Fragmento de un artículo sobre la XXV Dinastía egipcia escrito por mí para el nº6 de la revista online Egiptología 2.0, publicada el 2 de enero de 2017 y disponible para su lectura completa en este enlace
Introducción
La XXV Dinastía egipcia, la llamada Dinastía kushita (751 – 656 a.C.), es la última que se desarrolló durante la fase cronológica del Tercer Periodo Intermedio (1069 – 664 a.C.), contemporáneamente a la XXIII Dinastía (818 – 715 a.C.) y a la XXIV Dinastía (727 – 715 a.C.). Esta dinastía estuvo formada por cinco monarcas —Piy, Shabaqo, Shabitqo, Taharqo y Tanutamani—, y se basó en la dominación del reino de Kush (así llamaban los egipcios al reino de Napata, en la antigua región histórica de Nubia, en lo que hoy es Sudán) sobre el reino egipcio, muy fragmentado y debilitado políticamente durante los siglos que duró el Tercer Periodo Intermedio.
La base fundamental del gobierno kushita en Egipto fue el dominio militar. Gracias a las intensas relaciones entre el rey y su ejército a lo largo de toda la dinastía, los reyes kushitas pudieron controlar militarmente Egipto durante más de 80 años, puesto que eran incapaces de controlar políticamente una extensión tan grande como su tierra nativa y un reino egipcio unificado.
Debido a esto, los principados que habían gozado de una gran autonomía durante la época de los faraones libios la conservaron, de tal modo que ciudades como Tanis o Sais siguieron gobernadas por príncipes locales sometidos a la administración descentralizada kushita.
La llegada al poder de la XXV Dinastía
Después de afianzar su dominio político sobre toda Nubia, con reconocimiento de su autoridad por parte de los egipcios incluido, el soberano kushita Piy (751-720 a.C.) llevó a cabo una expedición militar en Egipto en torno al año 730 a.C. con la excusa de ayudar al príncipe Peftjauawybast (dinastía XXIII) de la ciudad de Heracleópolis, asediada por la coalición formada por el príncipe Tefnakht de la ciudad de Sais y el príncipe Nimlot de la ciudad de Hermópolis.
A medida que Piy fue avanzando, la mayoría de las ciudades egipcias a lo largo del río Nilo fueron capitulando excepto Menfis, que tuvo que ser tomada al asalto. Lejos de querer destruir sus tradiciones culturales, Piy no solo no saqueó y profanó los templos egipcios, sino que adoró a los dioses de Menfis y Heliópolis, tras lo cual recibió el homenaje de los soberanos provinciales y fue reconocido como rey de Egipto y Kush. Este nombramiento no implicó la unión política de Egipto, puesto que en el norte se permitió (al menos durante el resto del reinado de Piy) que los dinastas locales conservaran el control de sus provincias.
El primer rey de la XXV Dinastía egipcia
El nuevo rey pronto restauró y amplió el templo kushita más importante, el templo de Amón en la montaña sagrada de Djebel Barkal, cuya construcción fue iniciada por Tutmosis III (XVIII Dinastía) y ampliada por Ramsés II (XIX Dinastía). Construyó una sala hipóstila que se cerraba con un monumental pilono, delante del cual edificó un patio porticado que remató con otro pilono.
No contento con esto, Piy usurpó las esculturas del templo de Soleb construido por Amenhotep III para formar la avenida de esfinges con cabeza de carnero que conducía a este último pilono. Además, en Djebel Barkal mandó erigir una estela de granito en la que narró la conquista de Egipto. En la parte superior de la misma aparece Piy ante los dioses Amón-Ra y Mut, acompañado de su esposa y del rey Nimlot de Hermópolis, y debajo de ellos están arrodillados y vencidos los gobernantes de Bubastis, Leontópolis y Heracleópolis.
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Convertido ya en rey de Egipto y Kush, Piy pasó el resto de su reinado en Nubia, donde a su muerte fue enterrado en la necrópolis de El Kurru, en una tumba que contaba con elementos de influencia egipcia, como una superestructura piramidal y un ajuar funerario con shabtis, y con elementos evidentemente kushitas, como el sacrificio y enterramiento cercano de sus caballos más queridos.
La ideología real de la XXV Dinastía egipcia
A lo largo del reinado de la XXV Dinastía se llevaron a cabo pequeños pero significativos cambios en la ideología de la realeza egipcia. En lo que respecta a la iconografía real, en la diadema del rey se representó con regularidad un doble uraeus, que simbolizaba el control tanto sobre Egipto como sobre Kush; se dejó de ver la corona azul y se volvió habitual la corona-gorro kushita característica, tanto en su forma básica como con bandas adicionales; y se representó físicamente a los reyes con mayor amplitud de hombros y musculación del pecho, símbolo de su juventud y su buena forma física.
Por otro lado, en lo que respecta al modo de transmisión de la realeza, cabe destacar que en Kush un rey no era necesariamente sucedido por su hijo, sino en ocasiones por su hermano (como sucedió con Piy y después con Shabitqo), lo que contrastaba con el sistema de sucesión patrilineal egipcio. Por último, las ampulosas y monótonas titulaturas reales del Periodo Libio (XXII-XXIV Dinastía) se sustituyeron por otras más sencillas que recordaban al estilo del Reino Antiguo.
Precisamente fue el Reino Antiguo donde los monarcas kushitas buscaron la legitimidad ideológica para gobernar Egipto, erigiéndose como defensores de ese glorioso pasado al trasladar (a partir del reinado de Shabaqo) la residencia real de Napata a Menfis, y al construir sus tumbas reales en El Kurru (excepto Taharqo, que la hizo en Nuri) a su estilo, con una superestructura piramidal, una capilla para ofrendas situada al este, y una cámara funeraria abovedada decorada con escenas y textos de los libros funerarios del Reino Nuevo.
Para bien o para mal, toda esta simbología real de los soberanos kushitas se perdió tras el final de la XXV Dinastía, en el momento en el que Psamético I reunificó políticamente Egipto y dio comienzo a la fase cronológica de la Baja Época (664-332 a.C.).
Fragmento de un artículo escrito por mí para el nº6 de la revista online Egiptología 2.0, publicada el 2 de enero de 2017 y disponible para su lectura completa en este enlace
Bibliografía
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