Introducción
La Paz de Dárdano que puso fin a la Primera Guerra Mitridática (89 – 85 a.C.) estaba destinada a tener una vida efímera desde su nacimiento. Al fin y al cabo, era solo un acuerdo oral fruto de una negociación entre un general romano ilegítimo —Lucio Cornelio Sila— y un ambicioso rey oriental —Mitrídates VI del Ponto— no dispuesto a hincar la rodilla tan fácilmente. En cuanto se dio la ocasión, ambos bandos se enfrentaron nuevamente en la llamada Segunda Guerra Mitridática (83 – 81 a.C.).
Antecedentes a la Segunda Guerra Mitridática
Una vez que la Primera Guerra Mitridática terminó, Sila exigió a Cayo Flavio Fimbria que le entregara el mando sobre las dos legiones que comandaba. Cuando éste se negó a obedecer, Sila fue a su encuentro y asedió el campamento de su batallón como medida de presión. Al ver que muchos de sus hombres desertaban para integrarse en el ejército silano, Fimbria optó por huir. Cuando llegó a Pérgamo, la ciudad que había conquistado a Mitrídates, entró en un templo y se suicidó clavándose una espada.
Después de su muerte, las legiones de Fimbria se pasaron completamente al ejército de Sila, que a su vez las puso al mando de su lugarteniente, Lucio Licinio Murena. Este nuevo personaje, imprescindible durante la conquista de Atenas y el Pireo, era uno de los más descontentos con los beneficiosos términos que su superior había negociado con el rey póntico. Por todo ello, Murena decidió que tenía que reanudar la guerra, tanto para humillar de verdad a Mitrídates como para obtener un éxito militar con el que escalar posiciones en la sociedad romana.
Antes de regresar a Italia, Sila reorganizó la provincia romana de Asia según sus intereses. Todas las ciudades que se habían enfrentado a Mitrídates recibieron el título de «amigas del pueblo romano». Las demás ciudades fueron torturadas, fiscalmente hablando, para recompensar generosamente a sus tropas, cuya fidelidad era el pilar de su trayectoria profesional. Además, muchas de sus murallas fueron derribadas y comunidades enteras fueron esclavizadas.
Como consecuencia indirecta de estas medidas, el control del comercio marítimo en el Egeo decayó, lo que derivó en un enorme crecimiento de la piratería en la zona. Así quedaría la situación en la región hasta que otra de las grandes figuras históricas de la República Tardía, Pompeyo el Grande, interviniera en las décadas siguientes.
Inicios de la Segunda Guerra Mitridática
A mediados del 84 a.C., Sila pensó que todos sus objetivos en Asia estaban ya cumplidos y decidió volver a Italia. Como gobernador de la provincia dejó a Lucio Licinio Murena, quien sería después ratificado en el puesto por el Senado romano. Cuando partió de Oriente, Sila se llevó consigo unos 40.000 hombres y dejó unos 12.000 en Anatolia a cargo de Murena.
En un sorprendente giro de los acontecimientos, Arquelao, el líder militar más importante de Mitrídates en la primera guerra, desertó para unirse a los romanos. Cuando se reunieron por primera vez los nuevos socios, Arquelao les contó que el rey póntico estaba creando una gran flota en el mar Negro y estaba reclutando y adiestrando un nuevo gran ejército. En el verano del 83 a.C., sin pensárselo dos veces ni hacer una declaración de guerra, Murena inició la Segunda Guerra Mitridática al invadir territorios de Mitrídates.
La reacción de Mitrídates a esta invasión fue contenida y diplomática. Primero envió embajadores a Murena, reprochándole que hubiera roto la paz. Después, ante las burlas sarcásticas de este, los mandó a Roma para apelar al Senado y a Sila. Mientras esperaba, puso al frente de sus ejércitos a un noble llamado Gordio, con la orden expresa de no atacar hasta recibir respuesta de los romanos.
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Batallas de la Segunda Guerra Mitridática
A lo largo del 82 a.C., las legiones romanas de Murena saquearon una larga lista de enclaves del Ponto, amasando así una gran fortuna en botines. Por su parte, tras pasar más de un año soportando los vagos intentos del Estado romano por pararle los pies a su general, Mitrídates decidió pasar a la acción en el 81 a.C.
Algunos historiadores piensan que la Segunda Guerra Mitridática no existió como tal, ya que mayoritariamente solo consistió en varios años de saqueo del Ponto por parte de Murena sin que hubiera un choque directo con el bando de Mitrídates. Para ello incluso usan el término «Tregua de los doce años» para referirse al tiempo pasado entre el final de la Primera y el inicio de la «Tercera» Guerra Mitridática. Por el contrario, la afirmación de la guerra aquí expuesta se basa en los enfrentamientos armados que tuvieron lugar en el 81 a.C. entre los ejércitos romano y póntico.
Cuando recibió la orden de contraatacar, Gordio reunió al ejército póntico y acampó frente a Murena, separados ambos por el río Halis. Los dos contingentes se enzarzaron en un violento combate a orillas del río en el que al final prevaleció el encabezado por Mitrídates. Más tarde, el rey obtuvo otra victoria al atacar las guarniciones del romano en Capadocia, por lo que a este no le quedó más remedio que retirarse a lugar seguro.
Mientras, en la Roma dominada por la dictadura de Sila, la preocupación por la posible escalada del conflicto llevó a tomar cartas en el asunto. El dictador envió al tribuno Aulo Gabinio a Anatolia para amenazar a Murena con un severo castigo si no abandonaba su campaña. Finalmente, el comandante decidió dejar definitivamente las hostilidades y regresar a Roma, donde curiosamente disfrutó de un triunfo al llegar.
Bibliografía
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