Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Tras la revisión que hicimos hace poco de «El almirante: Michiel de Ruyter», de nuevo hay que mirar hacia el norte de Europa para encontrar una película de época digna. En este caso a Dinamarca, donde el cineasta y guionista Nikolaj Arcel recurrió a un extraño episodio que vivió el país en el último tercio del siglo XVIII: la subida al poder de un médico alemán merced a su ascendiente sobre el rey Christian VII, aprovechando la ocasión para poner en práctica una política ilustrada en un lugar que hasta entonces había vetado la entrada a la Razón.
El galeno se llamaba John Friedrich Struensee, un tipo elegante y culto que aprendió las avanzadas ideas leyendo por su cuenta a Voltaire y Rousseau, ya que su padre era un pastor luterano ultraconservador. En el filme, el personaje corre a cargo de un actor casi tan peculiar como él, Mads Mikkelsen, un danés que dio el salto a Hollywood para aparecer en superproducciones como El rey Arturo o Furia de titanes hasta que consiguió despuntar, primero como el malvado Le Chiffre de la jamesbondiana Casino Royale, y luego en televisión, encarnando al fascinante doctor Lecter de la serie Hannibal. Paralelamente, ha seguido trabajando en otros filmes europeos, y en 2012 fue fichado para protagonizar, espléndidamente por cierto, Un asunto real (su título original es En kongelig affære).
Una magnífica escena en la que Struensee se gana al rey dándole la réplica en diálogos de grandes obras de teatro, superando así a sus colegas en la selección para el puesto (gran detalle el del personaje tirando de los puños de su camisa para que sobresalgan de las mangas, imitando a los otros doctores, de mayor alcurnia que él), junto con otra donde el monarca le imita en unos estiramientos tras una carrera, sirven para sintetizar magistralmente ese vínculo que se establece entre ambos y que se refuerza a medida que el médico demuestra su habilidad para lidiar con el desequilibrio mental de Christian.
El mismo desequilibrio que le ha llevado a no tratarse apenas con su esposa, la hermana del inglés Jorge III, Caroline Mathilde, que vive agobiada en aquella rígida corte que ni siquiera le deja tener libros, y que también descubre en Struensee una bocanada de aire fresco: primero, cuando descubre que se las ha arreglado para introducir títulos de los ilustrados prohibidos por la censura, y luego por motivos mucho más cercanos al corazón. El romance entre ambos y su común ideología, precipitada tras la visión de un campesino ejecutado brutalmente por un noble, les impulsa a una osada aventura: modernizar el país manipulando al ingenuo soberano para que se enfrente al siniestro Consejo de Estado, refractario a cualquier cambio hacia la modernidad. No lo tendrán fácil porque el poder de esa institución intimida a la débil voluntad del monarca, pero Struensee le abre un camino maravilloso para imponerse: sólo tiene que actuar, al fin y al cabo, su afición favorita. Y, en efecto, Christian declama nuevas medidas como si estuviera en una obra de teatro, para pasmo de los consejeros.
Poco a poco, un país atrasado, que había echado el ancla en el feudalismo medieval, va modernizándose, especialmente cuando Struensee convence a Christian para vacunar a al joven príncipe heredero contra la viruela; el éxito de la iniciativa le confiere definitivamente el poder y se decreta una catarata de medidas que llevan al mismísimo Voltaire a enviar una carta a Dinamarca felicitándola por su avanzado gobierno: abolición de la tortura, supresión de la servidumbre, reparto de tierras entre campesinos pobres, igualdad para acceder a la función pública, supresión de la censura, reforma sanitaria… A esa etapa de la Historia del país se la conoce como Período Struensee.
Entretanto Caroline Mathilde, a la que interpreta magistralmente la sueca Alicia Vikander (que en 2015 ganaría el Óscar a la Mejor Actriz de Reparto por La chica danesa), queda embarazada del doctor, todo un problema que se soluciona haciéndole creer a Christian que él es el padre. Pero los nostálgicos del Antiguo Régimen, reacios a perder sus privilegios, se organizan y descubren la verdad, acudiendo a la madrastra de Christian, Juliana María, deseosa de que su otro hijo herede el trono. Una compleja conspiración acaba con el sueño de Struensee y la reina. En el caso del doctor, también con su vida: detenido y condenado a muerte; la decapitación que muestra la película fue sólo una parte de la pena, ya que, en realidad, después fue eviscerado y descuartizado. A Carolina Mathilde se la desterró, separándola de sus hijos para siempre, y el estamento reaccionario retomó el poder dando marcha atrás en todas las medidas adoptadas hasta entonces. Hubo, sin embargo, un epílogo positivo que en el film se cita en off al final.
Quedan para el recuerdo algunos momentos especialmente logrados: el enamoramiento contenido de Struensee ante la visión de la reina resguardada de la lluvia bajo la copa de un árbol, la iluminación en el rostro de ella al descubrir una obra de Rousseau, la descripción de la miseria popular con la simple imagen de unas ratas pululando entre la gente por las calles embarradas, la decepción del médico cuando tiene que asumir los mismos métodos que sus enemigos y volver a admitir la censura para intentar frenar la conspiración contra él, el papel de tonto útil que juega en ésta un amigo suyo engañando al rey con la mentira de que su favorito pretende asesinarle… En un sentido más cómico, la decisión de Christian de humillar al consejo de Estado nombrando consejero a su perro (en la línea del caballo de Calígula) o, ya lanzado de cabeza a la modernización, su idea disparatada de establecer un servicio de coches nocturnos que recojan a los borrachos.
Nikolaj Arcel cuenta que la idea de llevar al cine esa parte de la historia de Dinamarca se le ocurrió durante un paseo por los Jardines Reales de Copenhague. Él mismo se encargo de escribir el guión (ya había hecho el de Los hombres que no amaban a las mujeres), junto con Rasmus Heisterberg, adaptando perfectamente una novela de Bodil Steensen-Leth sin necesidad de tener al espectador tres horas ante la pantalla (dura 128 minutos). Y aunque se tuvo que trasladar el rodaje a Praga (lugar donde hoy en día se hacen casi todas las películas de época), la mayor parte de los técnicos son daneses. En ese sentido hay que destacar especialmente a Rasmus Videbaek, director de fotografía, por el cuidado tratamiento de la luz que aporta, verídico, un poco en la línea del Kubrick de Barry Lyndon. Tampoco hay que olvidar el convincente vestuario o la puntillosa ambientación. Todo ello hizo que Un asunto real fuera candidata al la Mejor Película Extranjera en los premios Óscar, Globo de Oro y Cesar. También fue galardonada con dos Osos de Oro en Berlín (al actor Mikkel Boe Følsgaard, que interpreta al desequilibrado monarca, y al guión). El productor puede estar satisfecho; fue ni más ni menos que Lars von Trier.
Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.