Artículo sobre la película Calígula escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Crítica de la película Calígula
En 1969 se legalizó en Dinamarca y EEUU el porno, hasta entonces condenado a su comercialización clandestina pero producido a una escala cuya realidad ya no se podía obviar, habida cuenta del aperturismo que en ese sentido asumía ya el cine en cuestión de sexo. Al igual que pasó aquí al acabar el franquismo, durante unos años, aquello fue una eclosión y la pornografía se hizo omnipresente, hasta el punto de que más de un ingenuo predijo que las películas incorporarían escenas de ese género de forma normal y los actores las interpretarían sin mayor problema.
No fue así, obviamente, y a lo más que se llegó fue a un período de esplendor del llamado softcore, filmes eróticos con un argumento más consistente, a menudo basados en originales literarios de cierto prestigio, rodados sin llegar a la explicitud con un estilismo muy cuidado, casi de luxe. Hubo directores que se especializaron en ese subgénero, como veremos.
En ese contexto se desarrolló además un renovado interés por el cine histórico concebido desde el punto de vista de la reconstrucción y ambientación minuciosas, del que hay abundantes ejemplos: Cromwell, María, reina de los escoceses, Nicolás y Alejandra, etc. Así que el creador de la revista Penthouse tuvo la peculiar idea de juntar ambas cosas debutando como productor en solitario (antes sólo había colaborado en la cofinaciación de Chinatown y El día más largo).
Para ello, eligió un personaje que se ajustaba a ello como anillo al dedo: Calígula. El que fue tercer emperador de la dinastía Julia-Claudia, era hijo de Germánico, el vástago de Livia (la esposa de Augusto) y hermano de Claudio, que había gozado de gran prestigio en el ejército por sus exitosas campañas en Germania hasta el punto de que las tropas le pidieron que desplazara a Tiberio en el imperium. Precisamente fueron los legionarios los que le pusieron a Calígula ese mote (alusión en diminutivo a las calligae, las botas militares), ya que el verdadero era Cayo Julio César Augusto Germánico.
Calígula ha pasado a la Historia como un depravado psicópata que, especialmente a raíz de sufrir una enfermedad que le puso al borde de la muerte (no se sabe con exactitud, aunque sí que tenía epilepsia), convirtió su mandato en un febril delirio continuo: crímenes por capricho, asesinato de su primo Gemelo, humillaciones a los senadores (incluyendo la obligatoriedad de que sus esposas trabajaran como prostitutas en un burdel instalado ad hoc en el palacio), descuido de las tareas cotidianas de gobierno, incesto con su hermana, concesión del consulado a su caballo, envío de las legiones a conquistar el océano recogiendo conchas por las playas, autodivinización en vida, etc.
De un tiempo a esta parte, los historiadores han empezado a poner en tela de juicio la fiabilidad de esta visión tan negativa, habida cuenta que los cronistas que la difundieron fueron, básicamente, enemigos políticos del césar, como Suetonio y Dión Casio, que eran patricios. En ese sentido, la mala fama de Calígula se habría originado por su empeño en reforzar el poder del princeps sobre el Senado.
En cualquier caso, es la imagen que ha perdurado y el éxito de la serie televisiva Yo, Claudio en 1976, adaptando espléndidamente la novela de Robert Graves, no hizo sino acrecentarla y fijarla en la mente del gran público. Así que, en 1979, Bob Guccione se subió a ese carro y tiró de cartera para sacar adelante su propia versión de Calígula: dieciséis millones de dólares con los que financió una de las producciones más insólitas que existen, a medio camino entre el drama, la historia y el erotismo.
Como el proyecto nacía con pretensiones, se contrató como guionista nada menos que a Gore Vidal, uno de los escritores y ensayistas más prestigiosos de EEUU, que fue candidato al Nóbel de Literatura y que no era novato en el cine, ya que había colaborado en el libreto de Ben-Hur y varias de sus novelas fueron adaptadas al cine. Para encarnar al protagonista el elegido fue un Malcolm McDowell que había triunfado con su Alex de La naranja mecánica y que resultó perfecto como un Calígula completamente desatado.
El resto del reparto tenía otros nombres de postín: Peter O’Toole, por entonces alcohólico y decadente también dio la medida exacta como el depravado Tiberio de su última etapa, la que presuntamente pasó encerrado en Capri entre orgía y orgía (también se discute eso); el venerable y multipremiado sir John Gielgud, uno de los actores shakespearianos por excelencia, asumió el rol de Nerva (inicialmente iba a ser Tiberio pero al leer el guión pidió cambiar); y la por entonces desconocida Helen Mirren encarnó a Cesonia, la vestal que Calígula tomó por esposa.
Del resto, nombrar a Paolo Bonacelli, actor italiano que había adquirido cierta popularidad tras intervenir en Saló con Passolini y El expreso de medianoche, aquí en la piel de un Casio Querea bastante tontorrón.. Maria Schneider, contratada para hacer de Drusila (la hermana-amante del emperador), dejó el rodaje al poco de empezar al sentirse incómoda con sus escabrosas escenas, siendo sustituida por una de las modelos de Penthouse (muchas más completaron el reparto).
A las riendas de semejante plantel se puso Tinto Brass, uno de esos directores que antes decíamos que se especializaron en cine erótico de qualité: Salón Kitty, que fue la película que le abrió las puertas a Calígula (tras rechazar la oferta John Huston), las posteriores Miranda, Los burdeles de Paprika y otras por el estilo. Brass alteró profundamente el guión de Vidal añadiendo escenas de sexo heterosexual (el escritor era homosexual declarado y, dicen, fue quien imprimió esa tendencia, de forma soterrada, a la relación de Ben-Hur con Mesala); Vidal se negó a que cambiaran su texto, basado en la idea de “cómo el poder absoluto corrompe absolutamente” y acabó destituido.
El rodaje fue largo. Empezó en 1976 en Roma, con unos preciosos decorados (con atención especial al impresionante barco-burdel) que le dan al filme un aspecto muy especial, teatral, no sólo por el hecho poco común de que una trama de este género transcurra casi íntegramente en interiores sino también por otros elementos, como una iluminación artificial, de tono algo fantástico, una buena banda sonora que combina temas clásicos con música ad hoc (obra del compositor italiano Bruno Nicolai bajo el pseudónimo Paul Clemente) y una ambientación que se aleja bastante de lo acostumbrado en las películas de romanos.
Pero las cosas no salieron como se esperaba. A los malentendidos continuos entre actores actores-director y director-equipo técnico, se sumó el choque final de Brass con Guccione, quien deseaba sexo explícito. El productor insistió en añadir unos insertos en ese sentido y, ante la negativa de Brass, decidió rodarlos él mismo. El director le demandó en los tribunales, que le dieron la razón. Pero Guccione se había llevado todos los negativos y terminó haciendo lo que quería, estrenando unos años más tarde (1984) una nueva versión llena de escenas porno. La “orgía de poder” que pretendía Brass quedó convertida en el “poder de la orgía”.
La original ya era decepcionante -muchos países prohibieron su estreno- pero la nueva resultó aún peor porque tanto metraje extra lastraba el ritmo hasta el aburrimiento y desvirtuaba por completo cualquier intento de visión medianamente seria de la historia. De hecho, recientemente se hizo una reedición sin los extras sexuales, lo que permitió que MacDowell, Mirren y otros intérpretes aceptaran colaborar con comentarios de audio y entrevistas. Algunos incluso participaron recientemente junto a Milla Jovovich, Gerard Butler y Courtney Love en el trailer de un presunto remake que en realidad era un anuncio publicitario de Versace.
Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.