INTRODUCCIÓN
Poco sabemos acerca de la monarquía de los medos y su religión oficial. Lo poco que sabemos es a partir de la herencia cultural que dejaron a los persas, ya que la continuidad entre la hegemonía del reino de Media y la del reino persa de Ciro II el Grande debió ser bastante notable. En todo caso, la ideología monárquica de los medos no pudo ser muy distinta de los ideales gentilicios y guerreros de su país interior, puesto que no habrían sido influenciado por los modelos estatales asirios y babilonios.
TRADICIONES E INCORPORACIONES
El mundo de la realeza de la dinastía aqueménida es mucho más complejo que el de la realeza meda. Continúan los elementos culturales propiamente iranios, como el rey guerrero, el gentilicio de clanes, o la presentación de los conflictos internos como una lucha entre el bien y el mal. Aunque también se incorporan nuevos elementos, a medida que la extensión del imperio persa por todo el Oriente Próximo hacía que se impregnara de la influencia cultural de esos sitios. El caso más notable es el del modelo asiriobabilonio, que proporciona al sistema persa el título real (Ciro II el Grande era «rey de la totalidad, gran rey, fuerte rey, rey de Babilonia, rey de Sumer y Akkad, rey de las cuatro partes del mundo…»), el mundo cortesano, el apartado de gobierno central y provincial, el sistema tributario y la organización militar. Incluso la propia idea de querer conquistar todo el mundo conocido bajo un único imperio global es una idea mesopotámica.
Esta asimilación político e ideológica se realizaba también porque tanto a Ciro II como a sus sucesores les gustaba presentarse como los herederos directos de las realezas locales de los sitios que conquistaban. Esta nueva forma de concebir un imperio universal es totalmente diferente a la del imperio asirio, por ejemplo, ya que se basa en la absorción, no en la aniquilación. Y es que los asirios concebían un imperio universal que hubiera sido construido sobre las ruinas de los reinos conquistados, sobre sus capitales arrasadas, sus clases dirigentes desterradas, sus rasgos culturales aniquilados… Por otra parte, el imperio persa adoptó esta opción de absorción porque a medida que iba conquistando se iba dando cuenta de que existían culturas mucho más ricas y complejas que la suya propia, por lo que en vez de eliminarlas lo que van a hacer es reformularlas.
Por último, cabe destacar que el imperio persa también recibió influencias en su ideología imperial de reinos del pasado como Urartu o Elam. Por ejemplo, sabemos que el hecho de que los reyes persas presumieran de ser grandes jinetes y criadores de caballos proviene de Urartu, como se podía ver en estatuas urarteas del rey Rusa en el templo de Musasir. Otro ejemplo lo encontramos entre los historiadores de Alejandro Magno, que van a retomar y difundir ese tópico de que los reyes persas iban tan lujosamente armados y pertrechados al campo de batalla que eran incapaces de enfrentarse a sus enemigos. Pues bien, ese tópico tiene su origen en la definición de los guerreros elamitas que aparece en textos asirios como los del rey Senaquerib.
LOS REYES PERSAS Y LA RELIGIÓN
Los dos grandes reyes de los que hablamos en la anterior entrada, Ciro II el Grande y Darío son, con seguridad, zoroastrianos, teniendo a Ahura Mazda como su dios único y supremo. Los demás dioses (es decir, todos los de los reinos que han ido conquistando) son dioses falsos e inferiores que pueblan el reino del mal y la mentira. Aun así, los reyes persas van a tolerar la «libertad» de culto a los reinos conquistados. Ciro II, por ejemplo, se proclama devoto de Marduk cuando toma Babilonia, y publica el edicto de regreso a Jerusalén del pueblo de Yahvé. Está claro que estos reyes persas no eran tan salvajes ni bárbaros como los que querían hacer ver los occidentales: cada región y cada pueblo conservaba sus dioses y tenía libertad de culto, se respetaban las estatuas de los dioses, se celebraban fiestas con regularidad, se reconstruían los templos…
También entre ambos reyes persas hay que hacer distinciones. Ciro II el Grande era más sincretista, es decir, está más interesado en adaptarse a las tradiciones locales de cada sitio, por lo que es de suponer que su creencia en el mazdeísmo no era del todo sólida. En cambio, Darío va a poner a Ahura Mazda en el primer plano del mundo, no renegando la política de libertades de Ciro, pero tampoco ampliándola. Después de Darío, el zoroastrismo sigue siendo culto de Estado. Ahura Mazda va a seguir siendo la divinidad suprema del imperio, prosperando sus cultos locales por todo el territorio persa.