
Ficha técnica
Título: «El reconstructor de caras»
Subtítulos: «El cirujano que recompuso el rostro de soldados desfigurados en la Primera Guerra Mundial»
Autora: Lindsey Fitzharris
Editorial: Capitán Swing
Edición: Madrid, 1ª edición, 2024
Nº de páginas: 272
Conociendo El reconstructor de caras, de Lindsey Fitzharris
En 1914, cuando estalló la I Guerra Mundial, nadie imaginaba que estaban ante el mayor conflicto bélico jamás experimentado. La guerra de las trincheras no solo provocó combates por todo el planeta e innumerables muertos, sino también millones y millones de soldados heridos.
Algunos de estos lograron recuperarse de sus heridas, mientras que otros quedaron discapacitados —física o mentalmente— para siempre. Especialmente traumático es estudiar el conjunto de personas que sufrieron heridas no letales en la cara. Sobrevivieron a una desfiguración terrorífica, pero luego tuvieron que enfrentarse al rechazo social por su apariencia.
Esta escalofriante historia, poco conocida por el gran público hasta ahora, es el epicentro del libro El reconstructor de caras. El cirujano que recompuso el rostro de soldados desfigurados en la Primera Guerra Mundial, escrito por Lindsey Fitzharris y publicado por la editorial Capitán Swing.
En él, esta doctora en historia de la medicina nos guía en un escalofriante —pero también apasionante— viaje por la labor del cirujano plástico Harold Gillies en el Queen´s Hospital (sureste de Inglaterra) durante la I Guerra Mundial. Este fue uno de los primeros centros médicos del mundo dedicados por completo a la reconstrucción facial. Hasta allí viajaron numerosas personas con ojos, narices, mandíbulas, mejillas y demás partes de la cara estropeadas en gran medida para acogerse a su última esperanza.

Tal y como explica la autora desde el inicio, El reconstructor de caras no es una biografía al uso de Gillies como padre de la cirugía plástica moderna. Este actúa como nexo conector para descubrir las historias de los pacientes a los que trató.
Estos hombres tuvieron que sufrir una doble condena. La primera es la experiencia de sentir el dolor inimaginable de perder o quemarte una parte de la cara, con las secuelas que pueda conllevar. Sin embargo, la segunda, la condena a la pésima salud mental y el rechazo familiar y social por su apariencia, no es menos dolorosa.
Cabe decir que el libro tiene trece capítulos y solo uno supera las veinte páginas de extensión, así que su lectura puede hacerse de forma ágil y amena. Además, la obra está repleta de testimonios del propio Harold Gillies y de sus pacientes gracias a las cartas personales, expedientes médicos y demás ejemplos de la documentación que ha llegado a nuestros días.

Por si todo esto no fuera suficiente, El reconstructor de caras incluye más de una treintena de fotografías en las que se puede observar el antes y el después de algunos pacientes. Son imágenes duras pero que es necesario ver para comprobar cómo Harold Gillies y su equipo profesional no se limitaban a reconstruir caras, sino que ayudaban a recuperar vidas humanas condenadas al ostracismo.
Por estos y otros motivos, creo que El reconstructor de caras puede ser una lectura interesante para cualquier apasionado de la historia militar porque nos hace todavía menos belicistas al mostrarnos un lado incluso más cruel y sinsentido de la guerra que la propia muerte. Sapere aude.