Primera parte del artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
La comparación es inevitable: misma productora, mismos protagonistas, argumentos más o menos inspirados en hechos épicos del siglo XIX. Murieron con las botas puestas, la película que dirigió Raoul Walsh en 1941 sobre la batalla de Little Big Horn, venía a ser una versión aún más perfecta, la sublimación, de un título de 1936 que, por otra parte, también fue memorable: La carga de la Brigada Ligera.
Ésta la dirigió Michael Curtiz, el mismo de Casablanca, que empezaba a convertirse en un cineasta de referencia tras haber rodado con Errol Flynn el año anterior una de las grandes cintas de aventuras de todos los tiempos, El capitán Blood. Con este actor repetiría, casi siempre en ese tono desenfadado y con resultados inolvidables, en Robín de los bosques, Dodge, ciudad sin ley, La vida privada de Elizabeth y Essex, El Halcón del Mar, Camino de Santa Fe y Bombarderos en picado. En varias de estas obras compartió pantalla con Olivia de Havilland; hasta ocho veces.
Claro que incluso sin esas estrellas demostraría Curtiz su genio y versatilidad en títulos como Ángeles con caras sucias, El lobo de mar, Yanqui Dandy, Sinuhé, el egipcio o Los comancheros, logrando su obra maestra -con permiso de varias de las ya citadas- con la citada Casablanca, con la que logró el Óscar a la mejor película y al mejor director.
El caso es que en 1936, ante el éxito de El capitán Blood, la Warner decidió repetir la fórmula Curtiz-Flynn-De Havilland y buscando tema encontró aquel extraño episodio bélico ocurrido durante la Guerra de Crimea y, más concretamente, en el sitio de Sebastopol. Se trataba de un conflicto originado en el contexto de lo que se conoció como el Gran Juego, la rivalidad geoestratégica entre los imperios ruso y británico por controlar Asia Central y el Cáucaso, plasmado en este caso en el empeño del zar por tener una salida al Mediterráneo a través del Bósforo, a costa de los otomanos.
Occidente reaccionó y formando una coalición internacional envió un cuerpo expedicionario a pararle los pies a los rusos. La primera acción de envergadura fue el citado sitio de Sebastopol, en el enclave de Balaklava, donde primero se lucieron los highlanders rechazando a la caballería cosaca formando aquella clásica delgada línea roja y después la Brigada Pesada, que aplastó al adversario y lo puso en fuga. Fue a continuación, el 25 de octubre de 1854, cuando llegó ese episodio referido que buscaba la Warner.
La Brigada Ligera británica, compuesta por el 4º y 13º Regimiento de Dragones ligeros, el 17º Regimiento de Lanceros, y el 8º y 11º Regimiento de Húsares, se lanzó a la carga por el llamado Valle del Norte en cuyo extremo final habían tomado posiciones los rusos. La orden de Lord Raglan, general al mando del contingente británico, de impedir que el enemigo se llevase los cañones, estaba expresada tan confusamente que llevó a Lord Cardigan, que dirigía esa parte de la caballería, a lanzarse contra las baterías rusas cuando en realidad lo que se le estaba pidiendo era desalojar una lomas cercanas donde los rusos habían arrebatado a los británicos su artillería.
Ni Cardigan ni el jefe de la Brigada Pesada, Lord Lucan (que era su cuñado) quisieron pedir confirmación por no parecer cobardes, ya que se detestaban mutuamente. Así, aunque la Brigada Pesada se detuvo a tiempo, el resultado para la otra fue una carnicería: del total de 673 hombres hubo 113 muertos, 247 heridos y 475 caballos perdidos. Con razón dijo un general francés, testigo de los hechos: “C’est magnifique, mais ce n’est pas la guerre” (Es magnífico pero la guerra no es eso). El poeta Alfred Tennyson lo narró más gloriosamente:
Media legua, media legua,/media legua ante ellos./Por el valle de la Muerte/cabalgaron los seiscientos./¡Adelante, Brigada Ligera!”/“¡Cargad sobre los cañones!”, dijo./Por el valle de la Muerte/cabalgaron los seiscientos.
El poema era toda una inspiración por sí mismo y, de hecho, las estrofas aparecen sobreimpresionadas en pantalla más de una vez. Pero había un factor extra a tener en cuenta: en 1935 no sólo hubo un aldabonazo en el género de aventuras con El capitán Blood; la Paramount tuvo otro igualmente aplaudido, Tres lanceros bengalíes, una historia firmada por Henry Hathaway que transcurría en lo más exótico del Imperio Británico. El magnate Jack Warner no quería dejar que los rivales disfrutaran en exclusiva de aquel nicho temático tan jugoso, así que se le ocurrió combinar el guión que presentó Michael Jacoby con el titulo La carga de los 600 con una trama argumental que transcurriera en la India durante el Motín de los Cipayos, la insurrección de los soldados indios alistados en las filas de la Compañía Británica de las Indias Orientales (compañía privada que tenía el monopolio del comercio en esa colonia desde 1757, incluyendo su propio ejército para ejercerlo)
El capítulo elegido fue el asedio de Cawnpore en 1857. Esta ciudad (actual Kanpur) fue sitiada por los rebeldes y careciendo de tropas suficientes para defenderla, los británicos pactaron con el enemigo su entrega a cambio de permitírseles marchar. Los indios aceptaron pero luego incumplieron su promesa y masacraron a soldados y civiles, incluyendo a más de un centenar de mujeres y niños, lo que despertó una profunda sed de venganza en el ejército británico (y el final de la exclusiva de la Compañía, pues la corona pasó a ejercer el gobierno directamente al año siguiente).
Primera parte del artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Para saber más
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.