¿Qué fue la Guerra de los Aliados (91 – 88 a.C.)?
La Guerra de los Aliados (91 – 88 a.C.), también llamada tradicionalmente Guerra Social o Guerra Mársica, fue una contienda que enfrentó a la República Romana con los que siempre habían sido hasta ahora sus socios militares incondicionales, los pueblos itálicos. Estos pueblos rebelados gobernaron por medio de un senado federal desde una nueva capital, acuñaron sus propias monedas y reclutaron un gigantesco ejército de quizás 100.000 hombres que amenazó la estabilidad de la gran metrópolis. Vista en retrospectiva, la Guerra de los Aliados fue la primera gran guerra civil que viviría la antigua Roma en el siglo I a.C.
La Guerra de los Aliados: romanos vs. itálicos
Cuando hablamos de la Guerra de los Aliados, Guerra Social o Guerra Mársica no debemos pensar que fue algo así como todos los pueblos de Italia contra Roma, ni mucho menos. Concretamente, los pueblos itálicos que se rebelaron contra los romanos fueron los samnitas, los picenos, los marsos, los vestinos, los pelignos, los marrucinos, los frentanos y los hirpinos. Todos ellos formaron un bloque compacto en un amplio territorio de la Italia central y meridional, con particular fuerza en torno a los Apeninos y la costa adriática. No obstante, cabe destacar que algunas ciudades dentro de los territorios rebelados prefirieron mantenerse al margen del conflicto.
Por su parte, Roma contó en todo momento con dos cartas a su favor: la fidelidad de las colonias latinas extendidas por Italia (excepto Venusia) y la pasividad de etruscos y umbros, que hicieron que la rebelión no se expandiera hacia el norte para aislar territorialmente a los romanos.
El nuevo Estado itálico
Desde el primer momento de la Guerra de los Aliados existieron dos escenarios bélicos bien definidos: el septentrional liderado por el marso Popedio Silón y el meridional capitaneado por el samnita Papio Mutilo. Por debajo de ellos existían doce pretores, quizás uno por cada comunidad rebelde. En su conjunto, todas las acciones de los aliados estaban coordinadas por un Senado de 500 miembros, probablemente integrado de forma proporcional por delegados elegidos de entre las aristocracias regionales.
Asimismo, su capital se instaló en la ciudad de Corfinio, que pasó a llamarse Itálica. A pesar de sus diferencias internas, parece que se veían a sí mismos como un Estado unitario al que llamaron por primera vez Italia. Así se refleja, por ejemplo, en las monedas acuñadas, en una de las cuales se observa un toro (el animal que simboliza a los itálicos) corneando a una loba (símbolo de Roma). Esta rapidez con la que los itálicos se organizaron y crearon un Estado alternativo revela que todo se estaba preparando desde mucho antes en el tiempo, por lo que la muerte de Marco Livio Druso solo fue el detonante de la guerra.
Guerra y diplomacia en la Guerra de los Aliados
Durante el año 90 a.C., las tropas itálicas lograron algunas victorias frente a los dos cónsules romanos, Lucio Julio César en el frente del sur y Publio Rutilio Lupo en el del norte. Como consecuencia, la mayor parte de las ciudades de las regiones de Lucania, Apulia y Campania se unieron a la rebelión. En el otro bando, casi el único éxito romano fue lograr que las regiones de los umbros y etruscos, al norte, no se unieran a los insurgentes.
Precisamente con el objetivo de frenar la expansión de la rebelión, el cónsul Lucio Julio César hizo aprobar una ley —la Lex Iulia de civitate— que otorgaba la ciudadanía romana a todos aquellos pueblos que hubieran permanecido leales a Roma. Del mismo modo, la ley Calpurnia, promovida por el tribuno de la plebe Lucio Calpurnio Pisón, concedía la ciudadanía romana a todos los aliados itálicos que combatieran a favor de Roma. Ya en el 89 a.C., una nueva ley promulgada por los tribunos Marco Plaucio Silvano y Cayo Papirio Carbón confería la ciudadanía romana a título individual a todos los itálicos que la solicitaran expresamente al pretor urbano de Roma en los dos meses siguientes a la entrada en vigor de la ley.
Batallas de la Guerra de los Aliados
Paralelamente a la vía legal, las operaciones militares de ambos bandos se sucedían. El cónsul que comandaba el frente del norte —Publio Rutilio Lupo— murió en batalla junto a 8000 legionarios, por lo que el mando se transfirió a dos de sus oficiales, un ya envejecido Cayo Mario y Quinto Cepión. Sin embargo, pronto el segundo cayó junto a su ejército en una emboscada a manos de Popedio Silón, por lo que tuvo que ser Cayo Mario quien concentrara a todos los efectivos para obtener finalmente una gran victoria militar.
Incluso con las medidas legales ya planteadas, muchos de los sublevados resistían todavía en el 89 a.C., aunque no lo harían por mucho más tiempo. En el norte, el cónsul Pompeyo Estrabón primero derrotó a marrucinos, pelignos y vestinos, y luego asedió y tomó Ásculo, el lugar en el que todo había empezado. Esto supuso un duro revés para los rebeldes, que tuvieron que trasladar la sede del Senado a la colonia de Isernia, donde de paso nombraron a Popedio Silón general en jefe.
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Mientras tanto, el escenario bélico del sur quedó en manos de Lucio Cornelio Sila, que a lo largo del año consiguió recuperar la Campania, vencer a hirpinos y samnitas y tomar el baluarte itálico de Boviano. De esta manera se quebró la unidad de los confederados, que quedaron aislados en torno a Isernia. El esfuerzo de los supervivientes por mantener la lucha fue en vano, pues a comienzos del 88 a.C. Popedio Silón murió en una batalla, y con él, la rebelión.
Consecuencias de la Guerra de los Aliados
La Guerra de los Aliados terminó con la victoria militar de Roma, pero causando unos desastrosos efectos sobre la economía. Las devastaciones de campos de cultivo y la incautación de cosechas para alimentar a los ejércitos empobrecieron aun más a un gran número de propietarios. Así, la Guerra de los Aliados aceleró de manera obligada e irreversible el proceso de proletarización del ejército, el único destino que veían muchos de los campesinos arruinados por las deudas.
Al mismo tiempo, la obtención por parte de los aliados de aquello que pretendían al inicio del conflicto, la ciudadanía romana, abrió un nuevo debate a resolver… ¿cómo integrar a tantas personas de golpe en el sistema institucional romano? Si las cifras que nos ofrecen los escritores antiguos son exactas, el número de ciudadanos romanos se había triplicado, sumando ya más de un millón de personas.
Fuera como fuera, a partir de entonces estos nuevos ciudadanos servirían en las legiones en igualdad de condiciones, recibirían idénticas compensaciones y disfrutarían de los mismos derechos individuales. Aun así, los romanos nunca ajustaron sus instituciones para registrar los votos en las elecciones emitidos fuera de Roma, por lo que en la práctica solo podían votar los itálicos ricos que podían dedicar dinero y tiempo para viajar a la ciudad para votar.
En conclusión, el final de la Guerra de los Aliados no trajo consigo la paz a Roma. A nivel externo, ya se oían los tambores de guerra que venían desde Asia de la mano de uno de los mayores enemigos de la historia antigua de Roma: el rey Mitrídates VI. A nivel interno, la década de los años 80 se caracterizaría por una constante inestabilidad política y social que culminaría en la primera gran guerra civil plenamente romana y la instauración de la dictadura personal de Lucio Cornelio Sila.
Bibliografía
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