Fragmento de un artículo publicado por Eduardo Cabrero en la página web de QueAprendemosHoy el 8/02/2014.
Durante los años comprendidos entre el 559 y el 330 antes de Cristo, nació el que hasta esa fecha fue el imperio más extenso de la Historia: el Imperio Persa Aqueménida. Los reyes persas eran tratados como dioses. Su autoridad era absoluta, no estaban controlados por nada ni nadie, pues su poder les era atribuido directamente por la propia deidad principal de este pueblo, Ahura-Mazda. Pero, ¿cómo consiguió este imperio llegar a conquistar tan amplio territorio? Desde Egipto hasta el actual Pakistán, áreas del Caúcaso y Asia Central, cubriendo todas las zonas del sur del mar Caspio hasta Grecia, pasando por toda Anatolia. Reyes de gran temperamento y verdaderos dones para la estrategia militar, quizás, pudieron ser los causantes. Pero los que en el campo de batalla conseguían las victorias y ampliaban las fronteras eran los soldados persas. Los ejércitos estaban formados por batallones de lanceros, arqueros, caballería o incluso mercenarios pagados por el rey. Pero entre ellos, destacaba una patrulla de guerreros: Los Diez Mil Inmortales.
Muy probablemente, entre las filas del ejército persa este destacamento de guerreros de élite pudo ser conocido como los Anusiya, o Compañeros. Sin embargo, al otro lado del campo de batalla, entre los muchos enemigos que se enfrentaron a ellos, el término utilizado era el de los Inmortales. El historiador griego Heródoto de Halicarnaso, contemporáneo de los mismos, también se refería a ellos de esa manera, cada vez que hablaba de los Athanatoi. Estos soldados constituían la guardia real persa. Aunque su origen como pelotón de élite no está muy claro, se cree que ya combatían en tiempos de Ciro II el Grande, rey con el que el gran imperio persa comenzó a nacer. Monarcas posteriores como Cambises II o Darío I sin duda se valieron de sus servicios. Pero a pesar de ser la guardia del rey, su lugar en la batalla solía ser siempre el mismo. En primera línea de ataque. Y es que su técnica consistía en abalanzarse contra el enemigo con una furia devastadora que acababa con todo adversario que se encontrase al alcance de sus espadas, y al que no alcanzaban, aterraban.
Los requisitos para formar parte de tan temido batallón no eran sencillos, y sólo aceptaban persas o medos. Tener una altura superior a la normal era el primero de ellos. Los Inmortales eran fácilmente identificados por sus enemigos cuando al dirigir sus miradas hacia las filas del ejército persa observaban diez mil cabezas sobresaliendo por encima de las de los demás soldados. Ataviados con lujosas armaduras de escamas ornamentadas, sobre ropas de colores, bordadas con hilos dorados, y su rostro siempre cubierto con paños igualmente coloridos bajo sus tiaras, ellos les devolvían las miradas con ojos oscuros. Por supuesto, demostraban su fuerza en estrictos entrenamientos que comenzaban en muchos casos a cortas edades. Portaban varias armas, siendo las más comunes una espada corta y una lanza corta con punta de hierro que contaba con un contrapeso en su extremo opuesto para facilitar su misión de matar. Contaban también con un arco y un carcaj de flechas, y se protegían con un escudo fabricado en cuero y mimbre. Entre sus ropas, ocultaban dagas.
Fragmento de un artículo publicado por Eduardo Cabrero en la página web de QueAprendemosHoy el 8/02/2014.