Introducción
A finales del año 88 a.C., el rey Mitrídates VI Eúpator era ya el dueño y señor de Asia y parte del Egeo y había asentado su corte en la ciudad de Pérgamo. Cuando Lucio Cornelio Sila llegó al Epiro en la primavera del 87 a.C., la conquista póntica de toda Grecia y Macedonia era casi inevitable. Sin embargo, el brillante general supo encauzar la situación con varias victorias importantes, de modo que al soberano del Ponto no le quedó más remedio que aceptar los términos de paz que se le propusieron. En esta entrada vamos a ver un breve resumen de los acontecimientos más importantes de la Primera Guerra Mitridática (89 – 85 a.C.), pegada en el tiempo a la primera Guerra Civil Romana en Italia.
La Primera Guerra Mitridática antes de la llegada de Sila
Para asegurarse realmente el dominio sobre los territorios conquistados en la península de Anatolia, Mitrídates VI necesitaba hacerse también con el control del mar Egeo. Así, la guerra contra Roma se libraría en un escenario muy alejado del auténtico reino del Ponto. Siguiendo esta lógica, en el otoño del 88 a.C. se apoderó de las islas egeas más importantes, entre ellas Delos, Lesbos y Rodas. Lo cierto es que, excepto en esta última, no le costó mucho conseguirlo, pues los griegos que vivían allí veían al rey póntico como un heroico luchador por la libertad que les libraría del dominio romano.
Incluso Atenas, uno de los epicentros de la cultura y el arte en la Antigüedad, se pasó al bando de Mitrídates. Lo hacía atraída por los discursos del filósofo Atenión de Pérgamo, que actuó como embajador de Mitrídates hablando acerca de las promesas pónticas sobre la restauración del régimen democrático y la derogación de las deudas. Desde Atenas como cabeza de puente, los generales Arquelao y Metrófanes lograron que Acaya, Esparta, Eubea y parte de Beocia se unieran también a la causa antirromana.
Además, Mitrídates envió un tercer ejército por tierra al mando de su hijo Arcatio y el general Taxiles que marchó desde el Ponto a través de Bitinia y Tracia hasta Macedonia, donde venció sin muchos problemas al gobernador romano de aquella provincia. Este batallón permanecería allí hasta que el fin del asedio de Atenas por parte de Sila hizo necesario moverlo hacia el sur.
La Primera Guerra Mitridática: el asedio de Atenas
El desembarco de las cinco legiones romanas de Lucio Cornelio Sila en el Epiro significó un punto de inflexión en la Primera Guerra Mitridática. Al ser declarado enemigo público de Roma, no podía esperar que le enviaran refuerzos, suministros o financiación, por lo que estaba solo. No obstante, este obstáculo lo superó solicitando todo lo necesario a las ciudades griegas aun leales en Etolia, Tesalia y Beocia.
Una vez completado el avituallamiento, Sila se dirigió hacia el Ática y atacó directamente Atenas y el Pireo en el verano del 87 a.C. La tradición dice que numerosos atenienses acudieron desesperados ante el general para recordarle el pasado glorioso de la ciudad, pero Sila les respondía siempre con la misma frase: «No he sido mandado por Roma a Atenas para estudiar, sino para acabar con los rebeldes«.
La ciudad, tras una encarnizada lucha de meses de duración, se rindió finalmente por causa de la hambruna el 1 de marzo del 86 a.C. Sila prohibió que se quemara la ciudad, pero permitió que sus soldados recorrieran las calles saqueando, matando y violando a hombres, mujeres y niños. La excepción a esta regla fueron los esclavos, cuya venta suponía un botín demasiado rentable como para desperdiciarlo.
Una vez que se rindieron los últimos supervivientes que se habían hecho fuertes en la Acrópolis, Sila confiscó el Tesoro: unos 270 kilos de plata y unos 18 kilos de oro. Viendo lo sucedido en la ciudad, el general Arquelao ordenó a sus hombres abandonar la defensa del puerto del Pireo y embarcar en las naves para ir en busca de los refuerzos pónticos ubicados al norte.
La Primera Guerra Mitridática: de Queronea a Orcómeno
Cuando las tropas de Arquelao se unieron a las de Taxiles, las fuerzas mitridáticas en Grecia sumaron alrededor de 120.000 hombres (o solo 60.000, si las fuentes exageran) y unos 90 carros falcados. Era un ejército muy heterogéneo porque estaba integrado por los pónticos y sus aliados anatólicos más los griegos, macedonios, tracios, sármatas, escitas, sirios, antiguos esclavos romanos… Al frente de este enorme contingente, Arquelao marchó hacia el sur buscando el encuentro directo con Sila, que por aquel entonces, según las fuentes, tenía solo 30.000-40.000 hombres.
Finalmente, ambos ejércitos se enfrentaron en Queronea (Beocia), en el mismo lugar en el que 250 años atrás (en el 338 a.C.) las tropas de Filipo II de Macedonia habían doblegado a los griegos. La batalla terminó con una victoria romana, gracias a la cual se demostró una vez más que la alta disciplina de los legionarios romanos compensaba con creces su inferioridad numérica frente a las desordenadas huestes de Mitrídates. No contento con haber tomado miles de prisioneros, Sila mandó erigir dos monumentos triunfales que estarían en pie en el lugar durante varios siglos. En el otro lado de la balanza, solo unos 10.000 hombres de Arquelao lograron sobrevivir para llegar a unirse a los nuevos refuerzos venidos de Oriente al frente del general Dorilao.
En ese mismo verano del 86 a.C. tuvo lugar la batalla de Orcómeno (Beocia), que también se saldó con un triunfo romano en el que pudieron llegar a perecer hasta 15.000 soldados de Mitrídates. Sin duda, la habilidad táctica de Sila, su extraordinario talento para el mando de tropas y la lealtad y valor de estas fueron los factores determinantes en estas victorias. Por último, al igual que en Queronea, el general romano mandó construir otro monumento de varios metros de alto para conmemorar la batalla.
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La Primera Guerra Mitridática: la Paz de Dárdano
Mientras todo eso sucedía en Grecia, en Roma Cayo Mario había muerto. Su sucesor en el consulado, Lucio Valerio Flaco, fue enviado a Oriente para sustituir al defenestrado Sila al mando de la primera guerra mitridática. A pesar de ello, nunca llegaron a reunirse, pues Valerio Flaco fue asesinado en el 85 a.C. en medio de un motín militar encabezado por su mano derecha, Cayo Flavio Fimbria, quien asumió el mando del ejército consular.
Al mando de dos legiones, Fimbria esquivó al ejército romano de Sila y cruzó Macedonia y Tracia para dirigirse a la península de Anatolia. Allí venció en varias batallas a los generales de Mitrídates, devastó el territorio y destruyó ciudades. El avance del romano fue tan importante que llegó a apoderarse de Pérgamo, la capital del rey póntico. En este contexto, a Mitrídates no le quedó más remedio que aceptar la paz que Sila le estaba proponiendo.
Además de la rendición total de sus fuerzas, la Paz de Dárdano (85 a.C.) que puso fin a la Primera Guerra Mitridática establecía los siguientes términos: Mitrídates debía pagar una indemnización de guerra de 2000 talentos, debía abandonar Paflagonia, aceptar la devolución de Bitinia y Capadocia a sus antiguos reyes y entregar setenta barcos y quinientos arqueros. A pesar de ello, el acuerdo no era muy desfavorable para el monarca, ya que permanecía como rey del Ponto y su imperio en torno al mar Negro estaba intacto.
La Paz de Dárdano puso fin a las operaciones militares de manera efectiva, pero nunca pasó de ser un mero pacto verbal entre Sila y Mitrídates, ya que nunca fue ratificado por el Senado romano. De hecho, como Sila no tenía legalmente el mando de la guerra, no estaba autorizado a firmar ningún tratado de paz en nombre de Roma. No obstante, esto no fue impedimento para que Sila regresara a Roma triunfalmente, iniciando allí una férrea dictadura (82 – 79 a.C.) que tendría importantes consecuencias para la historia antigua de Roma.
Bibliografía
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