Artículo sobre la Expedición de los Diez Mil publicado por el historiador Sergio Alejo Gómez en su web profesional el día 01/09/2017. Puedes acceder a la versión original del mismo a través de este enlace.
Introducción
En la entrada de hoy vamos a hablar sobre Jenofonte y la expedición de los diez mil griegos mercenarios en territorio del Imperio Persa. Quizás no todos conozcáis a Jenofonte, pero seguro que os suena su obra, «La Anábasis», que fue escrita en base a sus propias vivencias, por lo que debería ser ajustada a lo sucedido. Aunque en ocasiones no siempre se cuenta lo que sucedió en realidad.
¿Expedición o retirada?
¿Por qué digo retirada? Pues porque lo que fue en principio una expedición para ayudar a un rey extranjero, se convirtió en un fracaso. Esos diez mil mercenarios griegos (según parece eran cerca de trece mil) se enrolaron a cambio de una suculenta recompensa. Pero los dioses les deparaban un destino muy distinto.
Comencemos por el principio. Cuando murió el rey persa Darío II, en el año 404 a.C., uno de sus hijos, Artajerjes II, heredó el trono. Él era el heredero legítimo, aunque su hermano, Ciro el Joven, no lo veía justo. Por ello reclutó un poderoso ejército al que se unió un nutrido grupo de mercenarios griegos que le ayudase a hacerse con el trono. Esos hoplitas griegos, procedentes de todas las ciudades estado, destacaban por su disciplina y organización, lo que sin duda era toda una garantía de éxito. Era por todos conocida la superioridad helena al resto de tropas coetáneas a ellos. Buena fe de ello habían dado los antepasados de Ciro durante las Guerras Médicas. El joven usurpador lo sabía muy bien, por ello se encargó de hacerse con sus servicios.
Inicios de la Expedición de los Diez Mil
En el 401 a.C., el ejército de Ciro el joven se dirigió hacia el interior del imperio para derrotar a Artajerjes y proclamarse nuevo emperador. El espartano Clearco, exiliado de su propia ciudad, asumió el mando de los mercenarios. Según el propio Jenofonte (que partió como cronista de la expedición), Ciro contaba con un ejército de 50 mil hombres, a los que se sumó el contingente griego, compuesto por hombres de ciudades estado tan diversas como espartanos, arcadios, siracusanos, acayos, tesalios, megarenses, atenienses… Era un ejército multi griego, donde las viejas rencillas de la Guerra del Peloponeso quedaron aparcadas por un beneficio común.
En septiembre de ese año se produjo la batalla de Cunaxa, cerca de la ciudad de Babilonia. Los griegos formaban en el ala derecha del ejército rebelde y obviamente derrotaron al ala izquierda persa sin mayor problema. No todo salió bien, pues el propio Ciro el Joven murió en el transcurso de la batalla, y su ejército huyó o se rindió.
Consecuencias de la batalla de Cunaxa
Pese a vencer, los griegos se encontraron aislados, aunque no se rindieron, ya que sabían que no habría clemencia para ellos. Fue por ello que los oficiales al mando buscaron negociar con los persas una salida. Al principio la cosa fue bien, y Artajerjes II permitió que se retirasen hasta el río Tigris. Seguramente hizo esto porque les temía y prefería sacárselos de encima antes que tenerlos campando por su imperio.
Los oficiales fueron convocados por el sátrapa Tisafernes a un banquete para concluir las condiciones del tratado, pero Artajerjes II no tenía intención de darles de comer precisamente. Su sátrapa, obedeciendo sus órdenes, los decapitó. Perdidos en mitad del reino de los persas, y sin oficiales, la cosa estaba complicada para el ejército. Aunque los griegos decidieron armarse de valor y no rendirse, por lo que eligieron nuevos oficiales tras convocar una asamblea, entre ellos al propio Jenofonte, y planificaron una retirada ordenada.
La retirada de los Diez Mil
La «Anábasis» (expedición desde el mar hacia el interior) se convirtió en una catábasis (del interior hacia el mar). El bloque entero se puso en marcha con las dificultades que ello entrañaba. Estaban en territorio enemigo y pese que la retirada la hicieron en orden, no disponían de un buen avituallamiento. Jenofonte se encargó de cubrir la retaguardia, aunque tampoco poseían caballería, por lo que eso fue otro hándicap más a sumar a la penosa situación. Los persas hostigaron la retaguardia griega con su caballería, y Jenofonte se vio forzado a plantar cara en varias ocasiones.
Los griegos tomaron la ruta más complicada, la de las montañas, puesto que pensaban que los persas no les perseguirían, aunque una vez allí se encontraron con la dificultad de un terreno abrupto. Además, se añadieron a la persecución otras tribus autóctonas de las montañas, como la de los carducos.
Las inclemencias meteorológicas también influyeron. Los griegos se vieron forzados a abandonar a los esclavos e incluso a las bestias de carga para no ralentizar su avance. Un gran número de hoplitas cayeron en los combates para proteger a los suyos, pero la marcha no cesó. A su paso por Armenia, el ejército fue atacado por un numeroso grupo de carducos y Jenofonte encabezó un exitoso ataque para dar tiempo a sus compatriotas de cruzar el río. Una vez en Armenia, pactaron una tregua con el sátrapa Tiribazo. Como la experiencia era un grado, los griegos no se creyeron al persa. Decidieron que era mejor atacarle por sorpresa y evitar males mayores. La suerte estuvo de su lado y les sorprendieron preparando un ataque contra ellos, con lo que les derrotaron de manera aplastante.
Tras meses de dura marcha, consiguieron llegar a las costas del Mar Negro, cerca de la ciudad de Trapezunte. Pero las cosas no iban a ser tan fáciles. El ejército se tuvo que enfrentar a algo peor todavía, el repudio de los suyos. En las ciudades griegas por las que pasaron fueron tratados como apestados, ya que la gente temía a un numeroso grupo de soldados sin botín que llevarse con ellos.
Las fuentes hablan de que en ese periplo hasta regresar a casa pasaron muchas cosas. Desde secesiones hasta campañas militares complementarias antes de regresar a su tierra natal. Pasaron casi dos años hasta que los supervivientes lograron regresar a su patria.
Consecuencias de la Anábasis
La más clara fue que esa expedición puso de manifiesto que el Imperio Persa no era tan temible. La superioridad técnica y táctica de los hoplitas demostró que se podía atacar al imperio persa desde su interior, y esa hazaña no tardaría demasiado en llevarse a cabo. Fue Alejandro Magno, o su padre Filipo II antes que él, quienes supieron analizar con detalle la situación que vivieron Jenofonte y los demás griegos 70 años antes. Se había abierto la veda del Imperio Persa. Sus puntos débiles habían salido a la luz, sólo quedaba atacarlos.
Artículo sobre la Expedición de los Diez Mil publicado por Sergio Alejo Gómez en su web profesional el día 01/09/2017. Puedes acceder a la versión original del mismo a través de este enlace.