Introducción
La Tercera Guerra Mitridática (73 – 63 a.C.) fue el tercer y último conflicto armado entre el bando encabezado por el rey Mitrídates VI Eúpator, soberano del Ponto, y la República Romana, primero defendida por Lucio Licinio Lúculo y después por Pompeyo Magno. En los siguientes párrafos vamos a ver un breve resumen de esta guerra llena de grandes victorias y derrotas, ambiciosos planes de conquista, asedios y huidas, golpes de Estado y muertes importantes, y hasta un meteorito.
Causas de la Tercera Guerra Mitridática
Al mismo tiempo que Roma se centraba en reprimir las rebeliones del cónsul Marco Emilio Lépido y el esclavo Espartaco en Italia y de Quinto Sertorio en Hispania, en Oriente estaban pasando muchas cosas. El rey Mitrídates VI se había aliado con el mencionado Sertorio para ayudarlo militarmente, y su aliado, el rey Tigranes II de Armenia, había conquistado amplios territorios a costa del agonizante Imperio Seléucida.
En este tenso contexto, el hecho que provocaría la Tercera Guerra Mitridática tuvo lugar en el 74 a.C. El rey Nicomedes IV de Bitinia murió dejando su reino en herencia a Roma, tal y como había sucedido en el 133 a.C. con Pérgamo. Ante unas perspectivas de enriquecimiento tan prometedoras, el Senado aceptó enseguida el regalo y declaró que Bitinia era una nueva provincia romana. Como era de esperar, Mitrídates no podía tolerar esta decisión, por lo que se apresuró a invadir el reino con la excusa de proteger a un supuesto hijo de Nicomedes IV.
El inicio de la Tercera Guerra Mitridática
El inicio de la Tercera Guerra Mitridática —encomendada a los pro cónsules Marco Aurelio Cotta y Lucio Licinio Lúculo— no fue demasiado prometedor para los romanos. Pronto Cotta fue derrotado por Mitrídates y quedó atrapado en Calcedonia (en el estrecho del Bósforo), por lo que recayó sobre Lúculo la misión de enfrentarse al rey. Con la ayuda de tribus gálatas, el general no solo detuvo la invasión de los ejércitos del Ponto, sino que sorprendió a Mitrídates en Bitinia y recuperó la provincia después de derrotarle en una batalla. Como curiosidad, ambos bandos vieron en la caída de un meteorito un mal presagio, el signo de una inminente derrota.
Al año siguiente (72 a.C.), las victorias se repitieron. La flota de Lúculo triunfó en la batalla naval de Lemnos, lo que obligó a Mitrídates a retroceder en su propio territorio. Aislado, el rey tuvo que ver cómo pasaba de invasor a invadido cuando el general romano entró con paso firme en el reino del Ponto y llegó hasta su ciudad más importante, Amiso.
Finalmente, en torno al río Lico se desarrolló la batalla de Cabira, que acabó en una gran victoria de los romanos. En consecuencia, Mitrídates se vio obligado a huir de su propio reino, encontrando refugio en la Armenia de su aliado Tigranes. Acto seguido, las legiones de Lúculo, con la ayuda del liberado Cotta, procedieron a tomar una a una las principales ciudades del Ponto. En esta situación, parecía que la Tercera Guerra Mitridática tenía los días contados.
El fracaso de Lúculo en la Tercera Guerra Mitridática
Durante el 70 a.C., Lúculo dejó los lugares conquistados en manos de Cotta y sus lugartenientes y se ocupó de la provincia de Asia. Allí, las ciudades vivían una fuerte crisis por culpa de los abusos fiscales cometidos por los romanos. Mientras tanto, un embajador romano había sido enviado a Armenia para exigir a Tigranes la extradición del rey póntico. Cuando éste se negó, Lúculo no lo dudó ni un momento y emprendió la invasión de Armenia en el 69 a.C. Él aun no lo sabía, pero esa decisión marcaría un punto de inflexión en su carrera y en la Tercera Guerra Mitridática.
A lo largo de varios meses, los romanos experimentaron un avance imparable que les llevó hasta el corazón de Armenia. Sus conquistas les permitieron apoderarse incluso de las dos ciudades más importantes del reino, Tigranocerta y Artaxata. Sin embargo, Lúculo no contaba con las inclemencias del clima. El frío y tormentoso invierno del 67 a.C. minó la moral de las tropas, que terminaron por negarse a continuar.
La inconclusa invasión aun iba a tener una consecuencia mucho peor. Tigranes y Mitrídates aprovecharon la debilidad coyuntural de Lúculo para invadir Capadocia el primero y recuperar el Ponto el segundo. Así, el general tuvo que observar impotente cómo sus años de conquistas se desmoronaban en un abrir y cerrar de ojos. En Roma, el descontento de la ciudadanía propició que un tribuno de la plebe, Aulo Gabinio, lograra la destitución de Lúculo de su cargo en el 67 a.C.
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Pompeyo Magno en la Tercera Guerra Mitridática
Como era de esperar, la dirección de la Tercera Guerra Mitridática recayó en la figura de Pompeyo Magno. En el 66 a.C., el general reunió un ejército gigantesco que duplicaba las fuerzas de las que Mitrídates podía disponer y empezó a cosechar éxitos. Lo primero que hizo fue entablar una alianza con el rey parto Fraartes III para que invadiera Armenia y mantuviera ocupado a Tigranes, de modo que él mismo atacara a un solitario Mitrídates. Así, antes de acabar el año, las tropas romanas habían recuperado el Ponto y su rey se vio obligado a huir, primero hacia la Cólquide (la actual Georgia) y después hacia las ciudades griegas de Crimea.
Tigranes, mientras tanto, decidió iniciar las negociaciones de paz con Pompeyo. Al final, no sólo fue autorizado a conservar el trono de Armenia, sino que fue nombrado amigo y cliente de Roma. A cambio, renunció a todos los territorios que se había anexionado recientemente —Siria, Fenicia, Cilicia y Sofene— y pagó una fuerte indemnización de guerra. De esta manera, Roma no solo neutralizaba a un enemigo, sino que ganaba un aliado para frenar en el futuro la expansión de los partos.
Tras una serie de campañas contra diversos pueblos del Cáucaso, Pompeyo Magno puso sus ojos sobre Siria en el 64 a.C. Este era el último territorio que quedaba en manos de Antíoco XIII, el último soberano helenístico del antaño poderoso Imperio Seléucida. Desde Antioquía, el comandante depuso al rey y proclamó en el 63 a.C. que Siria era una nueva provincia romana.
Esta medida convirtió el reino de Judea automáticamente en vecino de la República Romana. Aprovechando una guerra civil por la sucesión, Pompeyo asaltó Jerusalén, abolió la monarquía judía, transfirió parte de su territorio a la provincia siria y declaró a Judea Estado tributario de Roma.
El final de la Tercera Guerra Mitridática
Mientras el ejército romano acampaba en un lugar cercano a Petra, en el 63 a.C., Pompeyo Magno recibió la noticia más inesperada: al verse acorralado por un ejército rebelde encabezado por uno de sus hijos, Farnaces, el rey Mitrídates VI Eúpator se había suicidado para no ser atrapado. La Tercera Guerra Mitridática había finalizado. Enseguida, se organizaron grandes banquetes y sacrificios, como si las legiones hubieran vencido en una gran batalla, cuando lo cierto es que estaban a más de 1500 kilómetros de donde había muerto el rey póntico.
Antes de regresar a Roma, Pompeyo Magno decidió reorganizar Oriente a su manera. Toda la península de Anatolia se encontraba ahora bajo la hegemonía de Roma, directa o indirectamente. Junto a las provincias de Asia, Cilicia y Bitinia-Ponto, el interior de la península y los territorios limítrofes con los partos fueron encomendados a reyes clientes de Roma. A todo esto se sumaba la provincia de Siria, protegida en el flanco meridional por el Estado tributario judío. Asimismo, Pompeyo fundó más de treinta y cinco ciudades (Nicópolis, Pompeópolis, Magnópolis, Megalópolis…) por todo el Oriente romano para garantizar el orden público y la correcta recaudación fiscal.
En septiembre del 61 a.C. tuvo lugar en Roma la mayor celebración de un triunfo que se había producido hasta la fecha. Durante dos días seguidos, Pompeyo Magno desfiló por las calles de Roma junto con los objetos más vistosos del botín capturado, entre ellos el trono y el cetro de oro de Mitrídates. Más tarde, para perpetuar la gloria de sus victorias, Pompeyo emprendió la construcción de un colosal teatro con capacidad para 40.000 personas y que se usaría durante siglos. Sin duda, nadie podría olvidar jamás a aquel hombre que a los 45 años de edad había logrado ya grandes éxitos militares en tres continentes distintos.
Bibliografía
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