Introducción
Alejandro III de Macedonia (356 – 323 a.C.), más conocido como Alejandro Magno, es uno de los personajes históricos más atractivos de estudiar no solo de la Historia antigua, sino de la Historia en general. Su breve pero intensa vida, la trascendencia de todas sus hazañas militares, y el cambio radical que provocó en todo el mundo ha propiciado que en los últimos siglos se hayan publicado miles de estudios sobre todo lo referido a su vida y obra. Antes de adentrarse en el corazón del Imperio Persa para acabar definitivamente a su enemigo, vamos a ver cómo fue la estancia de Alejandro Magno en Egipto.
Alejandro Magno en Egipto: el héroe salvador
Después de su espectacular victoria en la batalla de Issos y su complejo triunfo en el asedio de Tiro, Alejandro Magno tenía al alcance de la mano el mayor premio que podría haber obtenido durante esta primera fase de su década de conquistas en Asia: Egipto. Aislado en medio de una población hostil y sin esperanza alguna de recibir ayuda de Darío III, el sátrapa Mazaces se rindió rápidamente. Así, el conquistador macedonio se hizo con el poder del país del Nilo sin hacer ningún combate a finales del año 332 a.C.
A diferencia de los pueblos del Oriente Próximo, los egipcios nunca aceptaron la dominación persa, por lo que sus dos periodos de invasión (525 – 404 a.C. y 343 – 332 a.C.) se caracterizaron por constantes sublevaciones y una severa represión. Por tanto, no es extraño que los egipcios recibieran a Alejandro y los suyos con grandes festejos. Prueba de ello es que, una vez que estuvo en Menfis, el soberano celebró su victoria con unos juegos al estilo griego y un sacrificio a Zeus. Al mismo tiempo, Alejandro intentó ganarse al pueblo y la casta sacerdotal egipcia honrando públicamente a las principales divinidades egipcias.
En los cerca de cuatro meses que estuvo Alejandro Magno en Egipto hubo tiempo de sobra para incorporar el valioso país a sus posesiones sin necesidad de realizar grandes actos de armas. Los motivos por los que se lanzó a la conquista de Egipto en vez de dirigirse a Mesopotamia para enfrentarse con el emperador persa parecen estar claros: los recursos naturales, comerciales y geoestratégicos del país del Nilo eran muy importantes. La explotación de estos recursos terminó de solucionar los problemas de financiación de las campañas y proporcionó a Alejandro una magnífica base de operaciones para consolidar todas las conquistas efectuadas hasta entonces.
Probablemente en Menfis, Alejandro Magno se hizo proclamar faraón, llevando sobre su cabeza la doble corona que simbolizaba el Alto y el Bajo Egipto y adoptando la titulatura real tradicional de los faraones. El faraón Alejandro fue considerado hijo de Ra y fue venerado por sus nuevos súbditos como un dios, siempre con la colaboración de la poderosa casta sacerdotal.
Alejandro Magno en Egipto: la fundación de Alejandría
Más allá de su acelerada aclimatación a las tradiciones locales, los dos hechos más importantes de la estancia de Alejandro Magno en Egipto aun estaban por llegar: la fundación de la ciudad de Alejandría y la visita al oráculo de Amón en Siwa. Alejandría fue fundada por Alejandro Magno a principios del año 331 a.C. La leyenda dice que fue el propio Alejandro el que, acompañado de sus ingenieros y arquitectos, habría trazado en el suelo con harina los ejes principales de la ciudad cruzados en ángulo recto, así como la ubicación de los principales edificios.
Según los autores antiguos, la ciudad habría llegado a un tamaño de hasta diez o doce kilómetros cuadrados, y en ella habrían llegado a vivir al menos 600.000 personas en su mejor momento. Concebida desde su fundación como el mejor escaparate en Occidente de la riqueza y el esplendor cultural y económico de Egipto, Alejandría pronto se convirtió en una de las ciudades más importantes no solo de Egipto, sino de todo el mundo antiguo.
Alejandro Magno en Egipto: el oráculo de Siwa
Situado en pleno desierto de Libia, a varios cientos de kilómetros de Menfis, está el oasis de Siwa. Allí se levanta la colina rocosa de Aghurmi, en cuya cima se hallaba la ciudadela que acogió el santuario oráculo de Amón, considerado uno de los lugares más sagrados del mundo antiguo. Es prácticamente imposible saber qué es lo que ocurrió en el santuario, ya que Alejandro entró sin compañía en el sanctasanctorum del templo y jamás explicó lo que le había pasado.
Sabemos que, a su llegada, el sacerdote de Amón lo saludó como hijo del dios, y que al entrar en la parte más íntima del templo planteó al oráculo una serie de preguntas no conocidas, cuyas respuestas causaron una gran satisfacción en el nuevo faraón. Según lo que cuentan Plutarco y Diodoro (probablemente, con una base de leyenda más que de realidad), Alejandro quizás formuló dos preguntas: si se convertiría en el soberano de todos los hombres, a lo que el dios respondió afirmativamente; y si aun seguía con vida alguno de los culpables del asesinato de su padre, Filipo II, a lo que el dios le mandó callar, puesto que su verdadero padre era el dios Amón, asimilado como Zeus por Alejandro. Sea como fuera, el aura sacro del santuario de Siwa causó tal impresión al soberano macedonio que, en sus últimos momentos de vida en el 323 a.C., manifestó a sus generales que quería ser enterrado en el oasis de Siwa.
Bibliografía
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