Introducción
En el año 88 a.C., la tensión entre el reino del Ponto de Mitrídates VI Eúpator y la provincia romana de Asia había llegado a su máximo pico histórico. En primavera, los enemigos de Roma de docenas de ciudades de toda la península de Anatolia, encabezados por el rey póntico, tramaron secretamente un plan: asesinar a las decenas de miles de romanos —hombres, mujeres y niños— que vivían en sus territorios. El suceso, conocido como las Vísperas Asiáticas o las Vísperas de Éfeso, inauguró de la peor manera la primera de las Guerras Mitridáticas.
Antecedentes a las Vísperas Asiáticas
Hacia el año 97 a.C., los capadocios se rebelaron contra su niño rey Ariarates IX, hijo de Mitrídates VI, y pidieron ayuda a los romanos. Estos actuaron más enérgicamente que otras veces y exigieron que se devolviera la libertad a Paflagonia y Capadocia. Además, en este último los romanos sentaron a un nuevo rey, un noble llamado Ariobarzanes.
No obstante, el nuevo monarca duraría muy poco. Entre el 96 y el 94 a.C., Mitrídates se alió con su yerno, el rey Tigranes II de Armenia, para expulsar a Ariobarzanes y restituir en el trono a Ariarates IX. En consecuencia, el Senado romano envió a Lucio Cornelio Sila a Oriente a recolocar a su rey títere. Lo cierto es que de poco sirvió, ya que al cabo de un año Ariobarzanes fue depuesto por segunda vez. Paralelamente, el rey póntico intervino en Bitinia, donde el rey Nicomedes III había muerto recientemente, precisamente para apartar del trono al legítimo heredero, Nicomedes IV.
Una vez que la situación de la Guerra de los Aliados (91 – 88 a.C.) permitió prestar atención a los problemas de Oriente, los romanos enviaron una comisión senatorial con el objetivo de restaurar en el trono a los dos monarcas depuestos. Este grupo lo lideraba Manio Aquilio, político e hijo del senador que había organizado la provincia de Asia en los años veinte del siglo II a.C.
Con la ayuda del actual gobernador de la provincia y de sus aliados locales, Manio Aquilio completó su misión y exigió que Mitrídates pagara una indemnización. Cuando el soberano póntico se negó a hacerlo, Aquilio exigió a los reyes de Capadocia y Bitinia (recordemos que son Ariobarzanes y Nicomedes IV, respectivamente) que invadieran el reino del Ponto como represalia.
La guerra antes de las Vísperas Asiáticas
A finales del 89 a.C., Manio Aquilio y Nicomedes IV de Bitinia iniciaron la Primera Guerra Mitridática (89 – 85 a.C.) al orquestar un ataque por tierra y mar contra el reino del Ponto; eso sí, sin la aprobación previa del Senado romano. Sin embargo, lo que parecía una victoria militar de los aliados romanos en realidad era una victoria de la diplomacia póntica. Ahora, frente a todo el mundo, Mitrídates podía presentarse como la inocente y sorprendida víctima de un violento e injusto ataque contra el Ponto instigado por los malvados romanos.
Contando ahora con un casus belli sólido, Mitrídates VI comenzó la guerra invadiendo Capadocia y Bitinia. Inicialmente, las escasas fuerzas del bando romano en Asia, al mando de Aquilio y de los procónsules de la zona, tuvieron que hacer frente a los gigantescos recursos bélicos que el rey del Ponto había estado preparando durante años.
Después de derrotar al ejército de Nicomedes IV, Mitrídates VI penetró en Bitinia e invadió buena parte del oeste de Asia Menor, consiguiendo que las defensas romanas se replegaran hacia las islas. Para ganar popularidad, el soberano póntico prometió la libertad a las ciudades griegas, la derogación de los impuestos y la cancelación de las deudas. Ante esta situación, el Senado y el Pueblo de Roma declararon la guerra oficialmente, pero tardaron en enviar las legiones porque se desencadenó la guerra civil entre Lucio Cornelio Sila y Cayo Mario. Mientras tanto, el propio Manio Aquilio fue capturado y se le hizo desfilar atado sobre un asno antes de ejecutarle vertiendo oro fundido por su garganta.
La planificación de las Vísperas Asiáticas
La forma en que Mitrídates mantuvo los planes para las Vísperas Asiáticas en secreto continúa siendo uno de los mayores misterios de las labores de inteligencia del mundo antiguo. Conspiradores de numerosos lugares estuvieron durante más de un mes planificando la masacre simultánea de todos los romanos e itálicos que habitaban en sus ciudades sin que estos se enteraran. En concreto, sabemos que estuvieron implicadas urbes como Éfeso, Pérgamo, Adramitio, Cauno, Trales, Nisa, Apamea, Cnido, Mileto, Esmirna, Eritras, las islas egeas de Cos, Lesbos y Quíos…
Entre otras cosas, se decidió confiscar las propiedades de los romanos y arrojar sus cadáveres a los perros y a los cuervos. Asimismo, todo aquel que tratara de avisar o proteger a los romanos, o que intentara solo enterrar sus cuerpos, sería duramente castigado. Por el contrario, los esclavos que hablaran cualquier otra lengua distinta del latín serían perdonados, y aquellos que fueran cómplices en el asesinato de sus amos serían premiados.
La aniquilación vivida en las Vísperas Asiáticas no tuvo comparación en toda la historia antigua. No se trató de una matanza desencadenada en una ciudad sitiada, ni fue a causa de la brutalidad desatada de unos soldados excitados por la batalla. Fue un verdadero genocidio sistemáticamente diseñado y ejecutado con simultaneidad para exterminar a todos los romanos existentes en Anatolia.
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El día de las Vísperas Asiáticas
Establecer un número exacto de romanos que fueron asesinados en el día de las Vísperas Asiáticas es muy complicado, pues desconocemos cuántos romanos e itálicos vivían en Anatolia a principios del siglo I a.C. Según el autor clásico que consultemos, la cifra fluctúa entre los 80.000 y los 150.000. Si bien es cierto que este recuento puede ser exagerado, algunos especialistas actuales creen que como máximo se puede reducir a la mitad —es decir, 40.000—, lo que no deja de ser una cantidad enorme.
Los detalles del sangriento ataque nos han llegado gracias sobretodo al historiador romano Apiano, al oficial superviviente Publio Rutilio Rufo y a los documentos capturados por Lucio Cornelio Sila durante la guerra. Así sabemos que en cuanto amaneció aquel día las masas derribaron las estatuas e inscripciones romanas erigidas en los lugares públicas. Después, el genocidio comenzó con sus particularidades en todas las ciudades. En dos ciudades tan famosas y multitudinarias como Éfeso o Pérgamo, por ejemplo, miles de familias romanas fueron asesinadas a sangre fría en el interior de los templos, que según la tradición griega eran espacios sagrados inviolables.
Respecto a la identidad de los genocidas, en la actualidad se sostiene que en la conjura participaron individuos de todas las clases sociales, grupos étnicos y sectores económicos. Al final, Mitrídates había jugado bien sus cartas para conseguir que indígenas anatolios, griegos y judíos quisieran ajustar cuentas con los romanos por su duro gobierno y su abusivo sistema fiscal.
Inmediatamente después de las Vísperas Asiáticas, los ejércitos de Mitrídates VI marcharon sobre la isla de Rodas y sobre Grecia para liberar a los griegos continentales de la dominación romana, contando con Atenas entre sus mayores aliados. Por todo ello los romanos, pese al colosal desgaste sufrido en esos años, se vieron arrastrados a un largo conflicto en Oriente que les costaría un alto precio en vidas, recursos y reputación.
Bibliografía
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