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Crítica de «Disparando a perros»

Crítica de la película «Disparando a perros» escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

Crítica de «Disparando a perros»

Muchas de las situaciones límite vividas en Hotel Rwanda se reproducen también en Disparando a perros (Shooting dogs), empezando por el hecho de que su guión, obra del periodista David Belton (en colaboración con David Wolstencroft), sea una plasmación de lo que él mismo vivió cubriendo el genocidio para la BBC. Belton se decidió a ponerlo por escrito (y más tarde a producir la película) en 1998, al enterarse del asesinato del franciscano croata Vjeko Ćuríc, a menudo comparado con Óskar Schindler por la cantidad de gente que puso a salvo en Ruanda, incluyendo al propio periodista. El esfuerzo del religioso mereció la pena, pues varios de los escasos supervivientes trabajaron en el film, tanto en la parte artística como en la técnica (se rodó íntegramente en el lugar de los hechos).

Hablábamos de similitudes. Así, se nos presenta un comienzo feliz -casi idílico- hasta que el derribo del avión presidencial precipita los acontecimientos; hay personajes que pasan de buenos a malos convencidos por la propaganda hutu; el protagonista tiene que recurrir al soborno para poder sacar adelante su empeño; vuelven a aparecer las listas de tutsis (aquí en un censo de vecinos); y no falta una escena espeluznante (el asesinato a machetazos de un bebé al que poco antes se había salvado la vida tras una odisea para encontrarle una medicina).

Póster en inglés de la película "Disparando a perros"
Póster en inglés de la película «Disparando a perros»

Pero, sobre todo, dos son las coincidencias principales. Una es el hecho de que un lugar de Kigali se convirtiera en santuario para refugiados tutsis. En este caso fue la École Technique Officiele, un centro educativo católico dirigido por el padre Christopher (un trasunto del citado Vjeko Ćuríc y que aquí interpreta el espléndido John Hurt) donde se concentraron unas 2.500 personas en condiciones bastante peores que las del Hotel de las Mil Colinas. La otra coincidencia es que la llegada de una columna francesa supone una enorme decepción para todos cuando los soldados anuncian que sólo se llevarán a los blancos (turistas y periodistas, más el genial detalle de un perro que se sube a un camión).

En ese sentido, el final cambia. Lamentablemente para quienes tuvieron la desgracia de buscar amparo en la escuela, el destacamento belga que la protege también recibe orden de retirarse y por eso los que se quedan piden que antes les maten a tiros, como alternativa a la muerte más brutal que saben que les espera, a golpes de machete o masu (una estaca con clavos), pues los interahamwe esperan ansiosamente en el exterior del recinto con sus espeluznantes cánticos dirigidos por un concejal de cínica cara amable.

Resulta muy interesante, por cierto, la compleja posición de los soldados, representada por el capitán Delon, que confiesa aspirar a emular a un familiar que escondió a judíos de los nazis durante la II Guerra Mundial pero a la hora de la verdad está atado de manos y se limita a cumplir las órdenes (irónicamente, lo interpreta el actor Dominique Horwitz, hijo de judíos alemanes huidos). La ONU les prohibió usar sus armas -salvo en defensa propia- porque sólo estaban como observadores y el único momento en que anuncian que van a disparar no es contra agresores sino contra los perros (de ahí el título)… porque devoran los cadáveres y suponen un riesgo para la salud pública; ironía suprema en medio de un genocidio.

Fotografía de los actores Hugh Dancy y John Hurt, protagonistas de "Disparando a perros"
Fotografía de los actores Hugh Dancy y John Hurt

Ese detalle termina por sacar de quicio al padre Christopher, que creía poder afrontar la situación al haber vivido ya un brote a escala menor en 1973 pero al que esta vez las dimensiones del asunto  -incluyendo el asesinato de varios sacerdotes y monjas vecinos- le hacen perder efímeramente la esperanza. Por eso, en un momento de crisis parece desistir de las misas que antes consideraba irrenunciables y entrega las biblias de las iglesia para que se puedan hacer hogueras. La marcha de la UNAMIR y el inexorable destino de los tutsis de la escuela le devuelven, paradójicamente, la confianza: él se queda con ellos porque entiende que Dios está allí y si se va teme no volver a encontrar su alma.

El religioso termina perdiendo la vida a manos de un antiguo amigo pero lo hace salvando a unos niños. Uno de ellos es una adolescente que abre y cierra la película con un plano de sus pies corriendo y, al final, se encuentra en Inglaterra con el protagonista, Joe, un joven cooperante (Hugh Dancy) que daba clases en la escuela y que en el último momento flaqueó, eligiendo marcharse con los belgas. Pesaron demasiado los horrores que contempló -incluyendo una matanza de niños y la traición del que creía un amigo-, quizá por eso la chica no se lo reprocha.

Fotografía de Michael Caton Jones, director de la película "Dispa"
Fotografía de Michael Caton Jones, director de la película

En ese sentido, cabe señalar, como uno de los mejores momentos, la conversación del profesor con una periodista de la BBC, cuyo equipo sólo aceptó ir a la École a grabar al saber que había refugiados europeos. No por racismo; simplemente porque sabe que, si no, el reportaje no interesará a nadie. Aquello es África y ella misma lo explica recordando con tremendas palabras su experiencia en otro genocidio reciente: «Cada vez que veía una mujer bosnia muerta pensaba: “podría ser mi madre”. Pero aquí sólo son africanos muertos».

Crítica escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.


Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.

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