Introducción
Alejandro III de Macedonia (356 – 323 a.C.), más conocido como Alejandro Magno, es uno de los personajes históricos más atractivos de estudiar no solo de la Historia antigua, sino de la Historia en general. Su breve pero intensa vida, la trascendencia de todas sus hazañas militares y el cambio radical que provocó en todo el mundo ha propiciado que en los últimos siglos se hayan publicado miles de estudios sobre todo lo referido a su vida y obra. Después de vencer en batalla y encontrar muerto al rey persa Darío III, Alejandro Magno empezó a adoptar costumbres orientales y a actuar como un déspota. Esto propició que en el seno de sus filas surgieran diversas conspiraciones, frustradas todas, para conseguir un único objetivo: el asesinato de Alejandro Magno. De todas ellas, ninguna fue más importante ni tuvo más repercusiones que la que se fraguó a finales del 330 a.C.
Razones para el asesinato de Alejandro Magno
La muerte de Darío III supuso un punto de inflexión muy importante en la vida de Alejandro Magno. Al convertirse en el vengador de su asesinato y el nuevo ocupante del trono real persa, el conquistador macedonio transformó notablemente su apariencia y su comportamiento para lograr el reconocimiento de su soberanía por sus nuevos súbditos orientales. Todos estos cambios disgustaron mucho a sus compatriotas macedonios, por lo que empezaron a surgir tensiones internas que desembocarían en conspiraciones con una meta común: el asesinato de Alejandro Magno.
El primer paso en esta metamorfosis fue empezar a vestirse con las ropas típicas de los reyes persas: una túnica a rayas blanca y púrpura y una diadema púrpura bordada en blanco. Asimismo, Alejandro regaló a sus amigos ropajes púrpuras bordados en oro para que los llevaran en público, y ensilló los caballos con arneses persas. También creó dos cancillerías (una europea y otra persa) despachadas con el sello real de Darío III, se rodeó de un séquito de nobles persas que le rendían culto, e incluso formó un harén con más de 350 mujeres y eunucos.
Además, hay que tener en cuenta que, aunque en menor medida, el descontento ya estaba presente desde antes. La campaña de Alejandro en Asia ya duraba cuatro años, y a medida que se internaban en Asia Central, las esperanzas de regresar a la patria dentro de un plazo de tiempo razonable se iban desvaneciendo. Pese a las legendarias victorias logradas y los inmensos tesoros conseguidos, los soldados echaban de menos sus hogares. Por todo esto, la ostentosa actitud filopersa de su rey solo era una forma de ahondar más en la herida.
El frustrado asesinato de Alejandro Magno en Frada
En el otoño del año 330 a.C., cuando el ejército se encontraba en Frada, la capital de la satrapía persa de Drangiana, se descubrió una gran conspiración para culminar con éxito el asesinato de Alejandro Magno. Por lo que sabemos, en ella estaba implicado incluso uno de los seis guardaespaldas reales, Demetrio, aunque el líder de los conjurados era un miembro de la élite militar macedonia, Dimno de Calastra.
El plan se había descubierto de manera fortuita, cuando Dimno había intentado convencer a su amante Nicómaco para que se pasara al bando de los conspiradores. Lejos de ser un apoyo, el joven se lo contó todo a su hermano Cebalino, que a su vez se lo hizo saber dos veces a Filotas, comandante de la caballería e hijo de Parmenión. Sin embargo, cuando Cebalino vio que Filotas no hacía nada por desbaratar el complot, se dirigió al propio Alejandro por medio de uno de sus pajes reales. Una vez el rey supo la verdad, los hechos se precipitaron.
Poco después de enterarse, Alejandro ordenó arrestar a todos los sospechosos. Mientras que Dimno de Calastra evitó ser enjuiciado al suicidarse antes de que fueran a por él, Filotas fue llamado ante el rey. En su defensa insistió en que no había tomado en serio las palabras de Cebalino, por lo que decidió no hacer nada. Ya fuera inocente o culpable, lo cierto es que el comandante se había convertido en cómplice tácito de la conjura.
Esa misma noche Alejandro se reunió con sus más estrechos amigos para decidir el destino de Filotas: Hefestión, Crátero, Ceno, Erigio, Ptolomeo, Perdicas y Leonato. Entre todos decidieron que era culpable, y debía ser ejecutado. Durante la madrugada, 300 hombres despertaron a Filotas para arrestarlo, y al día siguiente fue llevado ante el ejército reunido en asamblea. A lo largo de la mañana él y su padre Parmenión fueron acusados de alta traición. Antes de ser lapidado junto a los demás conspiradores conocidos, Filotas fue torturado por Hefestión, Crátero y Ceno.
Una vez ejecutado Filotas, solo quedaba una opción: asesinar también a Parmenión, el más leal y experimentado general de Alejandro. El prestigioso militar, de unos sesenta y cinco años de edad, sería una potencial y severa amenaza si, al enterarse de la ejecución de su hijo, decidía vengarse de sus verdugos, por lo que había que eliminarlo. En aquel momento estaba en Ecbatana, lugar donde finalmente se había trasladado el tesoro real persa.
Guerra de los Diadocos
La muerte de Alejandro Magno
Esposas y amantes de Alejandro Magno
La Batalla del Hidaspes
Alejandro Magno en la India
El asesinato de Darío III
Para que no sospechara nada y no pusiera en contra del rey a los 6000 soldados allí establecidos, se urdió un astuto plan. Alejandro envió a Ecbatana la carta con la orden de ejecutar a Parmenión por medio de Polidamante, uno de los mejores amigos del viejo general. Para asegurar su lealtad y el buen desarrollo de la misión, Alejandro se quedó con los hermanos de Polidamante como rehenes, y lo envió acompañado de unos árabes que lo vigilaran.
Al llegar a la ciudad, Polidamante entregó las órdenes del rey a los generales allí ubicados al mando de Parmenión: Cleandro, Sitalces y Menidas. Los cuatro fueron a buscar al militar, que estaba en el jardín de su residencia. Al llegar junto a él, le entregaron un carta falsificada de su hijo Filotas y, cuando la estaba leyendo, lo apuñalaron numerosas veces. Luego lo decapitaron y enviaron su cabeza a Alejandro Magno. Acto seguido, Alejandro ordenó a Clito que fuera a Ecbatana para ponerse al mando de las tropas y traerlas a su presencia en el menor tiempo posible. Así, a finales del 330 a.C., después de una gran purga en el ejército hecha contra los que defendieron a Filotas y Parmenión, el batallón partió de nuevo para continuar su expedición. Nadie más se atrevería a cuestionar la autoridad suprema de Alejandro Magno.
Bibliografía
BARCELÓ, P. (2011): Alejandro Magno. Alianza Editorial, Madrid.
CASALS MESEGUER, J.M. (2018): Alejandro el conquistador. Gredos, Barcelona.
HECKEL, W.: «Los ‘mariscales’ de Alejandro», en Desperta Ferro Antigua y Medieval, nº 47, 2018, pp. 38-44.
POMEROY, S. [et.al.] (2012): La antigua Grecia. Historia política, social y cultural. Crítica, Barcelona.
SÁNCHEZ, J.P.: «Las conjuras contra Alejandro», en Historia National Geographic, nº173, 2018, pp. 66-77.