Introducción
La inesperada y temprana muerte de Alejandro Magno provocó un cisma en la Antigüedad. Cuando nació Alejandro Magno en el año 356 a.C., Macedonia era un reino insignificante cuya propia independencia estaba constantemente amenazada por sus vecinos. Sin embargo, tres décadas después, cuando Alejandro muere en el 323 a.C., Macedonia era el mayor Imperio que el mundo había conocido hasta ese momento. Esta transformación tan radical del mapa político del mundo antiguo se sustentaba gracias a la existencia de Alejandro, por lo que, cuando este faltó, todos sus sueños de crear un Imperio Universal se vinieron abajo en muy poco tiempo. Como consecuencia, los años y décadas posteriores a su muerte estarán plagados de enfrentamientos militares y alianzas cambiantes entre sus numerosos sucesores, todos ellos generales suyos. Comenzaban así los conflictos de la llamada Guerra de los Diádocos (321 – 281 a.C.).
Los herederos de Alejandro Magno
A lo largo de su década de conquistas, Alejandro Magno puso bajo su mando a una gran cantidad de pueblos muy diferentes que poco tenían que ver entre sí, por lo que mantenerlos unidos en un solo Estado unitario parecía algo difícil de conseguir. Este mosaico de territorios contaban con muy diversos sistemas económicos (las repúblicas comerciales fenicias, las tierras de cultivo egipcias, la economía nómada de Irán…), formas de gobierno dispares (pensemos en Grecia, Mesopotamia, Egipto o Persia, por ejemplo), religiones y sistemas de creencias (Olimpo griego, divinidades egipcias, cultos babilonios, el mazdeísmo de los persas…), lenguas (griego, macedonio, egipcio, arameo, persa…) y ordenamientos jurídicos.
De un día para otro el pegamento que unía a todas estas civilizaciones desapareció, y los generales se vieron obligados a ejercer el poder sobre un gigantesco imperio. El general Perdicas, que se sentía legitimado por haber recibido el anillo con el sello real del agonizante Alejandro, propuso que no se hiciera nada hasta que naciera el hijo de Alejandro y Roxana, que por aquel entonces estaba embarazada de seis meses. Aunque la guardia personal del conquistador y la caballería apoyaron esta propuesta, la infantería exigía que Arrideo, hermanastro deficiente mental de Alejandro, fuera proclamado rey. La supervivencia del legado de Alejandro pendía de un hilo, por lo que, ante la amenaza de una guerra civil en el ejército, se optó por una solución provisional mientras se resolvía la crisis de sucesión originada. Cuando Roxana dio a luz a un niño, el recién nacido y Arrideo fueron proclamados reyes con los nombres de Alejandro IV y Filipo III Arrideo, siendo Perdicas el regente de todo.
El origen de la Guerra de los Diádocos
Como regente en la transición, Perdicas nombró nuevos titulares para las satrapías del Imperio. Entre otras, Capadocia fue asignada a Éumenes, Egipto a Ptolomeo, Tracia a Lisímaco, y la mayor parte de Anatolia occidental a Antígono. También dispuso que el Imperio en su conjunto debía ser gobernado en nombre de los reyes por Antípatro, Crátero y él mismo.
El frágil acuerdo de Perdicas estaba condenado al fracaso desde su inicio. Antes de que acabara el 323 a.C. empezaron a sucederse y a multiplicarse las rebeliones contra la ocupación macedonia, cuyos focos más importantes estuvieron en la Grecia continental y en las provincias más orientales del desaparecido Imperio Persa. Después del fracaso de ambas rebeliones, Antípatro tomó medidas radicales para asegurar la estabilidad como la disolución de la Liga de Corinto. Asimismo, en Atenas (líder de la sublevación griega) fue totalmente abolida la democracia y 12.000 ciudadanos perdieron los derechos de ciudadanía. De ese modo, Atenas quedó gobernada por una oligarquía organizada por un gobierno extranjero y sostenida por una guarnición militar igualmente extranjera.
Si bien estas rebeliones constituyeron un antecedente importante, la chispa que encendió la mecha de la Guerra de los Diádocos vino directamente relacionada con el conquistador. Ptolomeo cortó el paso al rico cortejo fúnebre que transportaba a Macedonia los restos mortales de Alejandro Magno para ser enterrados allí y lo obligó a dirigirse a Egipto. Perdicas no podía pasar por alto una ofensa tan directa y humillante a su autoridad como regente, por lo que en el 321 a.C. marchó con todas sus fuerzas para invadir Egipto.
Fases de la Guerra de los Diádocos
La Guerra de los Diádocos puede dividirse en dos fases diferentes. La primera, comprendida entre el 321 y el 301 a.C., abarca los conflictos entre los generales partidarios de mantener unido el imperio (como Perdicas, Antígono, Poliperconte o Eumenes) y los generales partidarios de dividir el imperio para formar reinos autónomos (como Lisímaco, Seleuco, Ptolomeo o Casandro). Esta primera fase acabó en el 301 a.C. con la derrota y muerte de Antígono en la batalla de Ipso, que inclinó finalmente la balanza en favor del bando separatista.
La segunda fase tuvo lugar entre el 301 y el 281 a.C., y se caracterizó por las luchas hegemónicas entre los separatistas para crear, mantener o incrementar los reinos que habían fundado. Después de muchas idas y venidas, la Guerra de los Sucesores concluyó en una última batalla en Coropedio (Frigia) librada entre unos octogenarios Lisímaco y Seleuco en el 281 a.C. El propio Lisímaco murió en el campo de batalla, y Seleuco fue asesinado al año siguiente por un hijo de Ptolomeo.
Consecuencias de la Guerra de los Diádocos
La lucha por la división del imperio de Alejandro Magno había durado cuarenta años, acabando definitivamente en el año 280 a.C. cuando murió el último de los generales que lo conoció en vida. El mundo que dejaba en ese momento Seleuco era muy distinto al que había edificado Alejandro.
En estos años se asistía al nacimiento de un nuevo sistema político dominado por los tres reinos que marcarían decisivamente la Historia de la Grecia helenística: la Macedonia de la dinastía Antigónida, que nunca cesó en sus intenciones de volver a los tiempos de gloria; el Egipto de la dinastía Ptolemaica, de gran esplendor cultural centrado en la ciudad de Alejandría; y el Imperio Seléucida de la dinastía del mismo nombre, que abarcaba la mayor parte de Oriente Próximo y Medio. En estos reinos tenemos a los protagonistas de la lucha por el poder que dominaría el Mediterráneo oriental y buena parte de Asia hasta la irrupción arrasadora de la República Romana.
Bibliografía
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