Crítica de la película «En el corazón del mar» escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia
Crítica de «En el corazón del mar»
En 1851 llegaba a las librerías Moby Dick, la sexta novela de un escritor razonablemente exitoso llamado Herman Melville. Era un hombre de familia acomodada pero arruinada, que en su juventud había sido ballenero y decidió cambiar de oficio al percatarse del interés que despertaban los relatos que contaba de las aventuras que vivió.
Moby Dick tuvo una acogida desigual, con críticas positivas pero no entusiastas, algo que se reflejó en unas ventas más bien modestas. Habría que esperar unos años a que fuera redescubierta y saludada como “una epopeya digna de Homero”, en palabras del prestigioso Nathaniel Hawthorne, al que el autor se la había dedicado porque eran amigos.
Para entonces, Melville ya había fallecido con la amargura de que la novela que más quebraderos de cabeza le dio, la que le consumió física y psicológicamente, había pasado sin pena ni gloria… Nunca imaginó que luego sería considerada no sólo su mejor libro sino una obra maestra de la literatura universal.
La caza de ballenas fue un floreciente negocio que comenzó a gran escala a finales del siglo XVII pero eclosionó en el XIX, cuando la Segunda Revolución Industrial empezó a demandar el espermaceti (una especie de sustancia cerosa que los cachalotes tienen en la cabeza) para la lubricación de la maquinaria, así como la grasa para usar como aceite en las lámparas de los hogares, en la fabricación de jabón e incluso la elaboración de mantequilla.
También se aprovechaban las barbas para los corsés y paraguas, la carne para los restaurantes y los huesos, mientras que el vómito o ámbar gris, que esporádicamente se encontraba en su estómago, alcanzaba precios altísimos —aún lo hace— por su aplicación como fijador de perfumes.
Gracias a ese creciente nicho económico prosperaron varias localidades de la costa atlántica de EEUU como New Bedford o Nantucket; del puerto de esta última zarpa en la novela el Pequod, el barco del capitán Achab. Fue, asimismo, el punto de partida del Essex, un buque ballenero de tres palos y veintisiete metros de eslora que estaba al mando del capitán George Pollard Jr.
En 1820 este barco protagonizó el insólito incidente que inspiró a Melville para Moby Dick: el navío fue atacado y hundido por un enorme cachalote albino, dejando a los supervivientes en tres botes a la deriva durante tres meses y obligándolos a practicar el canibalismo para sobrevivir, para lo cual elegían por sorteo a quién se sacrificaba.
El suceso impresionó tanto en su época que el mismísimo Edgar Allan Poe lo aprovechó en 1838 para la primera mitad de su única y extraña novela, La narración de Arthur Gordon Pym, centrándose en el escabroso episodio de los náufragos. Melville prefirió el del cachalote, del que tomó no sólo la apariencia sino también el nombre, pues se le conocía como Mocha Dick (Mocha es una isla chilena en cuyas aguas se había avistado por primera vez en 1810); de hecho, antes de Moby Dick, en 1839, el explorador y periodista Jeremiah N. Reynolds ya había publicado en la revista The Knickerbocker un artículo con el mismo tema titulado Mocha Dick o la ballena blanca del Pacífico.
El potencial literario del suceso es tan evidente que desde entonces han ido saliendo más libros. Uno de ellos es In the heart of sea. The tragedy of the whaleship Essex, con el que el escritor Nathaniel Philbrick ganó el National Book Award for Nonfiction en el año 2000 y que quince años más tarde fue adaptado para el cine por el guionista Charles Levitt, conservando el mismo título.
Inicialmente iba a ser la productora Miramax la que se encargase, con Barry Levinson en la dirección, pero al final fue la independiente Intermedia la que asumió el proyecto, contratando a Ron Howard. Tiempo atrás era casi una garantía de éxito contar con Howard, un profesional capaz de combinar comercialidad con cierta calidad; basta con echar un sucinto vistazo a su currículum, en el que figuran, entre otros filmes como Splash, Cocoon, Willow, Apolo 13, Una mente maravillosa —con la que ganó el Óscar al mejor director— y Cinderella Man.
Como base para su novela, Philbrick utilizó un relato que había escrito Thomas Nickerson, quien había vivido personalmente aquella aventura cuando era grumete del Essex. Su testimonio permaneció ignoto hasta que se descubrió en 1960, aunque hubo que esperar veinte años para confirmar su autenticidad.
Por tanto, Nickerson iba a ser el narrador: primero, cuando ya anciano y torturado por la experiencia, acepta contar ésta a Melville (a esa edad lo interpreta el conocido actor irlandés Brendan Gleeson, el Alastor Moody de la saga Harry Potter); luego, retrocediendo en el tiempo a su adolescencia para entrar de lleno en los acontecimientos (ahí, el papel corre a cargo de Tom Holland, Spiderman en las últimas películas de Marvel).
Owen Chase, el primer oficial, debía recibir el mando del Essex porque, pese a tener apenas veintiún años, ya había navegado antes y muy eficientemente. Sin embargo, los armadores decidieron conceder la capitanía a George Pollard, sin apenas experiencia, debido a que era hijo de una ilustre familia local frente a Chase, no nacido en Nantucket.
La destreza de Chase frente a la vacilación del capitán al afrontar los problemas (una vela que no se despliega, capear la tormenta o el adecuado trato a los bisoños) dan pie a un clásico choque de personalidades —la modestia y profesionalidad contra la arrogancia de clase y soberbia— que supondrá que ambos deban alcanzar el pacto de malsoportarse hasta acabar el viaje (“eran como un matrimonio mal avenido” dice Nickerson), aunque para entonces las trágicas circunstancias terminarán por acercarles más de lo que hubieran imaginado nunca, hasta el punto de dar pie a una pequeña sorpresa final.
Posteriormente, Chase se embarcó varias veces más como ballenero, pero luego pasó ocho años en un manicomio, fruto de las pesadillas y desvaríos que sufría sobre el canibalismo practicado (escondía comida en el ático). Antes había dejado por escrito su recuerdo de los hechos en Narrativa del naufragio más extraordinario y angustioso del barco ballenero Essex. Su hijo se lo dio a Melville, que en realidad no se entrevistó con él sino con Pollard.
Pollard también volvió a la mar en un ballenero y sufrió un nuevo naufragio, tras el cual no recibió nunca más un mando y trabajó el resto de su vida como vigilante nocturno. El papel de Chase fue asignado a Chris Hemsworth, que vivía una carrera ascendente gracias a su interpretación de Thor en la mencionada saga Marvel.
Para Pollard se barajaron varios nombres —entre ellos Henry Cavill y Benedict Cumberbatch— hasta que se eligió a Benjamin Walker, un actor que había hecho la mayor parte de su carrera en los teatros de Broadway y cuyos papeles más destacados de su escaso paso por el cine eran un secundario en Banderas de nuestros padres y el protagonismo en Abraham Lincoln, cazador de vampiros.
Aparte de las escenas de estudio, rodadas en Inglaterra, las localizaciones exteriores de En el corazón del mar se situaron en las Islas Canarias, concretamente en Lanzarote y La Gomera. De hecho, la participación española en la película se extiende también a Jordi Mollá, en el rol del capitán hispano al que el cachalote arrancó una mano y que indica a Pollard dónde encontrar grandes manadas de ballenas en aguas de Chile, y a Roque Baños, músico murciano encargado de la composición de la banda sonora por recomendación de Hans Zimmer cuando él declinó la oferta.
El film fue un fracaso comercial y apenas recuperó noventa y cuatro de los cien millones invertidos. Es posible que en ello tuviera que ver la competencia de estrenarse a la vez que Star Wars. El despertar de la Fuerza, pero lo cierto es que también tuvo en contra que su argumento se considerase anticuado —más propio de los años cincuenta—, algunas trampas en el guión (Nickerson describe situaciones en las que no estuvo presente, como los momentos familiares del protagonista, por ejemplo) y que su director, quizá intentando no caer en el morbo, desaprovechara el potencial dramático de la terrible experiencia de los náufragos.
Aun así, no faltan momentos e imágenes interesantes: el hundimiento del barco metaforizado en la tinta del diario de bordo, corrida por el agua; la sangre de una ballena recién cazada duchando a sus captores como si de un atávico bautismo se tratara —“¡la chimenea está encendida!”, exclaman los marineros en su particular argot—; el ojo del cachalote fijo en su enemigo, Chase; o la lapidaria frase que justifica la ocultación de los hechos por los armadores para evitar el recelo de las aseguradoras (“como en todos los negocios, la probabilidad de éxito tiene que ser mayor que el riesgo asumido”).
Howard prefirió primar el enfrentamiento con el cetáceo, espectacular gracias a la tecnología pero algo vacuo. Irónicamente, es lo que Melville había hecho, sólo que él lo envolvió en su mágico e inmortal arte literario.
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador de los blogs “El Viajero Incidental” y «Cita con Clío» y bloguero de historia y viajes desde 2009. Además, es editor de “La Brújula Verde”.