Introducción
La época helenística ocupa los tres siglos que van desde la muerte de Alejandro Magno en la Babilonia del año 323 a.C. hasta la muerte de Cleopatra VII en el Egipto del año 30 a.C. Sin embargo, podemos afirmar que la Historia de la antigua Grecia acaba en el 146 a.C., pues en ese año la República Romana convierte el mundo griego en una más de sus provincias, adueñándose así de unos territorios que jamás volverían a ser independientes. A lo largo de estos 177 años, Atenas siguió siendo el mayor centro cultural de la Grecia continental y conoció una notable prosperidad. Prueba de ello es que en Atenas nacieron o se desarrollaron tres de las escuelas de pensamiento más importantes de la filosofía helenística: el estoicismo, el epicureísmo y el escepticismo.
La filosofía helenística: el estoicismo
Zenón, el fundador del estoicismo, nació en la ciudad de Citio, en la isla de Chipre, en torno al 335 a.C. Aunque fue mercader de joven, pronto decidió cambiar de vida y mudarse a vivir a Atenas para dedicarse a la filosofía. El nombre de su escuela filosófica proviene del lugar donde Zenón impartía sus enseñanzas, una terraza con murales llamada Stoa Poikile («Pórtico de las Pinturas»). Por ese motivo, sus seguidores fueron llamados Stoikos, que significa literalmente «los del Pórtico».
Este importante filósofo escribió sobre el Estado ideal, las normas de conducta del individuo y la naturaleza del conocimiento y el deber. Según Zenón, la Tierra era el centro del universo y Zeus era su primer motor. Así, del mismo modo que el cielo no cambia nunca y Zeus siempre es el rey de los dioses, la monarquía es el único sistema de gobierno que cuenta con el favor divino. Por tanto, los estoicos eran anti revolucionarios, ya que esto supondría una violación de la organización natural del mundo. Por el contrario, aceptar el orden sociopolítico establecido, ser patriota y estar al servicio de los entes de gobierno ayudaría a armonizar el orden cósmico.
Zenón buscaba que sus seguidores alcanzaran la serenidad interior, ya que así el hombre se hacía insensible al dolor y al exceso de placer. Esto se debe a que todos los hombres, desde el más rico hasta el más pobre, debían ser conscientes de que no eran libres, pues estaban igualmente esclavizados por sus sentimientos y deseos terrenales. Además, como rechazaban los placeres, los estoicos solo practicaban sexo con fines reproductivos.
La filosofía helenística: el epicureísmo
Epicuro, fundador de la corriente de la filosofía helenística que lleva su nombre, nació en la isla de Samos en torno al 341 a.C. Una vez que se estableció en Atenas, abrió en su propia casa una escuela de filosofía llamada el Jardín en el 306 a.C. Partiendo de unas premisas antagónicas a las de los estoicos, Epicuro creía que la composición del universo era fruto del azar, del mismo modo que su nacimiento y su futura regeneración también habían sido y serían por azar.
Acorde con esto, Epicuro y sus discípulos (entre los que había también mujeres) afirmaban que los dioses existían, pero que no tenían el menor interés por los seres humanos. Siguiendo esta teoría, los dioses llevaban una vida tranquila y serena, y no perdían el tiempo escuchando quejas, vengando injusticias u ofreciendo consuelo. De esta manera, todos los rituales, ofrendas y oraciones de la religión griega eran totalmente inútiles.
Según esta corriente de la filosofía helenística, después de la muerte no había nada, pues los elementos que componían el cuerpo y el alma de cada individuo se disolvían. Por este motivo, dado que no existía ni el cielo ni el infierno, los epicúreos pensaban que el objetivo de la vida humana debía ser huir del sufrimiento y buscar la felicidad. En este sentido, la verdadera felicidad sería conseguir lo que llamaban la ataraxia, un estado de serenidad interior imperturbable libre del excesivo placer y el excesivo dolor. Para lograr este objetivo, Epicuro recomendaba apartarse de todo lo que generara dolor, como la búsqueda del amor, la construcción de fortunas o la participación en la política. A diferencia de los estoicos, los epicúreos aprobaban el sexo, pero siempre solo para satisfacer el libido, no por enamoramiento con la otra persona.
La filosofía helenística: el escepticismo
La filosofía helenística del escepticismo, asociada habitualmente con el nombre de su fundador, Pirrón de Élide (aprox. 365 – 275 a.C.), se popularizó en torno al año 200 a.C. El origen etimológico de la palabra («skeptesthai», que en griego significa examinar) ya nos está dando una idea de sus planteamiento base. Los escépticos opinaban que había que poner en duda cualquier tipo de conocimiento que se tuviera por real o verídico, ya que es imposible saber algo a ciencia cierta. Por este motivo, recomendaban a la gente aislarse del mundo, puesto que tanto la búsqueda de la verdad como la búsqueda del poder eran tareas inútiles. La subjetividad de las sensaciones y el temperamento del individuo, así como las circunstancias coyunturales de cada momento, impedirían siempre conocer la verdad objetiva de las cosas.
Del mismo modo, era imposible establecer una moral universal, pues cambiaba acorde con los pueblos. Así, nada había en el mundo que fuera absoluto y verídico, por lo que la relatividad de todas las cosas llevaba a suspender cualquier tipo de juicio moral sobre ellas. El avance de esta corriente de pensamiento fue una de las muchas causas que explican el estancamiento de la ciencia griega a finales del siglo II a.C. El relativo desprecio que existía hacia las ciencias provocó que éstas convivieran con otros métodos de conocimiento del mundo como la astrología, el esoterismo, la magia y la pura superstición.
En conclusión podríamos decir que, a pesar de sus diferencias, estas escuelas de la filosofía helenística tenían en común una cosa: todas buscaban calmar los sentimientos de angustia y ansiedad que preocupaban a hombres y mujeres de toda condición. Mientras que los destinatarios de la filosofía de Platón y Aristóteles eran individuos ricos de quienes cabía esperar que participaran en el gobierno de sus polis, las escuelas del mundo helenístico hablaban para un público mucho más amplio, de mucha menor escala social y capacidad intelectual, que tenía que vivir en un mundo sobre el que ejercían un escaso control.
Bibliografía
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