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CRÍTICA DE «EL RENACIDO»

Artículo sobre la película «El renacido» escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.

Crítica de «El renacido»

Antaño, toda película que aspirase a tener una carrera comercial decente no solía sobrepasar los 100 minutos de metraje. Y si algún director se le iba la mano, enseguida intervenía el productor cortando aquí y allá para reducir la duración y no espantar a los espectadores porque, como dijo el mismísimo Alfred Hitchcock, es una tortura tenerlos tanto tiempo sentados en las butacas de los cines. Pero de un tiempo a esta parte se ha invertido el concepto y parece que hay que retener al cliente en la sala como sea -quizá para que le de tiempo a consumir los barriles de palomitas que venden ahora-, de manera que las películas son inacabables. Y si encima tienen pretensiones, más aún.

Pretensiones de calidad, quiero decir. Años atrás eso sólo se aplicaba a las históricas, porque lo que tenían que contar requería tiempo. Pero ahora nos encontramos que cualquier argumento, por simple que sea, te obliga a estar ante la pantalla más de dos horas, las más de las veces sin razón. Es el caso de El renacido (The revenant, 2015), que se alarga interminablemente hasta los 156 minutos, lentos, plomizos y exasperantes, porque está pensada para la carrera de los Óscar y eso implica meter un plano de una puesta de sol o una panorámica paisajística ahora sí ahora también; si quitamos la mitad de esas postales seguro que la película perdía media hora y no pasaba nada, oiga.

Cartel de la película «El renacido»

Pero es que el director, el mexicano Alejandro González Iñarritu, que cuenta en su currículum fílmico con unas cuantas obras decentes, cae en el error de creérselo. De creerse un genio, quiero decir. Y lo que en Amores perros, Babel o Birdman originaba interés, aquí se vuelve cargante. Más aún si El renacido se compara con la versión anterior, El hombre de una tierra salvaje (Man in the wilderness, 1971), que tiene idéntico argumento pero dura mucho menos y posee iguales virtudes a la vez que muchos menos defectos.

Dirigida por Richard Sarafian, un típico artesano aventajado de Hollywood curtido en series televisivas (Maverick, Dr. Kildare, The twilight zone, The wild wild West, Batman…) y que en la gran pantalla apenas tiene un título ligeramente conocido pero de cierto culto como Punto límite cero (Vanishing point, 1971), el film está protagonizado por Richard Harris, que parecía haberle cogido el gusto a los personajes de frontiersmen en apuros (el año anterior había hecho Un hombre llamado caballo).

El director mexicano Alejandro González Iñarritu

Como decía, El renacido tiene el mismo argumento, basado en hechos verídicos ocurridos en lo que antaño era el norte de Lousiana (actualmente Dakota) en 1823: un grupo de tramperos trata de regresar a casa con su valioso cargamento, asediado por los hostiles indios arikara. Uno de los miembros de la expedición, Hugh Class, es atacado por un grizzly quedando en tan grave estado que lo único que se puede hacer por él es esperar su muerte y enterrarlo. Como el enemigo está cerca, dos hombres se quedan a su lado con esa misión pero terminan yéndose ante la llegada de los arikara. Y resulta que el moribundo se agarra desesperadamente a la vida, sobreponiéndose a las heridas y a mil y un infortunios para vengarse.

Como decía, Class existió realmente. Se enroló en la expedición que dirigía Andrew Henry para remontar el Missouri hasta Dakota, hacerse con un buen número de pieles de castor -muy cotizadas en aquella época- y luego regresar. Para ello contaba con un barco, un cañón y medio centenar de hombres. Tras el ataque del oso, Class tenía una pierna rota y unas gravísimas heridas en la espalda que dejaban al aire las costillas, pero logró sobrevivir, esquivar a los indios y los lobos, alimentarse de carroña y superar las gélidas temperaturas, todo ello a lo largo de casi dos meses. Cuando al fin llegó al fuerte, perdonó a quienes le habían abandonado. Después vivió muchas aventuras en otro viaje por territorio inexplorado hasta que en 1833 murió a manos de los arikara.

Richard Harris (Dumbledore en la saga de Harry Potter) en la anterior película de 1971

A Class se le erigió un monumento cerca del lugar donde fue atacado por la osa (porque en realidad era una hembra defendiendo a sus cachorros) en la orilla sur del embalse Shadehill, en las fuentes del río Grand. Nunca se le debió pasar por la imaginación que su historia serviría para entretener a millones de personas casi dos siglos después, pues aparte de en EEUU, la película se estrenó en setenta y ocho países y fue un gran éxito comercial.

Tampoco le pasaría por la cabeza que sería interpretado por una de las grandes estrellas de un Hollywood que aún no existía. Di Caprio consiguió por fin el Óscar que se le negaba desde hace tiempo; paradójicamente lo ganó por su trabajo menos “artístico” y exigente, no tanto por su actuación como por el papel en sí (es más, las aceradas lenguas viperinas decían que lo tenía que haber ganado el oso, sólo que no había tal; era una creación digital, aunque la escena es impresionante de verdad). Y es que en la larga lista de premios del filme (tres Óscar, tres Globos de Oro, cinco Bafta…) casi la única categoría que ha quedado inédita es la de mejor guión, que ni siquiera logró nominación alguna; es un trabajo del propio Iñarritu lejos del nivel que alcanzaba con su anterior colaborador Guillermo Arriaga (aquí sustituido por Mark L. Smith adaptando una novela de Michael Punke).

Imagen comparativa entre el personaje verdadero y el de Leonardo di Caprio

De hecho, Iñarritu no sólo escribió y dirigió (categoria ésta en la que se llevó el Óscar por segundo año consecutivo) sino que también hizo de productor. Mala cosa: no tenía a nadie que le marcara y El renacido termina siendo un monólogo en el que el director se empeña en dejar su firma en todos y cada uno de los planos, para hartazgo del espectador. Es lo que pasa cuando, como decía al principio, se prefabrica el carácter de obra maestra en lugar de dejar que ello fluya de manera natural, si realmente es tal.

En ello interviene también, y no levemente, la insólita fotografía de Emmanuel Lubezki, con la que intenta recrear el frío ambiente y la escasez de luz diurna de aquellas latitudes. Supuso el tercer Óscar de «El renacido», aunque a costa de que algunos nos pasáramos la mitad del tiempo intentando discernir lo que salía en la semioscura pantalla. Gerry Fisher había conseguido ser igual de convincente en El hombre de una tierra salvaje sin necesidad de dañar los ojos del espectador; con más mérito todavía, si tenemos en cuenta que ese rodaje fue en Soria y pasa perfectamente por Wyoming, igual que antes había sido la estepa rusa en Doctor Zhivago.

Enmanuel Lubezki, tres veces ganador del Óscar a mejor fotografía

Por lo demás, la trama se prolonga ad infinitum para buscar la forma de que al protagonista las pase aún más canutas y hacer que al final se encuentre cara a a cara con su odiado enemigo, algo de lo que prescindió, para bien, El hombre de una tierra salvaje, que además incorporaba un estupendo hallazgo visual: el barco que los tramperos se empeñan en llevar sobre ruedas, como una especie de icono del mundo civilizado en medio del indómito natural, y que aquí se comete el error de omitir. Al final, los mejores momentos son el literario momento en que Class abre el vientre de su caballo muerto para buscar refugio contra una tormenta de nieve (aunque eso ya lo vimos otras veces, como en El Imperio contraataca), la lucha con los lobos por la carroña en una descarnada (nunca mejor dicho) lucha por la supervivencia y, sobre todo, el ataque del oso. Bueno, eso y cuando al fin termina todo.

Leonardo di Caprio con su primer Óscar (¡por fin!)

Artículo escrito por Jorge Álvarez, licenciado en Historia.


       Jorge Álvarez es licenciado en Historia y diplomado en Archivística y Biblioteconomía. Fue fundador y director de la revista Apuntes (2002-2005), creador del blog “El Viajero Incidental”, y bloguero de viajes y turismo desde 2009 en “Viajeros”. Además, es editor de “La Brújula Verde”. Forma parte del equipo de editores de Tylium.

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