Introducción
Tras el final de la Edad del Bronce (grosso modo entre el 3100 y el 1200 a.C.), se inicia la Edad del Hierro, abarcando aproximadamente entre el 1150 y el 500 a.C. A su vez, esta fase está sub dividida en tres fases: la Edad del Hierro I (med. s.XII – med. s.XI a.C.), la Edad del Hierro II (med. s.XI – med. s.VIII a.C.), y la Edad del Hierro III (med. s.VIII a.C. – med. s. VI a.C.). En esta entrada vamos a ver la realidad histórica detrás de los textos de la Biblia y la tradición sobre la monarquía de Israel, personificada en las figuras de Saúl, David y Salomón.
Según la tradición israelita, en el periodo de los Jueces se dio la consolidación de Israel como entidad etnopolítica formada por una coalición de tribus en las tierras altas cisjordanas y parte de la meseta. Durante este periodo, se habría producido algunos procesos históricos: la lucha contra las ciudades-Estado cananeas y otras entidades políticas ascendentes, la aparición de magistraturas colegiadas o individuales temporales, los experimentos basados en tomar decisiones de forma no burocrática (es decir, siguiendo dictados de oráculos), y la progresiva formación del estado monárquico de forma que se implique al elemento tribal en un poder centralizado.
Brevemente, hay que destacar que, contemporáneamente a esto, aparecen otras entidades nacionales, como los amonitas al este del curso medio del río Jordán, los moabitas al este del mar Muerto, o los edomitas más al sur.
La monarquía de Israel: la verdad sobre el rey Saúl
Según la tradición israelita, el paso del relajado periodo tribal de los Jueces a la monarquía unida que recupera parte del sistema palatino está personificado en la figura de Saúl (en torno al año 1000 a.C.). Aunque su investidura fue similar a la de los Jueces porque se realizó por necesidades bélicas y por ser el elegido por Dios y por aclamación popular, tiene un peso y unas implicaciones distintas.
Veamos un poco el contexto para entender la causa histórica subyaciente: estamos en un momento en el que la coalición de tribus ya no tiene su razón de ser, el oponerse al orden establecido, ya que ella misma es ese orden. Por este motivo, la autoridad tiene que ganar consistencia, por lo que la solución va a ser que la historiografía se «invente» de forma idealizada el diálogo entre el profeta-juez Samuel y el pueblo para saber si es conveniente restaurar la monarquía, pero aspirando a un nuevo tipo de realeza: el rey como juez de su pueblo, como jefe en las guerras, y como expresión misma de su individualidad política.
Ahora veamos la realidad histórica. Desde la pequeña corte de Gabaa (una aldea de montaña), Saúl va a cosechar varios éxitos militares contra los amalecitas y amonitas en el este, y frente a los filisteos en el oeste, logrando que las tribus se unan en un organismo político sólido. Sin embargo, los filisteos organizan una contraofensiva que culmina en su victoria en la batalla de Gelboé, donde Saúl se suicida y hace que toda Palestina caiga en manos de los filisteos.
Sin embargo, este dominio durará poco. Las tribus del norte (Israel) reconocieron como rey a Ish-Ba´al, hijo de Saúl, mientras que el sur (Judá) es el núcleo de un nuevo reino formado por el rey David, probablemente en connivencia con los filisteos. Sin embargo, la situación cambia cuando muere Ish-Ba´al, ya que los ancianos de las tribus proponen a David que reine en todo Israel, coronándole en Hebrón. Los filisteos tienen una tardía e ineficaz respuesta y como consecuencia David los arrinconará en la costa, haciéndose con el control de las zonas de mayor presencia israelita.
La monarquía de Israel: la verdad sobre el rey David
A nivel histórico, el reinado del rey David (1000-960 a.C., aproximadamente) es un hito decisivo en el terreno institucional, ya que se vuelve a un Estado unificado territorialmente hablando, pero con dos diferencias. La primera es el tamaño, pues el Estado en tiempos de David abarcaba toda Palestina, y la segunda es la permanencia del carácter nacional.
Este Estado se construye además gracias a una gran expansión militar: a los dos núcleos iniciales de Judá e Israel se suman la ciudad-Estado de Jerusalén, que conquista y convierte en capital, y varios territorios aledaños, como Edom, Moab y Amón.
Además, David consiguió mantener a raya a los arameos del noreste y a los filisteos del suroeste. Ahora bien, fuera de este ámbito histórico, lo que nos dice la tradición de Israel es una gran exageración, ya que habla de guarniciones en Damasco y homenajes provenientes del rey de Hama (a 200 km al norte de Damasco).
De este modo, tendríamos un reino de David tan glorioso que llegaría desde la frontera con Egipto hasta el río Eúfrates, sobrepasando bastante los límites históricos reales. Si bien es cierto que estos horizontes son irreales, también es cierto que dentro de sus fronteras reales el reino de David se convirtió en una de las mayores potencias del área siropalestina del siglo X a.C.
La monarquía de Israel: la verdad sobre el rey Salomón
Como es lógico, pronto empezaron las construcciones de prestigio, la formación de un colectivo de funcionarios administrativos y una milicia mercenaria, y la vuelta a una situación anterior en la que el núcleo del Estado es el palacio y sus dependientes y el resto de la población es marginada de la política. Estos aspectos se acentúan con el reinado de Salomón (960-920 a.C., aproximadamente), hijo y sucesor de David, que sube al trono no por autoridad divina y popular, sino por encabezar un grupo de presión dentro de la corte que rivalizaba con los otros candidatos.
En el momento del reinado de Salomón, el Estado creado por David entra en su fase de madurez, de tal modo que ya no son necesarias las guerras ni la política expansionista (de hecho, se pierden terrenos por el despertar político de Damasco). Ahora, las relaciones políticas se basan mayoritariamente en la diplomacia: se emparentan con Egipto para adquirir más prestigio, se asocian con los fenicios para potenciar su comercio, se potencia la ruta comercial con el sur de Arabia…
En este contexto histórico se halla la visita de la reina de Saba a Jerusalén, la cual, más allá de los tintes casi novelescos que se le pretende dar, tiene un trasfondo comercial y diplomático que es real a nivel histórico.
¿El Templo de Jerusalén?
Para terminar esta breve síntesis de la Historia detrás de estos reinados, veamos brevemente la realidad detrás del famoso Templo de Jerúsalen construido por el rey Salomón. Como ya indiqué antes, las grandes obras públicas se habían iniciado con David, pero es con Salomón cuando reciben un gran impulso, concentrándose mayoritariamente en la capital, Jerusalén. Es ahí donde se construye un gran palacio real y un templo de Yahvé, que al principio era de dimensiones modestas y dependiente del palacio, ya que en la época salomónica el sacerdote era un dependiente del rey.
Según la tradición de Israel, los hechos posteriores harán que el templo sea el mayor construido jamás en el territorio, alcanzando una independencia y autoridad incluso superior a la del palacio real. Sin embargo, esto es evidente que es falso, ya que Salomón no podía dedicar tan grandes recursos a un solo monumento en Jerusalén, teniendo que organizar todos los centros administrativos y militares descentralizados por todo el territorio.
En conclusión, la organización financiera del palacio y el Estado (dividido en doce distritos fiscales, cada uno con sus almacenes, establos, fortificaciones…) impediría que se diera tanta preponderancia a un solo templo como el de Jerusalén, marginando económicamente al resto de regiones que pagaban exactamente las mismas contribuciones en bienes y trabajos al Estado.
Bibliografía
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SANMARTÍN, J.; SERRANO, J.M. (1998): Historia antigua del Próximo Oriente. Mesopotamia y Egipto. Akal, Madrid.
WAGNER, C.G. (1999): Historia del Cercano Oriente. Universidad de Salamanca, Salamanca.