Artículo escrito por Inma Velarde, graduada en Historia.
El convivium y la conversatio fueron dos formas de sociabilidad literaria comunes a los miembros de la República de las Letras que se basaban en la búsqueda, no sólo de la colaboración, sino también de la comunicación entre letrados más allá del tiempo y del espacio. Esta forma de sociabilidad fue un medio de comunicación y un instrumento de trabajo. Sus miembros entendían que el suyo era un trabajo colectivo, por lo que la colaboración y la solidaridad entre ellos era beneficiosa. Para que la misma resultara fructífera, era necesario elegir bien a los compañeros. Es por ello que la elección de sus miembros debía ser extremadamente prudente y selectiva.
Con todo, hay que matizar los conceptos de convivium y conversatio para entenderlos como componentes esenciales de una comunidad literaria virtual. Si algo caracterizaba a la República de las Letras era la conexión entre letrados de distintos puntos geográficos y la continua comunicación entre ellos mediante medios que podían suplir la conversación asidua, como la correspondencia. La conversatio no era pues un acto dialógico, sino, en sentido latino, una “reunión amistosa y privada en la que unos amigos compartían sus costumbres reflexivas, sus maneras académicas, su estilo intelectual”. Tal como señala Fumaroli, conversatio sería una forma de sociabilidad más que una mera acción de comunicación. La conversación podía llevarse a cabo mediante la correspondencia cuando los interlocutores no estaban presentes, ya que la epistolografía tenía el mismo sentido y peso para ellos. Erasmo definió la correspondencia como un “intercambio entre amigos ausentes”.
Los métodos de los doctores universitarios y de los doctos humanistas eran diferentes. Los primeros seguían el modelo dialéctico de la quaestio y de la disputatio aristotélico-escolástica. Los segundos se acomodaban a un modelo de diálogo retórico. Las disciplinas también los diferenciaban, ya que, en las sociedades de conversación, los “doctos” se preocupan de materias que en las universidades, con su ortodoxia inamovible, no tenían cabida. Estas sociedades abrirán sus puertas a todo tipo de savants: aficionados y virtuosos que darán rienda suelta al ingenium, engendrando un nuevo espíritu y colmando su curiosidad de forma cosmopolita, en contraposición a los doctores universitarios, vistos como un repoussoir, un pedante, idea evocada por Montaigne: carece de genuina sociabilidad literaria por ser un “especialista, profesional, sin humor, sin urbanidad, antepasado del filisteo, desprovisto de esa gracia liberal que es la vez el origen y el fruto del ingenio”.
Este acceso compartido al conocimiento se realiza dentro de un tiempo de ocio (otium studiosum): indispensable para el erudito y contemplado como una distracción positiva para el hombre. Este otium implicaba tener gusto por leer, escribir, meditar y conversar, ofreciendo a la nobleza literaria “tareas liberales” adecuadas para ocupar su ocio. Pero no debemos concluir que el ocio letrado les conducía directamente a formar parte de la República de las Letras. Para ello debían pasar al ocio estudioso, más intenso. Esta distancia entre ocios marca también la diferencia entre espacios literarios y académicos, como veremos más adelante. Esta forma de investigación común buscaba crear una “buena herramienta”. La transmisión de la información utilizada por los miembros de la República de las Letras configuraba un método mucho más confidencial que las obras manuscritas o impresas. Por otra parte, podían esquivar más fácilmente la censura. Entre “colegas” el secreto de los hallazgos e investigaciones quedaba perfectamente garantizado.
La conversación erudita es la forma por excelencia de información y educación recíprocas entre personas alejadas geográficamente. Este fue el vínculo social original de la República de las Letras. Se oponía al formalismo escolástico y, en última instancia, podía enseñar de una forma más profunda que una obra impresa. Para crear una red internacional era necesario determinar con quién comunicarse. Para ello existía un contacto preestablecido entre personas y academias, gracias al Grand Tour o los viajes literarios en los que los miembros de la República de las Letras entablaban su primera comunicación y contacto.
El Grand Tour era un itinerario por Europa que completaba la educación de la elite europea gracias al contacto con la Europa literaria. El termino Grand Tour apareció documentado por primera vez en 1670, en la obra El Voyage d’ Italie de Richard Lassels. Pasó a designar los viajes que permitían a los jóvenes aprender nuevas costumbres, que aumentaban su experiencia y conocimiento. Para Montaigne, “mezclarse con los hombres es maravillosamente útil, y visitar países extranjeros para regresar con el conocimiento de las costumbres y caracteres de aquellas naciones, y para cultivar y pulir nuestro cerebro a través del contacto con el de otros”. Gran escuela, desde luego. Este Grand Tour era algo indispensable para la República de las Letras, puesto que era una especie de iniciación para pasar a formar parte de ella.
De estos “contactos” entablados en los viajes, surgía la posibilidad de mantener correspondencia, para afianzar los contactos dentro de la República de las Letras. Por supuesto, estos viajes literarios tenían parada obligatoria en diferentes “gabinetes” o círculos eruditos. Bacon, por ejemplo, aconsejaba que no se debía “dejar atrás los países que había visitado, sino que debían mantener correspondencia por carta con aquellos que había conocido y que eran personas de valía”, haciendo las veces de modernos periódicos y servicio de canje de libros. Las universidades, sin embargo, no solían formar parte del Gran Tour debido a que no formaban parte del juego de solidaridad y colaboración al modo de la República de las Letras.
Artículo escrito por Inma Velarde, graduada en Historia.
Bibliografía
BOWSMA, W. J. (2001). El otoño del Renacimiento (1550-1640). Barcelona, Ed. Crítica.
BURKE, P. (2011). “La República de las Letras como sistema de comunicación (1500-2000)”, en IC-Revista Científica de Información y Comunicación, n.º 8, págs. 35-49.
FUMAROLI, M. (2013). La República de las Letras. Barcelona, Acantilado.
GARÍN, E. (1981). La revolución cultural del Renacimiento. Barcelona, Crítica.
ROLDÁN, C. (2009). “La difusión de los conocimientos en la República de las Letras”, en Thémata. Revista de Filosofía, n.º 42, págs. 183-193.
Artículo escrito por Inma Velarde, graduada en Historia.
Para saber más
Inma Velarde es músico profesional, concretamente, violinista, (2009-2013) y graduada en Historia por la Universidad de Valencia (2013-2017). Actualmente cursa un Máster de Patrimonio Cultural en la misma universidad en el que centra su investigación en lo referente al Patrimonio Bibliográfico y Documental de la Península Ibérica. Colabora en diferentes proyectos de divulgación histórica y creó el blog “Historia y otros monstruos” en 2013.