Introducción
La época helenística ocupa los tres siglos que van desde la muerte de Alejandro Magno en la Babilonia del año 323 a.C. hasta la muerte de Cleopatra VII en el Egipto del año 30 a.C. Sin embargo, podemos afirmar que la Historia de la antigua Grecia acaba en el 146 a.C., pues en ese año la República Romana convierte el mundo griego en una más de sus provincias, adueñándose así de unos territorios que jamás volverían a ser independientes. Antes de ese momento decisivo, el mundo griego y el romano llevaban más de 50 años en una lucha constante llena de altibajos por la hegemonía del Mediterráneo oriental. Aprovechando la debilidad coyuntural de sus enemigos griegos, el rey Filipo V de Macedonia (221 – 179 a.C.) se había mostrado rebelde ante el emergente poder de la República Romana fuera de la península Itálica. Como consecuencia de esta política, Macedonia y Roma se enfrentaron en tres guerras, libradas entre el 215/214 y el 168 a.C., que recibieron el nombre de Guerras Macedónicas.
Las Guerras Macedónicas: primer asalto
La primera de las Guerras Macedónicas enfrentó a la Macedonia de Filipo V contra la República Romana entre el 215/214 y el 205 a.C. La causa de la guerra fue el tratado de ayuda militar mutua que el rey macedonio firmó en el 215 a.C. con uno de los mayores enemigos de la Historia de la antigua Roma: Aníbal Barca, el célebre general de Cartago.
Después de una guerra de dos años (219 – 217 a.C.) para estabilizar su dominio de la Grecia continental, Filipo V quería extender la influencia de su reino en la región de Iliria, en la costa oriental del mar Adriático, la cual estaba bajo protectorado romano. Según este tratado, Filipo V se comprometía a prestar ayuda militar al caudillo púnico a cambio del apoyo de éste para echar a los romanos de esta zona vital para controlar el comercio en el Adriático.
Una vez que los macedonios comenzaron la lucha en la región, las ciudades agredidas pidieron auxilio a los romanos, cuya respuesta fue aliarse con las ciudades griegas enemigas de Macedonia para vencerla. De este modo, a finales del 212 a.C., los etolios (al norte de la península del Peloponeso y al sur de Macedonia) firmaron una alianza con Roma por la que se comprometían a atacar a Filipo V por tierra al mismo tiempo que Roma atacaba por mar. Con la promesa en el aire de un buen botín de guerra, poco después se sumaron al pacto el reino de Pérgamo, Esparta, Mesenia y Élide.
A pesar de que el bando romano tenía todo a su favor para ganar la guerra, algunos acontecimientos equilibraron la balanza. Progresivamente, los etolios se fueron quedando solos en la práctica en su lucha contra los macedonios. Roma, aunque seguía en en el conflicto, prestaba cada vez menor atención, dado sus otros conflictos abiertos. También el reino de Pérgamo se retiró por el mismo motivo a sus posesiones de Asia Menor, y los espartanos sufrieron una derrota en otro frente que los obligó a abandonar la lucha en Iliria. Finalmente, los éxitos de Filipo V llevaron a los propios etolios a negociar la paz con Macedonia en el 206 a.C.
Tras comprobar que no había una rápida victoria en el horizonte, la República romana, ahora enfrentada en solitario a Macedonia, decidió también sellar la paz. Según la Paz de Fénice (205 a.C.) y como conclusión a la primera de las Guerras Macedónicas, Roma perdía parte de su protectorado en Iliria, pero entraba definitivamente en el tablero político de la Grecia Helenística.
Las Guerras Macedónicas: segundo asalto
El segundo asalto de las Guerras Macedónicas entre la Roma republicana y la Macedonia de Filipo V tuvo lugar entre el 200 y el 197 a.C. Luego de su victoria contra Cartago en la Segunda Guerra Púnica (218 – 202 a.C.), Roma tenía ambiciosos planes expansionistas por todo el Mediterráneo. Por otro lado, en el año 204 a.C. subía al trono egipcio Ptolomeo V Epífanes, un niño de seis años. Aprovechando la inestabilidad del país, Filipo V de Macedonia y Antíoco III (223 – 187 a.C.), soberano del Imperio Seléucida, se aliaron para repartirse las posesiones territoriales egipcias en Siria y el Egeo. Ante este panorama, Atenas, Rodas y Pérgamo pidieron socorro a los romanos, quienes no estaban dispuestos a permitir que se formara una nueva gran potencia que les amenazara después de haber vencido a los cartaginenses.
A pesar de que las tropas romanas desembarcaron en Grecia en el año 200 a.C., no fue hasta el 198 a.C. cuando empezaron a tener victorias concluyentes, gracias a la llegada como comandante de las fuerzas del cónsul Tito Quincio Flaminino. El genio del militar romano no solo atrajo a nuevos aliados griegos al bando romano, sino que obtuvo una victoria decisiva sobre los macedonios en la batalla de Cinoscéfalos (junio del 197 a.C.).
Esta contundente derrota es trascendental para la historia del país, ya que, por primera vez desde los tiempos de Alejandro Magno, Macedonia pierde el papel hegemónico en la antigua Grecia. Como consecuencia de la Paz de Tempe (196 a.C.), el reino fue obligado a renunciar a todas sus posesiones en Asia y Europa, a reducir drásticamente su potencial militar y a pagar una fuerte indemnización de guerra. De esta manera, el país de Filipo II y Alejandro Magno volvía a estar reducido a su propio territorio.
Las Guerras Macedónicas: tercer asalto
Después de su segunda derrota ante Roma, Filipo V dedicó el resto de su reinado a la restauración de la prosperidad interna de Macedonia, respetando siempre lo estipulado en la Paz de Tempe. Cuando murió en el 179 a.C., le sucedió en el trono su hijo Perseo (179 – 168 a.C.), que trató de seguir su legado en Macedonia al mismo tiempo que trataba de extender, por medios pacíficos, su influencia en la Grecia continental.
Pasado un tiempo, el nuevo rey macedonio, en contra de su voluntad, se hizo popular entre las clases más humildes, donde existía una creciente oposición antirromana. Dado que las clases dirigentes eran filorromanas, la Roma republicana solo necesitaba una excusa para declarar una nueva y definitiva guerra contra Macedonia.
La excusa esta vez se personificaría en el rey Eumenes II de Pérgamo, quien sufrió en el año 172 a.C. un intento de asesinato del que se acusó sin pruebas a Perseo de Macedonia. Se iniciaba así la tercera de las Guerras Macedónicas (171 – 168 a.C.). No obstante, la primera guerra de Roma contra la Macedonia de Perseo no estaba resultando tan satisfactoria como se deseaba, ya que los distintos generales enviados por Roma no salieron exitosos: Licinio Craso fue derrotado en la batalla del monte Calicino, Aulio Hostilio fue rechazado en su avance a Macedonia, y Marcio Filipo tuvo que retirarse por problemas de abastecimiento de sus tropas.
Sin embargo, en una guerra lo que importa no es cómo empiece, sino cómo acabe. En el año 168 a.C. tomó las riendas del ejército romano Lucio Emilio Paulo, un experimentado general y cónsul de sesenta años. Después de mejorar significativamente la capacidad militar del ejército, los romanos obtuvieron una contundente victoria sobre los macedonios en la batalla de Pidna (168 a.C.) que implicó no solo el final de las Guerras Macedonias, sino la desintegración del reino de Macedonia.
Bibliografía
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