Fragmento de un artículo publicado originalmente por Sergio Alejandro Chifflet en el blog El Kronoscopio el día 16/09/2016. Puedes acceder al artículo completo a través de este enlace.
La película circula mucho por dos veredas. La del horror y la del sentimentalismo. La del horror obviamente reflejado en las gráficas escenas de tortura y abuso por parte del ejército. Todas ellas desarrolladas sin ninguna clase de pudor, pero también sin efectismos, sin caer en el morbo innecesario, mostrando solamente lo indispensable, para hacernos ver la barbarie a la que estos chicos fueron sometidos. El lado sentimental de la película va por las escenas en que a todos ellos se los ve juntos, compartiendo su encierro, compartiendo el miedo y la miseria de su cautiverio. Así como también las desesperadas secuencias en que la familia de Claudia trata de dar con su paradero. Remarcables y estremecedoras son las secuencias en que los prisioneros cantan canciones de Sui Generis (“Canción para mi muerte”, primero y “Rasguña las piedras”, después) no sólo por el contexto en el que se desarrollan, sino también por el manejo del montaje y de los tiros de cámara por parte del director.
Una de esas cintas que son indispensable, sobre todo para poder conocer un poco más de la historia de esta Latinoamérica tan dañada por las cicatrices aún latentes de nuestro pasado. Porque es más que necesario revisar nuestro pasado, para no cometer los mismo errores en el futuro. El mundo debe saber qué barbaridades han sido capaces de llevar a cabo algunos gobiernos, y es por ello que no se puede dejar pasar la ocasión de ver una película como ésta, basada en hechos reales, que por supuesto, tiene algunos pequeños cambios por motivos argumentales que no alteran el espíritu ni la veracidad de lo acontecido.

La Historia
“Cuando Henry Kissinger llegó a la Conferencia de Ejércitos Americanos de Santiago de Chile, los generales argentinos estaban nerviosos ante la posibilidad de que los Estados Unidos les llamaran la atención sobre la situación de los derechos humanos. Pero Kissinger se limitó a decirle al canciller de la dictadura, almirante César Guzzetti, que el régimen debía resolver el problema antes de que el Congreso norteamericano reanudara sus sesiones en 1977. A buen entendedor, pocas palabras. El secretario de Estado Kissinger les dio luz verde para que continuaran con su ‘guerra sucia’. En el lapso de tres semanas empezó una ola de ejecuciones en masa. Centenares de detenidos fueron asesinados. Para fin del año 1976 había millares de muertos y desaparecidos más. Los militares ya no darían marcha atrás. Tenían las manos demasiado empapadas de sangre”.
Fragmento de un artículo publicado originalmente por Sergio Alejandro Chifflet en el blog El Kronoscopio el día 16/09/2016. Puedes acceder al artículo completo a través de este enlace.