáticas con EEUU. A partir de la sentencia a muerte, un nuevo y prestigioso abogado se hace cargo del caso. El mismo que al principio de la película declara creer en la Justicia y poco a poco va descubriendo la cruda realidad: el arma del crimen desaparece junto con el expediente, uno de los atracadores es identificado (y se parece mucho a Sacco), del testimonio del perito sólo se dijo una parte sesgada y un preso confiesa haber participado en el atraco, exculpando a Sacco y Vanzetti. Pero nada de ello se tiene en cuenta para reabrir el juicio y el letrado termina asqueado: “No volveré a poner los pies en un tribunal”.

Protesta pidiendo la libertad de Sacco y Vanzetti
Fotografía histórica de la protesta pidiendo la libertad de Sacco y Vanzetti

Así han pasado siete años. Llega 1927 y no queda sino esperar clemencia del gobernador, solicitada por  medio millón de firmas y las universidades más importantes del país. El propio Vanzetti, papel a cargo de Gian Maria Volonté (un habitual de Sergio Leone), se entrevista con él en una pantomima política en la que se presenta un interesante juego dialéctico: “Estoy sufriendo y pagando por ser anarquista (…) Ustedes han dado sentido a la vida de dos pobres explotados”  dice el reo. “Usted es un símbolo, sr. Vanzetti. Está a punto de ser ejecutado. Entonces ¿a quién debemos salvar, al hombre o al símbolo? Responde el gobernador”. A esas alturas, Sacco ya ha renunciado a vivir y se ha refugiado en sí mismo, sin que de ahí puedan sacarle siquiera su mujer o su hijo. A él lo interpreta Riccardo Cucciolla, que ganó el premio al mejor actor en Cannes. Al final la imagen retorna al blanco y negro para la escena de la ejecución, que se llevó a cabo en la silla eléctrica. Montaldo opta por la elipsis y encuentra una bella pero espeluznante solución: la luz de una bombilla que titila indica el momento fatídico en que se baja la palanca que da paso a la corriente. Fundido en negro y créditos, con la famosa canción de Ennio Morricone Here’s to you  interpretada una vez más por Baez.

Otro de los carteles de la película
Otro de los carteles de la película

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

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       Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.