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Optimates y populares

Introducción

En la antigua República Romana, los partidos políticos no existían tal y como los entendemos hoy en día. Es decir, no existían grupos con miembros fijos, líderes supremos e ideologías políticas claramente articuladas en un programa, ni se organizaban para votar por mayoría en las asambleas. En lugar de eso, la política romana dependía de la búsqueda de los intereses personales o de grupos heterogéneos basados vagamente en intereses comunes o en el apoyo de los clientes. En el siglo II a.C., cuando la ambición personal eclipsó la preocupación por el Estado y la violencia política sustituyó a la oratoria, surgieron dos agrupaciones políticas: los optimates y populares.

Hay que comprender que el sistema político romano fue esencialmente aristocrático y nunca aspiró a ser una democracia. Pero esto no significa que debamos pensar que el conflicto entre optimates y populares era una lucha de clases. Ambos colectivos contaban con miembros de la élite dirigente, y la base social que los apoyaba era cambiante y podía estar formada por miembros de diferentes estratos sociales.

Relieve de mediados del siglo III en el que aparecen tres senadores

¿Quiénes eran los optimates y populares en Roma?

Debido a su carácter voluble e inestable, es difícil presentar un concepto de optimates y populares cerrado y definitivo. Dependiendo del problema o cuestión a tratar, los simpatizantes podían ir y venir entre las distintas facciones, de modo que todo era muy fluido. No obstante, podemos hacer un resumen de sus características básicas, empezando por definir cada grupo.

Los autodenominados optimates o boni (palabras latinas que se traducen como «los mejores» o «los buenos») eran aquellas personas defensoras de la supremacía en autoridad del Senado frente a las asambleas populares. Estos políticos —mayoritariamente aristócratas y hombres ricos con grandes propiedades— identificaban los intereses de la República romana con sus propios intereses como grupo social, por lo que eran absolutamente contrarios a cualquier intento de reforma del status quo. Esto lo hacían porque pensaban que era la mejor manera de conservar su prestigio social, su influencia política y sus grandes riquezas en un mundo muy cambiante.

Por su parte, los populares solían ser políticos del mismo rango social que también perseguían logros políticos que los beneficiaran personalmente, pero con una diferencia clave: sustentaban su poder y su influencia en el apoyo popular. Aunque defendían la implantación de reformas sociales, económicas y políticas, no eran en ningún caso revolucionarios, pues sus medidas eran para mejorar y perpetuar el régimen establecido, no para derrumbarlo o democratizarlo. Por esta razón querían una mayor participación política de los grupos sociales emergentes, una mayor integración en la comunidad de los sectores más pobres y una mejora de las condiciones de vida de los campesinos y de la plebe.

Doble busto de bronce de los hermanos Tiberio y Cayo Graco hecho por Eugène Guillaume a mediados del s. XIX (Fuente: Caminando por la historia)

 

Semejanzas y diferencias entre optimates y populares

Si algo tenían en común tanto optimates como populares es que recurrieron cada vez con mayor frecuencia a acciones violentas para apoyar o rechazar determinadas leyes o propuestas. De esta manera, el hecho de que desde el Senado se justificara el uso de la represión (tal y como se ve en el uso del senatus consultum ultimum) ayudó a instaurar la violencia como principal herramienta de lucha política en Roma.

Ambos grupos políticos usaban los tribunales para demandar y arruinar las carreras políticas de los oponentes mediante alguna acusación. En este sentido, nadie se mostraba en contra de usar de forma partidista la religión para evitar sucesos calificados como indeseables en el futuro.

Entre los políticos populares no existió una acción continuada que permita hablar de un movimiento social planificado. Esto se explica si tenemos en cuenta dos factores: por un lado, solo los cargos públicos (todos ellos miembros de la élite) tenían capacidad de iniciativa legislativa, por lo que los ciudadanos se limitaban a aceptar o rechazar las propuestas sin poder modificarlas o enmendarlas; por otro lado, el carácter anual de las magistraturas impedía planear un programa legislativo a largo plazo que posibilitara la movilización social. Por este motivo políticos como los Graco o Apuleyo Saturnino quisieron repetir en el cargo.

Moneda romana que representa a Lucio Apuleyo Saturnino

El conflicto entre optimates y populares

Los romanos no tuvieron nunca algo similar a una Constitución, pero sus políticos sí que apelaban continuamente al mos maiorum (es decir, a las costumbres de los antepasados y a las tradiciones, transmitidas de generación en generación) para aceptar o rechazar propuestas de leyes y algunos comportamientos individuales. Los optimates pensaban que eran los únicos capacitados para conservar lo esencial de la Roma de sus antepasados, y que los populares solo querían pervertirla y hacerse con el poder. Por este motivo hicieron todo lo posible por restringir el control popular de los órganos de gobierno y la intervención del pueblo en ellos.

En contraposición, el principal apoyo de los políticos populares radicó en las asambleas ciudadanas, del mismo modo que la mayor parte de sus reformas fueron promovidas desde la magistratura del tribunado de la plebe. Sin embargo, aun siendo la más activa en lo que se refiere a creación de leyes, hay que tener en cuenta que solo una pequeña minoría de los tribunos se atrevía a enfrentarse a la aristocracia senatorial.

Grabado del siglo XVIII que representa a un tribuno de la plebe haciendo un discurso

En consecuencia, los optimates lograron imponer sus tesis en la mayor parte de las ocasiones, y con ello impidieron la introducción de las reformas que hacían falta para que el régimen republicano sobreviviera. Paradójicamente, los que se creían estar salvando al Estado en realidad estaban arruinándolo y llevándolo a su final.

Optimates, populares y Cicerón

El autor más importante que nos habla de los optimates y populares fue el político, filósofo y orador romano Cicerón (106 – 43 a.C.), tomando partido por los primeros. De hecho, tanto sus obras como su biografía política representan un excelente retrato de la ideología de los optimates. Cicerón pensaba que el fracaso político que veía en la República de su tiempo era causada por la corrupción moral de buena parte de los políticos, sobre todo populares, que actuaban exclusivamente por intereses propios y no por el bien común.

Planteado este problema, Cicerón pensaba que la solución a la crisis no pasaba por la introducción de reformas, sino por la eliminación de los elementos peligrosos que ponían en jaque el orden tradicional, es decir, los políticos populares. Para este autor, solo se podía volver al pasado glorioso si cada uno permanecía en el sitio que le correspondía en la sociedad: los optimates debían gobernar a través del Senado y de las magistraturas y la plebe debía obedecer.

Busto de Cicerón expuesto en los Museos Capitolinos de Roma

Bibliografía

CAMPBELL, B. (2013): Historia de Roma. Desde los orígenes hasta la caída del Imperio. Barcelona: Crítica.

GONZÁLEZ PINEDO, U.: «Lucio Apuleyo Saturnino. La violencia como método político», en Clío&Crimen, nº 14, 2017, pp. 11-28.

OSGOOD, J. (2019): Roma. La creación del Estado mundo. Madrid: Desperta Ferro.

PINA POLO, F. (1999): La crisis de la República (133 – 44 a.C.). Madrid: Síntesis.

ROLDÁN HERVÁS, J.M. (2007): Historia de Roma I. La República Romana. Barcelona: Ediciones Cátedra.

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Nombre del artículo
Optimates y populares, la violenta lucha política en la antigua Roma
Descripción
¿Qué eran los optimates y populares en la República Romana? ¿se podían comparar a nuestros actuales partidos políticos? ¿qué diferencias había entre ellos?
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