Crítica de «Dunkerque» escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia
Crítica de Dunkerque
La narración cinematográfica de un episodio -sea éste histórico o de ficción- no es una novedad, menos aún en un género tan apriorísticamente apropiado como el bélico. Así lo demuestran numerosos títulos, especialmente aquellos que cuentan una batalla y, afinando aún más, las de la Segunda Guerra Mundial. La razón más obvia es mostrar ambas partes contendientes y ahí tenemos casos como ¡Tora, tora, tora! o Cartas desde Iwo Jima, por poner sólo un par de casos destacados. Dunkerque (Christopher Nolan, 2017) se suma a la lista, aunque con la particularidad de que sus tres hilos argumentales corresponden a personajes británicos.
En concreto, se trata de las desventuras de un soldado de la BEF (British Expeditionary Force) que fracasa una y otra vez en su intento de reembarcar hacia Inglaterra, del heroico sacrificio de una pequeña escuadrilla de pilotos de la RAF (Royal Air Force) y de la organización de la evacuación de las tropas desde las playas francesas por la Royal Navy. Es decir, una historia por cada uno de los tres ejércitos que combatieron a los alemanes en la Segunda Guerra Mundial (tierra, mar, aire). De hecho, no es casualidad, ya que Christopher Nolan, autor del guión además de director, concibió el argumento como un homenaje después de navegar en los años noventa por el Canal de la Mancha y saber que cientos de embarcaciones particulares lo atravesaron en aquel confuso comienzo bélico para rescatar a sus soldados, ante la imposibilidad de que los barcos grandes pudieran acercarse lo suficiente a tierra por la escasa profundidad.
Eso le otorgó a Nolan la oportunidad de introducir, dentro del hilo marítimo, una subvariante: la de la voluntariosa población civil. Lo hizo a través de una historia real, aunque sin citarla como tal y cambiando el nombre de su protagonista: Charles Lightoller, un marino profesional que sobrevivió a varios dramáticos naufragios, entre ellos el del Titanic, donde era segundo oficial. En 1940, retirado y contando ya sesenta y siete años, zarpó rumbo a Francia con su yate Sundowner (Moonstone en el filme), acompañado de su hijo y un Sea Scout, para colaborar en la Operación Dinamo, la repatriación de las tropas británicas, asediadas en las playas de Dunkerque por la Wehrmacht y la Luftwaffe.
Lightoller, rebautizado Dawson e interpretado por Mark Ryalance, tenía un hijo más al otro lado del canal y no estaba dispuesto a dejarlo abandonado. No pudo encontrarlo, aunque después supo que había logrado subir a uno de los buques y llegar a Inglaterra; por contra, en el film, Dawson acude al rescate de los demás como homenaje a su vástago muerto. Es interesante señalar que una de las escenas, aquella en la que espera hasta el último segundo para virar el timón y evitar así la ráfaga mortal de un avión germano, ocurrió de verdad.
En Dunkerque se concentraron más de cuatrocientos mil soldados británicos supervivientes de las diez divisiones que habían sido enviadas a Francia por el gobierno de Chamberlain ante el inminente estallido de la guerra y la amenaza de que Hitler invadiese Francia, como así fue. En mayo de 1940, Winston Chuchill se convirtió en primer ministro y, con el desmoronamiento del frente, decidió retirar esa fuerza antes que perderla por completo, para lo cual se inició la citada Operación Dinamo. Era todo un reto logístico que sólo pudo conseguirse por una combinación de factores, entre ellos la defensa francesa del perímetro y las órdenes dadas por el propio Hitler para detener a sus blindados debido a las pérdidas que estaba provocando el pantanoso terreno costero.
Pero, por supuesto, también el esfuerzo de la aviación británica, que perdió más de centenar y medio de aviones, y la marina, que sobreponiéndose a la amenaza de los submarinos y al hecho de que los muelles locales estaban prácticamente destruidos, consiguió evacuar -ayudada por multitud de civiles, como vimos- a más de 338.226 hombres, entre británicos (la mayoría), franceses y belgas, diez veces más de los que se esperaba. Atrás quedaron, eso sí, 11.000 muertos y casi 100.000 prisioneros.
En el éxito de la operación tuvo una importancia decisiva la dirección del capitán William Tennant, que fue quien decidió emplear un espigón para los barcos y las playas para concentrar a las tropas, lo que agilizó los embarques. En el filme aparece encarnado por Kenneth Brannagh y, tal como sale al final, tras salir el último soldado británico se quedó en Dunkerque para supervisar la evacuación de los franceses; aunque no se ve en ninguna escena, recorrió andando los arenales, llamando con un megáfono a los que quedasen rezagados.
La espera a la orilla del mar fue todo menos agradable. La Luftwaffe realizó una docena de raids con miles de bombas lanzadas; si no fueron más se debió a que tuvieron que proporcionar apoyo a las divisiones que trataban de tomar Lille, Calais y Amiens, además de combatir a los cazas de la RAF, que llevaron a cabo veintidós misiones para interceptarlos. La mayor parte de esos combates aéreos tuvieron lugar lejos de las playas, por eso los soldados que aguardaban angustiados creyeron que la aviación les había dejado en la estacada, tal como muestra la escena en la que arriban por fin a Inglaterra y se lo recriminan a un piloto.
Otro de los problemas a los que se enfrentaron los aviadores británicos fue la limitación de autonomía, ya que apenas tenían combustible para luchar y regresar. La película lo refleja tanto en la imposibilidad de ganar altura como en ese bello momento final del aterrizaje de emergencia que Farrier (Tom Hardy) culmina con la destrucción de su Spitfire para evitar que caiga en manos enemigas. Tanto Hardy como Jack Lowden, que asume el personaje de su compañero Collins, se pasan casi todo el metraje embutidos en sus máscaras, por lo que sus voces adquieren un protagonismo especial.
Faltaría reseñar el hilo de la infantería, que tiene como guía al joven soldado Tommy, a quien la suerte parece empeñada en sabotear sus desesperados intentos de salir de Dunkerque, pues cada vez que consigue subir a un barco éste termina hundiéndose: primero por un bombardero alemán, luego por un torpedo, después por las vías de agua del pesquero varado que él y un grupo de compañeros ponen a flote, y una cuarta vez por otro ataque aéreo. Eso sí, él siempre salva la vida in extremis y finalmente será el yate de Dawson el que lo rescate y devuelva a su hogar.
Con todo lo explicado, es fácil deducir que Dunkerque es una superproducción de 150 millones de dólares que suple la escasez de diálogos con la espectacularidad de los extras, los efectos especiales (los digitales son menos de lo que parece; muchos barcos y soldados eran meras figuras de cartón), la fotografía de Hoyte van Hoytema (que ya había colaborado con Nolan en Interstellar) y la emoción de las situaciones. Muchas escenas se rodaron in situ, complementadas con otras de estudio y es curioso reseñar que, de las decenas de barcos reunidos para el rodaje, algunos habían participado en su día en la Operación Dinamo.
La película recaudó cinco veces más que su coste y se llevó tres Óscar técnicos (montaje, sonido y edición de sonido), teniendo nominaciones a mejor película, mejor director, mejor fotografía, mejor diseño de producción y mejor banda sonora (que compuso Hans Zimmer), además de ser candidata a tres Globos de Oro (película, director y música) y ganar un BAFTA al mejor sonido. Como se puede deducir por esa internacionalidad de galardones, se trata de una coproducción en la que participaron Reino Unido, EEUU, Francia y Países Bajos.
Pero Dunkerque tiene algunas curiosidades que la caracterizan más allá del mero espectáculo bélico. Si la acción se muestra en un triple ámbito, además transcurre en tres franjas cronológicas: una hora para el aire, un día para el mar y una semana para tierra, todas ellas desarrollándose de forma alternada. Asimismo, nunca se muestra ni a los alemanes ni a los mandos para conservar la unidad de acción, al igual que no aparece tampoco mujer alguna. Por último, durante el rodaje la meteorología fue peor que en aquella primavera de 1940. Quizá eso pueda explicar cómo Lightoller se las arregló para transportar a Inglaterra nada menos que a 127 soldados a bordo del Sundowner -una cáscara de nuez, prácticamente- sin zozobrar. Ese histórico yate se puede ver, por cierto, en el Ramsgate Maritime Museum.
Crítica de «Dunkerque» escrita por Jorge Álvarez, licenciado en Historia