Artículo escrito por Marco Almansa, doctor en Historia antigua
Introducción
Para muchos amantes actuales que celebran su relación en días como San Valentín, ¿qué mejor lugar para declararse que Roma?. Precisamente, ahora viajaremos ciento de años al pasado para ver cómo era el amor y el sexo en la antigua Roma. La casualidad ha querido que el anagrama de la palabra Roma si la leemos al revés, da como resultado amor.
Amor y sexo en la antigua Roma: los matrimonios
En la antigua Roma los matrimonios eran, a priori, con total falta de amor, salvo excepciones, como en todo. El objetivo principal del matrimonio era la procreación, crear ciudadanos romanos que sirvieran de provecho para el Estado, bien como soldados, políticos, agricultores, mercaderes, etc. El matrimonio servía también para forjar alianzas entre familias y aumentar el poder, tanto económico y social como político. Por ello, las relaciones sexuales entre marido y mujer eran, prácticamente, un trámite burocrático, sin intimidad ni pasión erótica. De ahí que en muchas ocasiones existieran los trámites de divorcio que la mujer podría demandar, eso sí, con testigos masculinos que le avalasen.
Es muy curioso que el cariño que profesaban los romanos desde los orígenes de los tiempos fuera todo en base al Derecho. Una pareja en las calles de Roma no se solía besar, no estaba tan bien visto como lo podemos ver hoy en día. Sin embargo, existía una ley, el ius osculi, el derecho al beso, que beneficiaba al hombre casado. Esta norma consistía en que la esposa debía besar en la boca cada día al marido, con el objetivo de controlar si la mujer había bebido vino. Esto se enlaza con una antigua ley que prohibía a las mujeres –al menos durante la República– consumir vino, ya que se suponía que si una mujer bebía alcohol podría perder el control y cometer adulterio.
Los adulterios: la búsqueda del sexo en la antigua Roma
Debido a la falta de pasión conyugal, las relaciones extramatrimoniales estaban a la orden del día. Pero, como en toda sociedad patriarcal, quien tenía la mala fama de cometerla era la mujer, siempre y cuando no se la pillara in fraganti. Todos sabían que muchas de ellas lo realizaban, pero no sólo con hombres, sino especialmente con mujeres. De hecho, aprovechaban ciertas reuniones entre amigas o en determinadas festividades religiosas, generalmente nocturnas, donde, por cierto, ningún hombre podía participar bajo pena de multa y juicio. Aquí se relacionaban sexualmente, rompiendo así las normas que las ataban a las costumbres más cohibidas de la sociedad patriarcal.
En cambio, los hombres podían relacionarse con otras mujeres a la luz del día. Para saciar sus ansias sexuales acudían a los diferentes prostíbulos de la ciudad, en donde intercambiaban sus lujurias con las mujeres u hombres especializados en el arte amatorio. Y sí, también existía el consumo de prostitución masculina por parte de hombres y, en algunos casos, por las mujeres. Siempre se ha dicho que se pagaba con monedas denominadas sprintias (término que tiene su origen en el siglo XVIII-XIX), pero esto no es cierto.
Las sprintias parecen ser realmente fichas de juegos que han aparecido en ambientes militares o zonas civiles de los campamentos, pero nunca en un contexto de lupanar. Por tanto, no se puede decir que estas monedas o fichas sean para el pago de los servicios sexuales. Estas fichas parecen ser de juegos del azar o de mesa, y no solo encontramos escenas eróticas en ellas, sino también la cara del emperador. En algunos otros casos incluso las hallamos con un agujero en la parte superior para llevarlas colgadas del cuello como amuleto de atracción de la fortuna.
El uso de las sprintias duró desde el gobierno del emperador Tiberio hasta poco después del inicio de la era del emperador Calígula, así que es un periodo muy breve y hay que seguir investigándolas para conocer toda la verdad alrededor de ellas.
No obstante, no todo en el amor iba ser bonito, claro. Existían multitud de fórmulas para hacer que la persona querida se enamorase de uno/a. Mediante las tablillas de maldición (tabulae defixionis), pero aplicadas para los amantes, se peticionaba que la otra persona se enamorase de quien realizaba la solicitud. En caso de no funcionar, se rogaba que a la chica o chico se le pudrieran los ojos, los órganos, se quedara sorda o ciega. Solían ir acompañadas de una especie de «muñecos vudú” denominados kolossoi que eran donde se fijaban las agujas para producir el daño a la persona por no corresponder con la solicitud amorosa.
Erotismo, lascivia y sexo en la antigua Roma
Nos han llegado numerosas imágenes eróticas desde la antigua Roma. En ellas nos muestran a unos romanos que vivían su sexualidad de forma muy abierta y sin los tapujos que impuso la Iglesia sobre todo desde la Edad Media en adelante. Por poner un par de ejemplos, conservamos muchas escenas homoeróticas en las que dos hombres están en posiciones sexuales distintas, un hombre practicando un cunnilungus (por cierto, no estaba muy bien visto porque suponía una sumisión del hombre bajo la mujer), realizando tríos en donde la mujer estaba en medio de dos hombres o realizando distintas posturas y actos amatorios de un hombre y una mujer.
Empero, no tenemos que pensar que los romanos realizaban constantes orgías y bacanales. Esta leyenda negra fue transmitida por algunos autores cristianos del s. IV d.C. en adelante que cuestionaban la moralidad y las costumbres de los no cristianos. En el siglo I d.C. el autor romano Séneca afirmaba “La pasividad sexual para un hombre libre es un crimen, para un esclavo una obligación y para un liberto una necesidad”. Esto nos indica que la llamada homosexualidad (tal como hoy la definimos) era permitida siempre y cuando el hombre romano libre asumiera un rol de activo, mientras que un infame como una prostituta, un gladiador, una mujer (sea libre o no) o un esclavo (hombre e independientemente de su edad) debía asumir el papel pasivo.
¿El origen de San Valentín?
La tradición nos dice que allá por el 270 d.C. en Roma, bajo el gobierno del emperador Claudio II “el Gótico”, el famoso San Valentín casaba a escondidas a los soldados cristianos con mujeres. Esto mismo no está del todo probado, porque no hay datos fiables sobre su existencia y sabemos de estos hechos por el Papa Gelasio I (493 d.C.) quien estaba en contra de las festividades paganas.
Por otro lado, si buscamos el origen etimológico de la palabra Valentín, procede de “valens” y significa valiente. Este era el adjetivo que adquirían aquellos jóvenes Lupercales que iban purificando y dando el favor a latigazos a las mujeres embarazadas o que pretendían estarlo. Aun así, cabe decir que no hay relación entre San Valentín y las Lupercales, ya que estas fiestas fueron reemplazadas con la Fiesta de la Purificación de la Bendita Virgen María. Además, lo cierto es que hubo hasta siete Valentines en varios puntos de Europa y en Bizancio cuyas historias se entremezclaron, según su procedencia. Todos ellos servirían de inspiración para los fundamentos literarios occidentales a partir del s. XIV. Finalmente, en 1969, durante el Concilio Vaticano II, se eliminó la fiesta del calendario litúrgico, quedándose sólo en la tradición popular romántica y comercial del día 14 de febrero como el día de San Valentín.
Y qué mejor para terminar que un breve fragmento de “El arte de amar” del poeta romano Ovidio que tanto escandalizó al propio emperador Augusto. Aconseja aquí a la mujer en qué posturas ha de ponerse para disimular sus “imperfecciones” y dar placer a su amante. Veamos que dice el Libro III. 771-788:
“Que cada una se conozca a sí misma; adoptad determinadas posturas según vuestro cuerpo; no a todas les cuadra la misma posición. La que destaque por su bello rostro, deberá acostarse boca arriba; las que están contentas de sus espaldas, míreselas por la espalda. Milanión llevaba sobre sus hombros las piernas de Atalanta: si son hermosas, de ese modo se las debe contemplar. La que es pequeña, que monte a caballo: la esposa tebana, como era de gran altura, no cabalgó nunca sobre Héctor. Que oprima el colchón con las rodillas doblando un poco la cabeza hacia atrás la mujer a la que haya que admirar por su largo costado. Ante la que tiene un muslo juvenil y además unos pechos sin defecto, quédese el hombre de pie, y acuéstese ella en un lecho inclinado. No creas que es vergonzoso desatar tu cabello como la madre de Filis y echa hacia atrás tu cuello cuando te sueltes la cabellera. También tú, a quien Lucina dejó señalado el vientre con estrías, cabalga de espaldas, como el rápido parto. Mil son los juegos de Venus; sencillo y de mínimo esfuerzo es cuando ella yace de lado apoyándose sobre el flanco derecho”.
Así pues, Omnia vincit amor et nos cedamus amori. – El amor lo conquista todo, démosle paso al amor.
Artículo escrito por Marco Almansa, doctor en Historia antigua
Bibliografía
ANGELA, A. (2015): Amor y sexo en la antigua Roma. Madrid: La Esfera de los libros.
GRIMAL, P. (2000): El amor en la antigua Roma. Barcelona: Paidós.
ROBERT, J. N. (1999): Eros romano: sexo y moral en la Roma antigua. Ed. Complutense, la mirada de la Historia.
Marco Almansa Fernández es Doctor en Ciencias de las Religiones, con una tesis sobre los sacrificios en la religión romana. Es Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y Máster en Historia y ciencias de la Antigüedad por la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad Autónoma de Madrid. En esta última también ha trabajado como profesor sustituto y extracurricular. Además, ha participado en numerosas campañas de excavación arqueológica, ha colaborado con programas de la televisión y la radio y realiza una labor muy activa de divulgación histórica en las redes gracias a su liderazgo del grupo de recreación histórica romana «Mos religiovs».