Introducción
La batalla de Teutoburgo, que enfrentó al ejército romano de Publio Quintilio Varo y a las fuerzas del líder germano Arminio en la Germania del año 9 d.C., es una de las batallas más famosas de la antigua Roma. La historia de las tres legiones que fueron aniquiladas por completo en una emboscada ha inspirado hasta la fecha multitud de libros, películas, documentales y series. Por ello, en este artículo vamos a ver un resumen de la batalla del bosque de Teutoburgo para comprender cómo pudo suceder semejante catástrofe militar y qué pasó después con sus protagonistas.
Germania, año 9 d.C.
Entre el 12 y el 9 a.C. Druso el Mayor (hijastro del emperador Augusto) llevó a cabo una serie de exitosas campañas en territorio germano que solo se vieron interrumpidas por su muerte. Su sustituto fue su hermano Tiberio, que continuó su obra entre el 8 y el 6 a.C. El último conflicto importante había sido en el 5 d.C. y desde entonces la paz solo se interrumpía por violencia entre tribus o por conatos de rebelión contra Roma.
Después de la batalla de Teutoburgo, Varo sería criticado por tratar la región como un territorio estable y pacificado en vez de hacerlo como un lugar por conquistar. Sin embargo, la realidad era que en esos últimos años había existido una profunda política de urbanización que estaba dando sus frutos incluso más allá del río Rin.
Aun así, eso no significa que todas las acciones del gobernador fueran acertadas. Su primer gran error fue imponer impuestos regulares a tribus que hasta entonces no habían entregado más que algún pago en especia. Indudablemente, esta decisión causó resentimiento al ser considerada como un signo de que los germanos eran vistos como súbditos y no como aliados de Roma.
Lejos de desinflarse, ese descontento fue cada vez mayor. Los jóvenes guerreros, que nunca se habían enfrentado a las legiones en una batalla, no tenían mucho miedo a los romanos debido a que veían como éstos no eran capaces de terminar rápidamente con la rebelión de Panonia y Dalmacia en la zona del Ilírico.
Ante esta situación, hasta los germanos leales que se habían beneficiado de su alianza con Roma empezaron a plantearse si no habría una alternativa. En algún momento, el más famoso de ellos, el ambicioso Arminio, decidió rechazar la ciudadanía romana y comenzó a trazar un plan que expulsaría a los romanos de aquellas tierras y le convertiría en un líder.
Varo antes de la batalla de Teutoburgo
Durante la primavera y el verano del 9 d.C., Publio Quintilio Varo realizó una gira entre los ríos Rin y Elba llevándose consigo a tres de sus cinco legiones (la XVII, la XVIII y la XIX) y a su complemento de tropas auxiliares (seis cohortes de infantería y tres alae de caballería); en total, un máximo de 15.000 – 20.000 combatientes. A esta cifra hay que sumar los miles de esclavos que estarían al servicio de soldados y oficiales y los civiles (mercaderes, mujeres y niños) que viajaban con ellos. Asimismo, sabemos que la marcha se vio entorpecida por el gran número de mulas y carretas usadas para transportar todo tipo de cosas.
Así, más que una campaña de conquista, aquello era en realidad una demostración del poder de Roma. Varo destinaba soldados para resolver conflictos locales, se reunía con los nobles de cada región y arbitraba en largas disputas.
En septiembre, Varo se encontraba con el ejército preparando su retirada habitual al campamento de invierno en Castra Vetera cuando Arminio, uno de sus aliados supuestamente leales, le comunicó una noticia: los chaucios y los brúcteros habían iniciado una revuelta. A partir de aquí, el plan que desembocó en la batalla de Teutoburgo se puso en marcha.
Hacia la batalla de Teutoburgo
Varo se dejó persuadir por lo que parecía una ocasión fácil para obtener una victoria gloriosa y cambió de rumbo para conducir sus fuerzas contra los rebeldes. Tras aplastar sin problemas la rebelión, las tropas romanas empezaron a retroceder hacia el oeste, pero esta vez con el tiempo más en su contra y por un camino diferente.
Los suministros estaban agotándose y la nueva ruta era más abrupta y peligrosa. Tan adentro de Germania no existían las calzadas romanas, así que la columna caminaba por bosques, tierras cultivadas, praderas y ciénagas. Para empeorar todavía más las cosas, Arminio era quien había traído a las personas que hacían de guías locales, por lo que la dependencia romana de estos era total.
Cabe destacar que Segesto, tío de Arminio y leal a Roma, advirtió a Varo de que su sobrino no era de fiar y estaba planeando una rebelión, pero el gobernador optó por no creerle. Al fin y al cabo, pensaría Varo, era la palabra de un ciudadano romano ecuestre de probada lealtad contra la de un líder tribal que solo buscaba un ascenso social difamando a su rival.
Curiosamente, poco después de esa tensa situación, Arminió abandonó a los romanos, aparentemente para ir en busca de más auxiliares y guías. Lo que de verdad hizo fue reunirse con el ejército congregado de guerreros de tribus germanas como los queruscos, los marsos, los brúcteros o los cactos, entre otros, para asaltar a los romanos en una serie de ataques que causarían terror entre los romanos de generaciones posteriores. La batalla de Teutoburgo estaba a punto de comenzar.
Una emboscada de pesadilla
Los romanos caminaban a ciegas por un territorio inhóspito y encima lo hacían despreocupados porque pensaban que los exploradores germanos les avisarían en caso de que detectaran cualquier problema. En los días siguientes, todos los infiernos se desataron. Pequeños grupos de tribus germanas atacaron las secciones más vulnerables de la columna en repetidas ocasiones, retirándose antes de que los romanos pudieran organizar algún tipo de defensa. Mientras estos asaltos se producían, militares y civiles no dejaban de caminar, por lo que la batalla de Teutoburgo se prolongó a lo largo de muchos kilómetros.
De ese modo comenzó una pesadilla de tres días de emboscadas y ataques por sorpresa en medio de tormentas otoñales, barro hasta las rodillas y bosques impenetrables. Poco a poco, la eficacia de las tropas se desmoronó, ya que en ningún momento encontraron un enemigo contra el que luchar en campo abierto y en línea de batalla, táctica para la que estaban entrenados.
Varo ordenó quemar los carros de transporte para aligerar la marcha e intentar llegar al fuerte de Aliso, pero los germanos lo impedirían. Asimismo, los romanos cortaron las manos a los prisioneros germanos que habían capturado y los dejaron libres para que explicaran a Arminio y los suyos que no pensaban rendirse.
En la primera noche tras el inicio de los ataques las legiones consiguieron montar un campamento; en la segunda, solo pudieron esbozar un terraplén con fosa. En esa segunda noche, una de las tres alae, dirigida por Cayo Numonio Vala, trató de huir para llegar al río Rin pero fueron todos capturados y asesinados. Eso solo era el preludio de lo que iba a pasar durante la tercera jornada, en la matanza final de la batalla de Teutoburgo.
La matanza de la batalla de Teutoburgo
En su marcha ya desesperada hacia el este, es probable que solo una fracción de las fuerzas originales llegara al lugar donde se produciría la mayor emboscada de la batalla de Teutoburgo: la actual llanura de Kalkriese, cerca de la moderna ciudad de Osnabrück. En esa época la zona era un estrecho paso donde el camino atravesaba prados con colinas boscosas a un lado y pantanos al otro, por lo que era un cuello de botella natural donde los germanos podrían estrangular a los romanos.
Las excavaciones arqueológicas en Kalkriese han dejado ver que todo fue sistemáticamente preparado durante semanas para que los romanos no salieran con vida de allí. Los hombres de Arminio derribaron árboles para ralentizar la columna, excavaron una trinchera por un lado para evitar que buscaran caminos alternativos y encerraron el camino por el otro lado construyendo una muralla de 450 metros de longitud y 1.5 metros de altura en la pendiente entre los árboles de la colina.
Cabe destacar que esta muralla contaba con numerosas puertas que permitían a los germanos atacar y luego retirarse tras su protección. También tenía salientes en forma de bastión y estaba camuflada con hierbas y ramas. Eso. sumado a la ventaja del terreno en pendiente, hacía que cualquier carga de los romanos fuera ineficaz. Tampoco ayudó, evidentemente, el que se pusiera a llover y toda la pista se convirtiera en un lodazal, ya que eso entorpecía la movilidad y el uso de las armas.
El destino de Varo y sus hombres
Varo y la mayoría de oficiales que no habían muerto todavía se suicidaron para no caer vivos en manos del enemigo y ser torturados. Esto de ninguna manera era algo aceptable para un comandante que dirigía un ejército contra un enemigo extranjero, así que la poca moral que quedase se esfumó por completo.
Algunos soldados se rindieron sin más, mientras que otros huyeron y fueron aniquilados. Unos pocos lucharon hasta el final y organizaron desesperados intentos por atravesar la muralla y escapar, pero al final todos murieron. Por otra parte, los romanos que fueron apresados vivos por los germanos fueron sacrificados a los dioses germanos o fueron esclavizados. Incluso los animales de la batalla de Teutoburgo fueron masacrados, puesto que posteriormente se hallaron restos de caballos desmembrados.
Los germanos de Arminio tomaron el cadáver de Varo y, tras ensañarse con él burlescamente, le decapitaron y enviaron su cabeza al líder de otra importante tribu germana para incitarle a que se uniera a la rebelión. Sin embargo, éste, que había sufrido el peso de las represalias romanas, no cambió de bando y envió los macabros restos a Augusto, quien ordenó los rituales funerarios pertinentes.
Consecuencias de la batalla del bosque de Teutoburgo
El historiador Suetonio cuenta que Augusto, al enterarse del desastre ocurrido en la batalla de Teutoburgo, quedó tan consternado que en los meses siguientes no se cortó la barba ni el cabello y golpeaba de vez en cuando su cabeza contra las puertas gritando «¡Quintilio Varo, devuélveme las legiones!».
En total, se cree que de los 15.000 combatientes que formaban parte del ejército original únicamente unos ochenta consiguieron escabullirse y huir por su cuenta hasta llegar al río Rin. Para darnos cuenta de la catástrofe, hay que tener en cuenta que tres legiones suponían más de una décima parte de la totalidad del ejército romano global. Además, en esa época un ejército romano derrotado podía perder el 15-20% de sus hombres, y se consideraba una tragedia si perdía un 40-50%, así que perder casi el 100% era algo totalmente terrorífico.
A pesar del dolor, el princeps enseguida emprendió acciones inmediatas. Incrementó las patrullas de vigilancia en las catorce regiones de la ciudad para prevenir desórdenes, mandó fuera de Roma a sus guardaespaldas germanos, amplió la duración en el cargo de los gobernadores provinciales para dar estabilidad al imperio e introdujo el reclutamiento forzoso de ciudadanos elegidos a suerte para cubrir los huecos en el ejército.
Asimismo, se declaró que el día del desastre era día de duelo, se amplió el periodo de servicio de los soldados en activo, se llamó a más veteranos licenciados y hasta se compraron esclavos para liberarlos y organizarlos en unidades especiales.
A pesar de todo esto, quizás el gesto simbólico más importante estuvo en el plano administrativo-militar. Ni siquiera años después, cuando se formaron nuevas legiones, se reutilizaron los números XVII, XVIII y XIX. Estaba claro que la conmoción había sido tan grande que nadie en su sano juicio quería servir en una legión que llevara el nombre de aquellas que perecieron tan horriblemente en un bosque del interior de Germania.
Bibliografía
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