Artículo sobre «Helena de Troya» escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Crítica de «Helena de Troya»
Hoy vamos a hablar de «Helena de Troya», partiendo de la base de que siempre me ha resultado curioso que las versiones cinematográficas de la guerra de Troya optaran por eliminar lo más divertido de aquella historia, que, por supuesto, era la intervención de los dioses: desde los enfados de unos a los caprichos de otras o las ayuditas a aquél que les cayera mejor pero, en suma la traslación al conflicto de las fobias tan poco divinas que tenían entre ellos, aquellas divinidades del Olimpo tan poco ejemplares.
Como decía, ninguna de las tres películas que recuerdo ahora muestran eso y, acaso por ahorrar o por ganar “seriedad”, limitan su argumento al enfrentamiento entre griegos y troyanos. Eso que nos perdemos los aficionados a la mitología clásica y que tenemos que contentarnos con ver en la ya mítica Furia de titanes. La antigua quiero decir, no los engendros recientes.
El caso es que nos queda únicamente la parte humana del asunto, que puede tener diversos puntos de vista. Así, La guerra de Troya, un film italiano de 1961 protagonizado por el musculoso Steve Reeves, centra el argumento en torno a Eneas, mientras que en la famosa Troya de Wofgang Petersen (2004) lo hace en Aquiles, a mayor gloria de Brad Pitt. Sólo la predecesora de ambas en 1955, la italo-americana Helena de Troya, da el papel principal a quienes realmente corresponde: la Helena del título y Paris. Ellos son la italiana Rosana Podestá y Jacques Sernas.
Sus personajes se enamoran perdidamente cuando el troyano naufraga ante Esparta y es recogido por ella, esposa del rey Menelao y aficionada a escaquearse del palacio para confraternizar con la servidumbre, por lo visto. Paris viajaba a Grecia con una improbable oferta de paz pero al huir con ella sella el destino de su patria, tal como había anunciado su hermana Cassandra (a la que Zeus otorgó poder profético pero luego, cuando ella rechazó sus requiebros amorosos, se lo empañó con la maldición de que nadie la creyera; aunque esto no sale en la película).
De hecho, a Príamo, padre de ambos y rey troyano, se le había advertido de que un día su hijo traería la desgracia a la ciudad, razón por la cual intentó deshacerse de él. Nada nuevo, como sabemos por otros casos como Hércules o Jasón. Y, al igual que en éstos, Paris logró sobrevivir para que se cumpliera el inexorable destino. Esto, por desgracia, tampoco se incluyó en el guión. El caso es que Menelao consigue lo increíble: unir a todos los griegos en una gran expedición para rescatar a su esposa y lavar el honor. En el fondo, también para saquear las fabulosas riquezas que Troya acumula gracias a su privilegiada ubicación en el Helesponto, cruce de vías comerciales.
Los guionistas (Hugh Gray y John Twist) tienen la habilidad de dejarlo patente a través de las conversaciones de Menelao con su ambicioso hermano Agamenón, el cínico Ulises o el bruto Aquiles, que con los duros rasgos de Stanley Baker se aleja mucho de la blandura heroica de Brad Pitt. Curiosamente, si nos fijamos, casi todo el reparto es británico (con la aparición de una jovencísima Brigitte Bardot)..
Los griegos, identificados históricamente más bien con los aqueos, despliegan una impresionante flota, equiparable en espectacularidad a la película de Petersen a pesar de que entonces no había efectos digitales, y desembarcan ante las murallas troyanas, donde Paris y Helena han tenido que superar la antipatía de todos por la guerra en que les han metido. Pero bueno, en esta versión los griegos son los malos, así que sus hermanos Héctor y, sobre todo, Eneas, terminan por perdonarles.
La escena del ataque griego, con los hoplitas avanzando lanza en mano, las torres de asalto y los carros, es espléndida. Es cierto que la arqueología nos dice que no presentarían ese aspecto, ya que van ataviados a la manera clásica (casco corintio, linotórax, aspis circular) cuando en los tiempos del auge micénico, muy anteriores cronológicamente, llevaban -al menos los jefes- una extraña armadura articulada de macizas placas horizontales, un casco cónico adornado con dientes de jabalí y un enorme escudo oval -cubría todo el cuerpo- forrado de piel de vaca. Pero la iconografía griega a la que nos han acostumbrado es la primera y seguramente resultaría raro verla diferente.
También es magnífico el duelo entre Aquiles y Héctor. Duro, seco, conciso, no se prolonga más de lo necesario para no engordar demasiado el metraje, esa lacra que suele afectar tan negativamente al cine actual en este tipo de producciones. Aquiles, vengando a su amado Patroclo -sorprendentemente, el guión no oculta esa relación, aunque tampoco la muestre de forma explícita-, mata de forma salvaje a su oponente, atravesándole una y otra vez con la lanza como si de un psicópata se tratase. Luego lo ata por los tobillos a su carro y lo arrastra mientras desde las murallas le disparan inútiles flechas.
Aquí se da uno de los momentos más peculiares del film, ya que, tal como dicta el mito, Aquiles resulta invulnerable. Bien es verdad que en una conversación se achaca eso a su armadura; pero cuando una flecha alcanza su tobillo muere, así que tenemos una pequeña concesión fantástica (la mitología cuenta que, de pequeño, Tetis le había sumergido en la laguna Estigia que concedía la invulnerabilidad -algo parecido a Obélix en la marmita de la poción mágica-, sólo que lo hizo cogiéndole por el talón y olvidando mojar también éste).
Por supuesto, el momento cumbre llega al final, con la idea del astuto Ulises de construir el famoso caballo trampa. Una vez más, se hizo uno de tamaño real, de la misma forma que reales son los decorados que representan la plaza principal de Troya (por cierto, con un diseño arquitectónico minoico más que parecido al palacio de Cnossos cretense). Se aprovecha la introducción del equino para incluir la consabida escena bacanal de todo peplum que se precie, preludio perfecto a la matanza que desatarán de noche los griegos ocultos en la panza del caballo.
No obstante todos acabaron mal en aquella historia, lo que permite entender mejor el concepto de tragedia griega: Príamo, degollado a manos del hijo de Aquiles; su esposa, Hécuba, esclavizada por Poliméstor; Casandra, violada por Áyax y entregada como concubina a Agamenón; Paris asaeteado por Filoctetes…A los griegos, pese a su victoria, tampoco les fue mucho mejor: Menelao regresó a Esparta con Helena (así termina la película) pero tardó ocho años por no haber hecho un sacrificio a Atenea; Agamenón fue asesinado por su mujer Clitemnestra y su hijo; Áyax se suicidó tras un episodio vergonzoso; Odiseo (Ulises) echó media vida en llegar a Ítaca. Sólo Eneas y su familia se salvaron para, a la postre y según la Eneida, fundar Roma.
Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.
Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.