Introducción
Alejandro III de Macedonia (356 – 323 a.C.), más conocido como Alejandro Magno, es uno de los personajes históricos más atractivos de estudiar no solo de la Historia antigua, sino de la Historia en general. Su breve pero intensa vida, la trascendencia de todas sus hazañas militares y el cambio radical que provocó en todo el mundo ha propiciado que en los últimos siglos se hayan publicado miles de estudios sobre todo lo referido a su vida y obra. Después de pasar un mes en la legendaria ciudad de Babilonia, Alejandro Magno se internó en el corazón del Imperio Persa para llegar a sus dos ciudades más importantes: Susa y Persépolis.
Alejandro Magno en Susa
En el Imperio Persa, Susa era mucho más que una simple ciudad. No solo era la residencia de invierno de los soberanos aqueménidas, sino que estaba considerada como la capital administrativa del imperio, ya que allí recibía el Gran Rey a sus embajadores y se guardaba gran parte del Tesoro Real. Inmediatamente después de la victoria macedonia en la batalla de Gaugamela, un grupo bajo el mando del general Filóxeno había partido hacia la ciudad para asegurar la entrega de la misma. Como señal de buena voluntad, el sátrapa persa de la región, Abulites, envió a su hijo Oxatres a Alejandro, anunciando así una rendición pacífica de la ciudad.
De esta manera, Alejandro entró en Susa a mediados de diciembre del 331 a.C., y, al igual que había hecho en Babilonia, confirmó a Abulites en su cargo de gobernador, pero siendo siempre vigilado por un comandante macedonio. Una escolta ceremonial acompañó a los macedonios desde el río Coaspis hasta la entrada del palacio real, donde Alejandro reflejó el trascendental éxito de su campaña sentándose en el trono de los emperadores persas.
Más allá de actos simbólicos, uno de los aspectos más importantes de la toma de Susa fue apoderarse del dinero persa. El botín material almacenado en la cámara del tesoro real de Susa, valorado en 50.000 talentos de plata, 9000 daríos de oro y 500 talentos de púrpura, convirtieron a Alejandro Magno en el hombre más rico del mundo y de la Historia de la antigua Grecia.
Una gran parte de este impresionante capital fue puesto en circulación y se destinó a todo tipo de empresas públicas: la financiación de una guerra de la Macedonia continental contra la Esparta del rey Agis, que se había rebelado en Grecia contra la dominación macedonia, la construcción de nuevas ciudades y vías de comunicación, la devolución de todos los tesoros que habían robado los persas a los griegos durante las Guerras Médicas, la activación de nuevas rutas comerciales…
Después de Susa: Alejandro Magno y los uxios
Al contrario que en Babilonia, Alejandro Magno solo pasó en Susa el tiempo justo para consolidar su poder en la capital. Y a diferencia del camino hacia Susa, que había sido tranquilo y sin contratiempos, la ruta que llevaba a Persépolis por los Montes Zagros estuvo plagada de numerosas dificultades. No en vano los macedonios se habían adentrado como invasores, no como libertadores, en la parte más profunda del Imperio Persa en pleno invierno.
Para empezar, en el camino a la capital persa había que atravesar las tierras tribales de los uxios, un pueblo guerrero de pastores que había mantenido su independencia frente al Imperio Aqueménida y cobraba un peaje a todos los que transitaban por su territorio. Alejandro se negó categóricamente a pagar este tributo, por lo que las hostilidades dieron comienzo. El jefe de los uxios, Madates, quería bloquearles el paso, pero el rey macedonio se le adelantó y atacó con gran contundencia por dos frentes. Al final Madates acabó rindiéndose y dejó que los macedonios se abastecieran con los recursos de su tierra a cambio de poder conservar sus asentamientos.
La batalla de las Puertas Persas
No obstante, sería en el paso de montaña de las Puertas Persas donde Alejandro Magno tendría que enfrentarse a su mayor reto militar desde Gaugamela. Este desfiladero, frontera natural de entrada a la región de Persépolis, estaba defendido por el sátrapa Ariobarzanes, al frente de unos 25.000 hombres como mínimo. Para combatirlo, Alejandro dividió sus fuerzas: dejó a Parmenión en la retaguardia junto a la impedimenta, recorriendo el llamado Camino de los Carros; y él mismo, al frente de sus unidades de élite, cabalgó a toda prisa, sin importarle lo escarpado del territorio, el frío y la copiosa nieve. Probablemente por estos factores, el ataque macedonio fue repelido con firmeza y obligado a retroceder, ocasionando numerosas bajas. Para Alejandro Magno, que venía de numerosas y épicas victorias en Issos y Gránico, esta fue su mayor y más amarga derrota hasta la fecha.
De un modo similar a lo ocurrido en la batalla de las Termópilas, el rey macedonio pudo finalmente conquistar este estrecho paso debido a un pastor licio que les reveló la existencia de un sendero alternativo que conducía a la retaguardia de los defensores. Tras rodear las montañas durante dos días, los macedonios cayeron sobre las defensas persas del nordeste, destruyeron dos fortificaciones e hicieron huir a los soldados de una tercera. La confusión y la sorpresa generada en el enemigo fue total, y Ariobarzanes acabó muriendo mientras huía para unirse a Darío III.
A pesar del fracaso inicial, la batalla de las Puertas Persas se cuenta entre las hazañas militares más brillantes de Alejandro Magno, junto al asedio de Tiro y las grandes batallas contra el Rey de Reyes. Además, cabe destacar que esta sería la última vez que combatiría contra un ejército persa organizado. Ahora que había superado su mayor obstáculo, el camino hacia la legendaria ciudad de Persépolis estaba despejado.
Bibliografía
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