Introducción
La Guerra de las Galias (58 – 51 a.C.) es, sin duda alguna, uno de los mayores motivos por los que Cayo Julio César (100 – 44 a.C.) ha pasado a la historia como el personaje más famoso de la antigua Roma. Para justificar esta afirmación podemos fijarnos, por ejemplo, en la importancia de la crónica que César escribió al respecto —De Bello Gallico, en español Los Comentarios sobre la Guerra de las Galias—, en la presencia de este libro en todas las clases de latín de los institutos o en su aparición en obras tan universalmente conocidas como los cómics de Astérix. Por todo ello, en esta entrada vamos a ver un resumen corto de las batallas y personajes que marcaron los primeros años de conquista de la Galia por parte de Julio César.
La Guerra de las Galias en el mapa
Antes de desgranar la Guerra de las Galias, habría que comenzar respondiendo a dos preguntas fundamentales: ¿qué era la Galia? Y ¿quiénes eran los galos?. En el siglo I a.C., la Galia abarcaba el área de la actual Francia, Bélgica y parte de Holanda, extendiéndose desde el río Rin hasta la costa atlántica.
Es importante aclarar que este territorio no era una nación en ningún sentido de la palabra. La Galia estaba habitada por numerosos pueblos distintos que, a pesar de sus similitudes, eran hostiles entre sí con frecuencia. Por poner solo unos ejemplos, podemos hablar de los arvernos, sécuanos, eduos, helvecios, senones, carnutes, vénetos, eburones… A nivel global, podríamos clasificar estos pueblos en tres grupos étnicos y lingüísticos: los aquitanos, en el suroeste, en la frontera con los Pirineos; los belgas, en el norte y noreste; y los ubicados en el centro, los denominados galos por los romanos pero que se llamaban a sí mismos celtas.
A nivel particular, la unidad política básica era el clan (pagus), que al juntarse con otros formaban una tribu (civitas). El grado de unidad entre los clanes de una tribu variaba bastante, como se demostró en la Guerra de las Galias cuando algunas de ellas actuaban de forma independiente. La mayoría de tribus eran gobernadas por consejos o senados, pero también las había con reyes. Por otro lado, la organización diaria de los asuntos estaba en manos de magistrados electos.
Los inicios de la Guerra de las Galias
Todo comenzó en marzo del 58 a.C. cuando los helvecios, una tribu de unos 150.000 personas que vivía en lo que actualmente es Suiza, comenzó a reunirse en las orillas del río Ródano por la presión que desde el norte ejercían las tribus germanas. Este era solo el primer paso hacia su destino final, la costa atlántica, donde esperaban asentarse en tierras nuevas, amplias y fértiles. Solo había un problema: para llegar hasta allí tenían que cruzar la Galia Narbonense, una de las provincias gestionadas por el procónsul Julio César.
César, que en aquel momento aún se encontraba en las cercanías de Roma, se desplazó velozmente al norte en cuanto se enteró de la noticia. Una vez en Ginebra, lo primero que hizo fue destruir el puente sobre el río Ródano para impedirles el paso y construir una sólida línea de defensa en la orilla occidental. Los helvecios, lejos de buscar el enfrentamiento, regresaron hacia el norte y buscaron otro camino por el río Saona (cerca de la actual ciudad francesa de Lyon), en territorio de los sécuanos.
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Ante esta nueva situación, los eduos y otras tribus vecinas solicitaron la intervención de César, puesto que los intrusos devastaban sus tierras en su desplazamiento. Al frente de seis legiones (las cuatro que había recibido como procónsul y dos nuevas reclutadas en la Galia Cisalpina), César persiguió a los helvecios hacia el norte y los alcanzó en el Saona. Tras varios choques menores, el enfrentamiento decisivo tuvo lugar antes de verano en Bibracte. Allí, tras una sonora derrota, los helvecios supervivientes acordaron con el general romano que regresarían a la región de la que procedían.
La Guerra de las Galias: Julio César vs. Ariovisto
El siguiente objetivo de Julio César en la Guerra de las Galias fue frenar el expansionismo de las tribus germanas lideradas por Ariovisto, que se habían convertido en un problema para las tribus galas aliadas de los romanos. En este caso concreto había un obstáculo diplomático a superar, ya que el líder germano estaba reconocido como amigo del pueblo romano. En busca de un casus belli, César exigió a Ariovisto que se comprometiera a paralizar sus planes expansivos y, cuando éste se negó y secuestró a uno de los embajadores, lo encontró.
El ejército romano se dirigió entonces hacia el campamento germano para precipitar la batalla y rescatar de paso al emisario. En los alrededores de Belfort (noreste de la actual Francia), en septiembre del 58 a.C., los romanos sufrieron pérdidas considerables pero lograron una gran victoria sobre los germanos. De hecho, el propio Ariovisto escapó del campo de batalla por los pelos. En consecuencia, los germanos fueron obligados a retornar a la región al este del río Rin, donde su soberano moriría poco después.
Batallas de la Guerra de las Galias
Aprovechando su estancia en la Galia Cisalpina para pasar el invierno, Julio César reclutó otras dos legiones. En ese tiempo, las tribus belgas ubicadas al noreste del río Sena, temerosas de la política expansionista romana, empezaron a concentrar fuerzas para rechazar una futura y probable agresión. Cuando César se enteró de esto manipuló la situación para tener un pretexto que iniciara la campaña. En este caso, alegó que existía una conspiración a gran escala contra los intereses romanos en la zona.
Así, en la primavera del 57 a.C., las ocho legiones romanas avanzaron y sometieron sucesivamente primero a suesiones, belovacos y ambianos, y luego a nervios y atuatucos. Por hacernos una idea del alcance de estas victorias, se calcula, por ejemplo, que hasta 50.000 atuatucos fueron esclavizados. Simultáneamente a estas batallas, uno de los altos oficiales de César, Publio Licinio Craso (hijo del triunviro), comandaba una legión en una serie operaciones destinadas a someter a las tribus localizadas en las regiones de Bretaña y Normandía.
Una vez que toda la Galia parecía haber sido conquistada, el procónsul hizo llegar las noticias a Roma, donde las acogieron con gran júbilo. Después, en otoño del 57 a.C., César se trasladó al Ilírico, la provincia romana en la costa este del mar Adriático. Sin embargo, la situación en la Galia distaba mucho de ser estable.
En el año 56 a.C. la rebelión estalló. Primero fueron los vénetos, en Bretaña, pero luego se sumaron tribus belgas como los menapios y los morinos. A lo largo de esa primavera, César desplegó su ejército en un largo frente de cinco grupos de lucha, cada uno con un objetivo distinto pero comunicados entre sí. El propio César dirigió en persona la campaña contra los vénetos, cuya población fue vendida como esclavos después de ver ejecutados a sus jefes.
Es probable que esta acción tan contundente quisiera ser ejemplarizante, una prueba del destino que esperaba a los que se rebelaran, dado que el procónsul ya tenía en mente su próximo objetivo militar y no, no era en la Galia. Durante los meses de invierno del 56-55 a.C., o quizás antes, Julio César decidió que había llegado la hora de cruzar el mar e invadir Britania.
Bibliografía
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