Artículo sobre Tartessos escrito por Teodoro Fondón Ramos, arqueólogo colegiado.
Introducción
Vamos a dejar esos amplios conceptos que he traído desde hace algunos meses relativos a la edad del bronce en la Península Ibérica para adentrarnos a partir de aquí en otro concepto histórico, y mítico, que es el reino de Tartessos. Desde antes de la consolidación de la Arqueología como Ciencia Social, Tartessos ha formado parte de la Historia, pero también del mito, lo que le ha conferido un halo de misterio que ha perjudicado el discurso histórico que sobre su construcción cultural han intentado un gran número de investigadores.
Podemos decir sin miedo a equivocarnos que Tartessos ha centrado la mayor parte del debate histórico del final de la prehistoria de la Península Ibérica o Protohistoria, amén de haber inspirado una amplia literatura que prácticamente abarca todos los géneros, desde el ensayo a la novela histórica. También es sorprendente ver cómo proliferan las páginas de Internet, los foros de debate y las revistas impresas de alta divulgación donde se aborda el tema de Tartessos como si de un arcano histórico se tratase, obviando casi siempre los datos arqueológicos que en ocasiones explican algunos de esos supuestos misterios. Esa visión optimista emana de unas fuentes escritas que, cuando se refieren a Tartessos, evocan un mundo opulento y exótico que contrasta sobremanera con la realidad arqueológica. De ahí la palabra más utilizada para referirnos a Tartessos: enigma.
Tartessos, un gran enigma
La variedad de interpretaciones sobre el concepto de Tartessos es manifiesta: son muchos los que piensan que no existe una entidad cultural bajo ese nombre; otros critican que se utilice el término para configurar una comunidad étnica; hay quienes no admiten que existiera Tartessos antes de las colonizaciones mediterráneas; pero también hay un grueso grupo de investigadores para quienes Tartessos no sólo estaba conformada como una entidad política y cultural antes de la llegada de los fenicios, sino que además disponía de una sólida organización política capaz de asumir sin dificultad los retos de una nueva y determinante situación en el sur de la península ibérica como era la llegada de los primeros colonos orientales.
Tampoco existe unanimidad en cuanto al marco geográfico donde se ubicaba, para unos, restringido al suroeste de Andalucía, en un triángulo formado por las actuales ciudades de Huelva, Cádiz y Sevilla, mientras que para otros su irradiación abarcaría hasta la costa suroriental levantina, sin que falten quienes extienden su influencia por el norte hasta el río Guadiana e incluso la desembocadura del río Tajo. Pero la polémica se intensifica cuando se intenta identificar Tartessos con la Tarshis bíblica, o cuando se justifica su existencia bien como un territorio con cierta homogeneidad cultural, o bien como una opulenta ciudad que desempeñaría un papel crucial como capital de un gran reino.
Quizás por todo ello hay algunos investigadores reacios a utilizar el término tartésico como fase cultural, prefiriendo refugiarse en el de orientalizante, mucho más elástico y ecléctico; pero no deberíamos tener ningún complejo al respecto, independientemente de que Tarshis sea o no Tartessos o de que la configuración de éste se realice antes o después de la colonización fenicia, Tartessos es un término de compromiso que aunque respondiera a un mito nos sirve para definir un período cultural, como el mito de Minos sirvió para definir la cultura cretense o minoica. También en estos últimos años se ha abierto con fuerza un nuevo foco de discusión sobre la adscripción cultural de algunos asentamientos y necrópolis que hasta hace poco se clasificaban como tartésicos, pero que hoy algunos investigadores no dudan en identificar como fenicios.
Además de las interpretaciones de las fuentes grecolatinas, dirigidas fundamentalmente a despejar la ecuación Tarshis/Tartessos, hasta hace poco los trabajos sobre Tartessos se han limitado prácticamente a los estudios derivados de las numerosas y significativas necrópolis excavadas desde finales del siglo XIX, una fuente siempre rica en documentación arqueológica, pero muy limitada a la hora de hacer la valoración global de una sociedad.
A partir de los excelentes y variados materiales procedentes de estos contextos funerarios, donde destacan los elaborados en bronce, caso de los jarros y recipientes rituales o braserillos, las esculturas zoomorfas o los objetos de adorno personal, así como los marfiles u otros objetos realizados con materiales nobles, se han hecho denodados esfuerzos por reconstruir algunas facetas de la cultura tartésica, condicionando la interpretación de otros objetos similares hallados fuera del contexto arqueológico, caso del mencionado conjunto jarro-braserillo o de los marfiles, que sin embargo hoy se ha podido comprobar que también aparecen en ambientes que nada tienen que ver con el mundo de la muerte.
Los significativos conjuntos áureos procedentes de ocultaciones o de hallazgos aislados también han tenido una trascendencia evidente por su calidad técnica o decorativa, caso de los Tesoros de Aliseda, Cortijo de Ébora o el Carambolo; otros muchos materiales hallados fuera del contexto también han contribuido a conformar el elenco de materiales tartésicos, entre los que destacan las losas inscritas con signarios que se han venido denominando de diferentes maneras, aunque prevalece el apelativo tartésico. Estos materiales, también de alta significación social, han generado ríos de tinta, pero al proceder mayoritariamente de hallazgos fortuitos, limitan aún más el conocimiento global de la cultura a la que se adscriben, pues restringe su mirada a los más favorecidos socialmente.
En los últimos años se han dado pasos muy importantes para poder acercarnos al conocimiento del mundo religioso tartésico gracias al descubrimiento y excavación de complejos arquitectónicos de alto valor cultural. Los trabajos y las consiguientes publicaciones de lugares como Cancho Roano, Marqués de Saltillo, Caura, Montemolín o el Carambolo, han arrojado nueva luz sobre la decisiva influencia oriental en este tipo de construcciones de carácter religioso, no solo en sus aspectos técnicos, sino lo que se antoja más importante, en su cariz ideológico.
También se ha avanzado significativamente en el conocimiento de algunos asentamientos, sobre todo en el área portuguesa, lo que ha abierto un espacio geográfico que está adquiriendo un evidente protagonismo a la hora de interpretar uno de los temas arqueológicos de mayor actualidad, la colonización tartésica del interior peninsular.
Por lo contrario, y por increíble que parezca, aún no se ha excavado con cierta extensión un poblado tartésico, ni hay proyectos a la vista que lo completen; sin embargo, sí conocemos varios asentamientos en el suroeste peninsular que nos ha permitido conocer con cierto detalle la cultura fenicia de occidente, si es que no es ésta la mejor forma de conocer lo verdaderamente tartésico.
En efecto, desde que en los años sesenta del siglo pasado se comenzaran a acometer intervenciones arqueológicas sistemáticas en yacimientos fenicios de la península ibérica, complementados con los trabajos que se realizaban en esa misma época en el norte de África y en el Mediterráneo central, el conocimiento de lo fenicio ha ido siempre muy por delante de cualquier otro fenómeno cultural de esa fase histórica, hasta tal punto que muchos investigadores se preguntan si en el suroeste peninsular estos estudios no deberían integrarse, pues parece que la mejor forma de entender lo tartésico es profundizar en el impacto de la colonización, tanto fenicia como griega. Es muy difícil definir la importancia de la colonización mediterránea sin hablar de la estructura socioeconómica de los pueblos que habitaban en el sur de la península, como es inviable hacer un discurso coherente sobre la cultura tartésica sin hacer continuas referencias al hecho colonial fenicio.
Bibliografía
GRACIA ALONSO, F. De Iberia a Hispania. Madrid, 2008.
Artículo escrito por Teodoro Fondón Ramos, arqueólogo colegiado.
Para saber más
Teodoro Fondón Ramos es historiador y arqueólogo graduado por la Universidad de Extremadura y Colegiado por el Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de la Comunidad de Madrid. Su trabajo no se centra en una línea de investigación concreta, puesto que ha participado en intervenciones arqueológicas muy distintas de periodos tan variados como la prehistoria, la Edad Antigua y la Edad Moderna.