Crítica de «La venganza de Ulzana» escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia
Crítica de «La venganza de Ulzana»
Nada más empezar «La venganza de Ulzana» (1972), justo tras los créditos iniciales, llega un jinete al galope anunciando en Fort Lowell la terrible noticia: Ulzana, un apache chiricahua, ha escapado de la reserva con varios guerreros. Inmediatamente, todos los soldados se movilizan asumiendo un estado de alarma que proporciona al espectador un primer indicio de lo que vendrá después. Es el final del único momento de humor de toda la película, el del joven teniente DeBuin distraído durante un partido de béisbol castrense, y el inicio de una historia de tono completamente diferente, cruel, brutal y feroz, característico del director Robert Aldrich.
Lo refuerza la advertencia que el comandante de la guarnición hace al susodicho teniente tras encomendarle la misión de encontrar a Ulzana y devolverlo a la reserva: es un regalo envenenado que lo mismo le puede proporcionar una impagable experiencia y colmarle de honores que suponer su final. Tal es la amenaza a la que se enfrenta, plasmada poco después en la terrible escena en la que el soldado encargado de escoltar a una granjera y su hijo, al ser atacados por los indios, prefiere matarla y tratar de salvar al niño para luego, al ser abatido su caballo, pegarse un tiro antes sufrir la tortura que le esperaría.
Así ocurrió poco antes con el compañero suyo, encargado de advertir a los colonos de la región, y su propio cadáver servirá de diversión a dos apaches, que le sacan el corazón entre risas mientras su jefe, Ulzana, perdona la vida del niño; no porque se apiade de él sino porque no sacará nada de matarlo, ya que carece de la fuerza y energía de un adulto, que es de lo que se apropia cuando acaba con uno (impacta la mirada de desdén que le dedica, seguida de la de su hijo, que tendrá la misma edad que el niño blanco). De hecho, esa es la explicación que un scout indio da al teniente -cuyo padre es un religioso-, cuando éste le interroga intentando comprender tanto salvajismo.
Poco después, el oficial choca amargamente con la realidad cuando sorprende a cuatro de sus hombres destripando también el cuerpo de un indio muerto, el propio hijo de Ulzana. Entonces le dice al veterano explorador que le acompaña que esperaba que habría que matar pero no acepta torturar y mutilar, a lo que el otro responde: “Lo que le inquieta, teniente, es que no le gusta pensar que los blancos se comporten como los indios”.
Eran unos tiempos y lugar duros, donde primaban la supervivencia, la crueldad y el ojo por ojo. El sargento le recordará después cómo en una campaña anterior, contra el viejo Nana, tuvo que asistir a la agonía y muerte de un niño blanco empalado en un cactus y, en conclusión, nadie le convencerá de poner la otra mejilla ante un apache. Un joven Bruce Davison, que luego centraría su trabajo en televisión, interpreta al novato pero espabilado teniente DeBuin, mientras el siempre perfecto secundario Richard Jaeckel encarna al rudo y descreído sargento y el mexicano Joaquín Martínez asume el rol de un altivo e implacable Ulzana.
La banda sonora corre a cargo de un habitual de Aldrich, Frank de Vol; y de la bella fotografía, que plasma los paisajes de Arizona y Nevada, Joseph Biroc, otro colaborador frecuente del director que dos años más tarde ganaría el Óscar por «El coloso en llamas«. Robert Aldrich ya era un veterano cineasta con una filmografía notable («Sodoma y Gomorra», «¿Qué fue de Baby Jane?», «Doce del patíbulo») en la que no faltaban incursiones en el western: unas en clave dramática («Él último atardecer») y otras de comedia («Cuatro tíos de Texas»), aunque en ese género su gran aportación había sido «Veracruz».
Sin embargo, es especialmente reseñable la que fue su cuarta película, no sólo por el film en sí sino también por lo que tiene que ver con «La venganza de Ulzana». Estrenada en 1954, se titula «Apache» y, al igual que la otra, se ambienta en la guerra que el ejército estadounidense mantuvo contra ese pueblo en el último cuarto del siglo XIX. Pero es que, además, ambas están protagonizadas por Burt Lancaster. Lancaster interpreta en la primera a un guerrero apache llamado Massai que huye de la reserva de Florida, donde fueron recluidos los suyos tras la rendición de Gerónimo, ocultándose con su esposa hasta que un día les descubren y tiene que luchar de nuevo.
En la segunda hace el papel de un veterano explorador llamado John McIntosh, que acompaña al teniente en la persecución de Ulzana aportando su experiencia y su ascendiente con los indios, a los que conoce bien porque los ha combatido pero sin odiarlos (y además tiene una esposa indígena). Hay una curiosa anécdota sobre ese personaje: su nombre es un homenaje a John McIntire, el actor que en «Apache» había asumido el rol de Al Sieber, siendo éste un alemán cuya familia -eran ocho hermanos- emigró a EEUU; combatió en las filas del ejército nordista durante la Guerra de Secesión y más tarde llegó a ser jefe de exploradores del general Crook durante las Guerras Apaches.
En el cine también fue interpretado por Robert Duvall en 1993: en «Gerónimo», de Walter Hill. El McIntosh de Lancaster es un trasunto de Sieber; aunque el actor aseguraba que el guionista probablemente nunca entendió el porqué de aquel cambio de apellido, ya que se trataba de una broma personal entre él y Aldrich. El guionista en cuestión, Alan Sharp, era un escritor escocés que en los años sesenta se estableció en Hollywood, donde escribió guiones para series televisivas. En 1971 hizo el de su primer film, «La última carrera» (Richard Fleischer) y ese mismo año un western atípico, «The hired hand» (Peter Fonda), lo que le abrió las puertas definitivamente a la gran pantalla (suyos serían los textos de «La noche se mueve», de Arthur Penn; «El año que vivimos peligrosamente», de Peter Weir; «Clave Omega», de Sam Peckimpah; y «Rob Roy», de Michael Caton-Jones).
El guión de La venganza de Ulzana refleja la empatía hacia los nativos que se había ido asentado en el séptimo arte desde la década anterior y que Sharp compartía con Aldrich y Lancaster (quien dijo una vez que en toda su carrera sólo le habían gustado dos primeros guiones, éste y el de «El hombre de Alcatraz«, que le supuso una nominación al Oscar). A pesar de ello, el libreto sufrió innumerables cambios y apenas quedó un tercio del original… lo que no impide que, a la postre, sea considerado uno de los mejores del western y de su autor, demostrando que incluso alejándose mucho de los hechos históricos -como veremos- se puede hacer un trabajo cinematográfico de calidad.
Y es que el argumento del film se basa en un episodio real: la incursión (el título original es «Ulzana’s raid») que un apache chiricahua llamado Ulzana realizó por el sur de Arizona tras huir de la reserva de San Carlos, un infierno insalubre en el que los apaches fueron recluidos en 1872, después de la muerte de Cochise, su líder indiscutible. Ulzana no fue el primero en irse porque Gerónimo lo hizo hasta cuatro veces, originando siempre un caos; hasta con complicaciones internacionales, puesto que siempre buscaba refugio en la parte mexicana de la Sierra Madre, de modo que sus perseguidores no pudieran cruzar la frontera. Así fue hasta que un pacto entre gobiernos lo autorizó y el irreductible apache tuvo que arrojar la toalla definitivamente, siendo deportado con todos los suyos a Florida.
Pero antes, en 1885, Gerónimo llevó a cabo su enésima fuga por el descontento que se había extendido entre los apaches, fruto del infecto sitio donde les recluyeron y de las fricciones con las autoridades: éstas les prohibieron dos costumbres ancestrales como maltratar a sus mujeres (incluyendo cortarles la nariz a las adúlteras; en ese sentido, a un soldado que pregunta por qué los apaches se han ensañado con una granjera, otro le contesta que no tratan mejor a sus esposas) y elaborar tizwin, una bebida alcohólica con la que se emborrachaban. En la película, McIntosh destapa una tercera causa: la estafa del agente indio en el pesaje de la carne que debe entregar a los apaches.
Al carismático Gerónimo —que no era jefe de tribu sino de guerra, algo en lo que podía erigirse cualquiera con carisma y destreza— le acompañaron cuarenta y dos guerreros, así como un centenar de mujeres y niños. Entre ellos figuraban Naiche (el hijo de Cochise), Nana, Mangas y Kla-Esch, más conocido como Chihuahua, separándose en varios grupos por dos razones: para despistar a los soldados del general Crook y Al Sieber, que salieron tras ellos, y porque discutieron entre sí.
Uno de los problemas que tenían era la escasez de municiones y, entonces, un guerrero se ofreció a dirigir una razia para solucionarlo. Se trataba de Ulzana, hermano mayor de Chihuahua, quien sabía cómo eludir a los soldados porque ya había trabajado para ellos de explorador en 1881, en la campaña de caza al viejo Nana; doble ironía, pues había aprendido mucho de los movimientos y tácticas de éste y porque fue la misma en la que participó el sargento de la película.
Ulzana llevó consigo sólo una decena de hombres, pero hizo historia porque en un par de meses recorrió 1.930 kilómetros, mató a 38 personas, robó 250 caballos y mulas y, lo más inaudito, no perdió ni a uno solo de sus guerreros. Es más, en el colmo de la audacia, se permitió realizar un osado ataque sorpresa nocturno a Fort Apache, durante el cual mató a una docena de apaches montaña blanca, viejos enemigos, sin que los soldados se enterasen. Esa desfachatez y la imposibilidad de encontrarlo obligaron a Crook a cambiar de estrategia, dejando las operaciones en manos de un brillante capitán al mando de un centenar de scouts apaches; muchos de éstos eran también chiricahuas que estaban hartos de Gerónimo, caso de Chato (que, sin embargo, en 1883 había luchado a su lado).
El personaje de Ke-Ni-Tay, de la película de Aldrich, muy bien podría ser él, aunque le presenta como el cuñado de Ulzana y, en un raro rasgo humorístico, dice que el otro le odia porque su mujer es más guapa. La acción del film transcurre en ese contexto, aunque básicamente está inventada. McIntosh, herido de muerte sin posibilidad de ser curado o trasladado, espera el óbito liando un cigarro con pulso tembloroso mientras se congela la imagen y se pasa a créditos, en una metáfora del mundo al que deberá adaptarse el teniente; el verdadero Sieber, en cambio, vivió hasta 1907.
Asimismo, el Ulzana cinematográfico ve cómo sus bravos son abatidos uno tras otro y termina dejándose matar por Ke-Ni-Tay entre cánticos, cuando en la vida real, decíamos, no perdió a nadie ni consiguieron atraparlo. Él y su grupo habían dejado a Gerónimo para conseguir munición pero también para volver a la reserva, liberar a sus familias y matar a Chato, que ahora trabajaba para el ejército (como vimos, también Ulzana lo había hecho tiempo atrás). No tuvieron éxito en ninguno de esos objetivos ni lograron que ningún indio más se les uniese, tal era el hartazgo que producía la testarudez y brutalidad de Gerónimo (incluso con ellos).
Finalmente, Chihuahua y Ulzana se entregaron junto a otros 77 chiricahuas. Únicamente quedaron Gerónimo y Naiche, que seguían irreductibles en Sierra Madre con 18 guerreros y 22 mujeres y niños porque temían ser ahorcados. El general Nelson Miles pidió a Sheridan que le autorizase a enviar a Ulzana como mediador, pero la solicitud fue denegada porque se quería la rendición incondicional. «La venganza de Ulzana» pasa hoy por ser una de las obras cumbres de Robert Aldrich y del género. Sin embargo, en su día fue un fracaso comercial que apenas recaudó una quinta parte de su coste, quizá porque el público estadounidense se sintió incómodo descubriendo en ella demasiadas similitudes con la Guerra del Vietnam, aún en curso, y la dureza de muchos de sus episodios, entre ellos la matanza de Mi-Lay, ocurrida un par de años antes. Afortunadamente, el tiempo la ha devuelto al lugar destacado que le corresponde en el séptimo arte.
Crítica de «La venganza de Ulzana» escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador de los blogs “El Viajero Incidental” y «Cita con Clío» y bloguero de historia y viajes desde 2009. Además, es editor de “La Brújula Verde”.