Artículo sobre Pearl Harbor redactado por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
El ataque a Pearl Harbor en el cine de Hollywood
Todo el mundo sabe qué es el llamado Día de la infamia: el ataque a Pearl Harbor, calificado así por Roosevelt debido a las circunstancias en que se produjo y la impresión que causó en EEUU. Un ataque aéreo por sorpresa sobre aquella base americana en Hawai que encendía definitivamente la guerra con Japón y que se consideró especialmente indignante por haberse llevado a cabo sin previa declaración de guerra. Pero ¿fue todo así de sencillo?
El estallido bélico entre EEUU y el imperio nipón venía mascándose desde hacía años, a causa de la expansión de este último por China y las poco disimuladas acciones norteamericanas para impedirlo. El desmesurado crecimiento demográfico japonés no podía ser atendido con los limitados recursos naturales del país, de ahí que, de la mano de un régimen extremista, los buscase en casa del vecino; cuando EEUU le aplicó un embargo de petróleo (era su principal proveedor), el gobierno militarista japonés se vio entre la espada y la pared y sólo tenía dos opciones: ceder y abandonar China o una huida hacia adelante, eligiendo la segunda.
Ello suponía la guerra abierta con los americanos, claro, pero se decidió que había una posibilidad de derrotarlos siempre que se les pudiera dejar KO nada más empezar, quedando así vía libre para hacerse con los recursos de Asia y el Pacífico. La aplastante derrota inicial podía ser suficiente para que la opinión pública estadounidense, que se manifestaba bastante remisa a entrar en el conflicto europeo, optara por la neutralidad. Gran ojo clínico el de los nipones, pues, como sabemos, ocurrió exactamente lo contrario.
Todo esto son los antecedentes. Lo que vino después, el ataque, ha sido contado en varias películas medio bélicas medio históricas, muy diferentes entre sí. «Pearl Harbor», la más reciente, es una maratoniana producción de Jerry Buckheimer dirigida por Michael Bay, más larga que un día sin pan y con una historia de amor a tres bandas entre dos pilotos y una enfermera, que resulta bastante cargante, especialmente porque lo que de verdad quieren ver todos los espectadores es la escena del ataque, una virguería hecha por ordenador.
Lo que intenta es emular, o recordar levemente, parte del argumento de «De aquí a la eternidad«, otro filme sobre el tema. En realidad, esta película de Fred Zinnemann se centra en una serie de historias de los soldados de la base que se van complicando y tienen un desenlace proverbial al final, de la mano de los aviones japoneses. Aunque la tildaron de antimilitarista porque los personajes son una sucesión de pendencieros, borrachos, vagos, violentos y adúlteros, en realidad el autor de la novela, James Jones, era un enamorado del ejército -en el que había servido- al que consideraba una gran familia capaz de redimir tanta negatividad. Por cierto, también escribió otro libro con ambientación bélica: La delgada línea roja.
Pero donde mejor se pueden ver los hechos de aquel mes de diciembre de 1941 es en «¡Tora, tora, tora!«, una película realizada en 1970, en esa época en la que recrear batallas de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un fecundo subgénero: «La batalla de Midway», «Un puente lejano», «La batalla de las Ardenas», «Hundid al Bismarck», «La batalla de Inglaterra», etc.
No es que sea una obra maestra, pero resulta muy interesante por los medios con que contó y la dirección de uno de esos directores de Hollywood que no tenían ínfulas de grandes artistas -como pasa por estos lares- sino de artesanos muy competentes: Richard Fleischer, en cuya filmografía figuran títulos como «Los vikingos», «20.000 leguas de viaje submarino», «Viaje alucinante», «El estrangulador de Boston» o «Cuando el destino nos alcance», por ejemplo.
Para ser exactos, Fleischer no era el único firmante: las escenas que muestran a los japoneses fueron rodadas por dos directores de esa nacionalidad, una vez se dio de baja por enfermedad Akira Kurosawa. Y es que «¡Tora, tora, tora!» tenía el asombroso e inusual objetivo de ser imparcial; algo que no se percibe en «Pearl Harbor», donde apenas hay personajes nipones visibles (el único es el almirante Yamamoto pero sólo lo sacan ridículamente para decir la famosa frase “Creo que hemos despertado a un gigante dormido”).
Encima se añade un epílogo absurdo (el primer bombardeo sobre Tokio, a cargo del comandante «Doolittle», alias Alec Baldwin) para que el espectador yanqui no salga con sensación de derrota. Es algo que ya había pasado antes con otra película de similares características (la nueva versión de «El Álamo» que, en lugar de terminar con la conquista del fuerte, sigue hasta mostrar la derrota mexicana en San Jacinto).
Como decía, buena parte de «¡Tora, tora, tora!» está protagonizada por los marinos y pilotos japoneses, a los que se ve insólitamente humanos (ríen, bromean, se preocupan por el contexto político…), pese a que no se cuentan vidas privadas -ni de un lado ni del otro- para centrarse en la parte histórica. También lucen una imagen muy profesional, contrastando con la estadounidense, en la que todo es improvisación y chapuza (aunque también hay algo de eso en la embajada japonesa, cuyo torpe secretario no es capaz de traducir a tiempo la declaración de guerra).
Sea por esa visión tan poco positiva, porque se prefirió no contratar grandes estrellas para dar mayor verosimilitud (algunos actores japoneses eran meros aficionados) o por esa exhaustiva historicidad sin concesiones a la ficción que hace que el argumento resulte algo frío, el film no rindió en taquilla como se esperaba. Y ello, a pesar de su espectacularidad predigital, con montones de maquetas minuciosamente reconstruidas, tomas basadas en imágenes auténticas (el avión alcanzado e incendiado al intentar despegar), planos espléndidos y un presupuesto generoso. No obstante, con el tiempo ha sido revalorizada.
Dos últimos apuntes sobre algo que muchos se preguntarán. Uno, la expresión Tora, tora, tora fue la expresión usada por la Armada Imperial para anunciar el éxito del ataque (algo relativo porque los portaaviones, verdadero objetivo, no estaban y buena parte de los buques dañados pudieron recuperarse). Y dos, la película recoge el hecho sabido de que los servicios secretos de EEUU habían descifrado los códigos secretos nipones y sabían que habría un ataque, pero deja intencionadamente la duda sobre si el no poder impedirlo fue cosa de la incompetencia o algo deliberado para tener casus belli.
Artículo redactado por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.