Introducción
Alejandro III de Macedonia (356 – 323 a.C.), más conocido como Alejandro Magno, es uno de los personajes históricos más atractivos de estudiar no solo de la Historia antigua, sino de la Historia en general. Su breve pero intensa vida, la trascendencia de todas sus hazañas militares, y el cambio radical que provocó en todo el mundo ha propiciado que en los últimos siglos se hayan publicado miles de estudios sobre todo lo referido a su vida y obra. Antes de adentrarse en el corazón del Imperio Persa para acabar definitivamente a su enemigo, vamos a ver cómo fue la estancia de Alejandro Magno en Fenicia, ahondando en el espectacular asedio de Tiro.
Alejandro Magno en Fenicia
Tras su espectacular victoria en la batalla de Issos, dos posibles direcciones se planteaban ante Alejandro Magno: podía perseguir a Darío III hasta Mesopotamia para librar ahí la batalla definitiva que marcaría el destino de ambos reyes, o podía dirigirse primero a la costa de Siria, Fenicia y Egipto para obtener el control de los puertos mediterráneos, base principal de la flota persa y una región de enorme potencial económico.
Una vez que se decidió por esta segunda opción, lo primero que hizo el conquistador macedonio fue reunir a la totalidad del ejército, que había sido dividido cuando Parmenión fue enviado a Damasco para apoderarse del suculento tesoro real persa. Desde allí se encaminaron hacia el sur a lo largo de la costa siria, con las ciudades portuarias de Fenicia en el objetivo. Ahora que el dominio persa había desaparecido y la amenaza macedonia era muy real, ciudades fenicias importantes como Biblos, Sidón, Marato y Arado se rindieron y pusieron a disposición de Alejandro sus notables recursos financieros y militares. Más allá del continente, también las ciudades de las islas de Chipre y Rodas se sumaron a la iniciativa fenicia y reconocieron la supremacía del conquistador macedonio.
El asedio de Tiro, una piedra dura de roer
No todo iba a ser tan fácil para Alejandro Magno, ya que la ciudad más rica y poderosa de Fenicia, Tiro, no estaba tan abierta a la idea de perder su neutralidad y pasarse al bando macedonio. Sin embargo, a la hora de planificar el asedio y sitio de la metrópolis, surgieron multitud de problemas que la convirtieron en una de las operaciones militares más espectaculares y complejas no solo de la época de Alejandro, sino de toda la Antigüedad. Poseedores de la mayor flota fenicia y con su ciudad asentada en una isla rocosa fuertemente amurallada a más de 700 metros de la costa, los tirios presumían de unas condiciones defensivas que los hacían inexpugnables. Así, a lo largo de los siete meses que duró el asedio (enero – agosto del 332 a.C.), la habilidad y resistencia del ejército macedonio pasó por uno de sus exámenes más duros.
El asedio de Tiro comenzó con la ejecución de un proyecto de ingeniería sin precedentes: un imponente dique de piedras y madera para cubrir la distancia entre el continente y la isla, construido gracias a las ruinas de los barrios de Tiro en tierra firme. Este dique debía servir como terraplén para la maquinaria de asedio y, a la vez, como corredor para las tropas de asalto que entrarían en la ciudad. Dado que Alejandro carecía de flota propia en estos momentos, los trabajos para su construcción avanzaron lenta y peligrosamente, ya que la flota de 80 trirremes de los tirios saboteaban el proyecto de todas las formas posibles.
Siendo consciente de la situación, Alejandro Magno gestó otra de las grandes ideas que permitió un giro radical de los acontecimientos. De entre sus nuevos aliados fenicios y chipriotas reunió una flota de 200 barcos que presentó batalla a la de Tiro, la aniquiló por completo, y cercó la ciudad por todos lados. Ganada esta batalla naval, Alejandro Magno empezó a conseguir lo que hasta ahora parecía imposible: conquistar una ciudad inexpugnable.
A medida que las obras del dique avanzaban rápidamente hacia la isla, Alejandro instaló las dos torres de asedio más altas jamás construidas. Estas construcciones, tan altas como las murallas de la ciudad (aprox. 45 metros), fueron las precursoras de la famosa helepolis (de 9 pisos de altura, es decir, 140 metros), que un par de décadas después diseñaría el ingeniero Epímaco de Atenas para el fallido sitio de Rodas (305 a.C.) a cargo de Demetrio de Macedonia. Asimismo, instaló arietes y otras máquinas de artillería y asedio para golpear las murallas sobre los barcos cargueros y trirremes, proporcionándoles también pasarelas abatibles para alcanzar los muros.
Sin el sabotaje constante de la armada enemiga, los macedonios no tardaron demasiado en llegar a la isla y abrir una brecha en la muralla. Una vez que pudieron entrar, comenzó una masacre que acabó con la vida de miles de habitantes de Tiro. Ante el inevitable avance de los macedonios, los tirios desplegaron todo su arsenal defensivo: protegieron las murallas con grandes sacos de pieles y cuero rellenos de algas para amortiguar los impactos de las catapultas, y lanzaban proyectiles de materiales al rojo vivo sobre los sitiadores. Para las naves, utilizaban pértigas movidas por grúas, de cuyo extremo pendían cadenas con cuchillas que destrozaban los aparejos de los barcos y mataban a los tripulantes que alcanzaban. Por otro lado, a quienes se aventuraban por los puentes levadizos de las torres de asedio les lanzaban tridentes o los capturaban con redes de pesca.
En la fase final del asalto, una parte de la flota atacó los dos puertos de Tiro en la isla mientras la otra rodeaba la ciudad para acabar con los defensores de los muros mediante la artillería y los arqueros. Del mismo modo, mientras los hipaspistas (la guardia real) usaban los tramos de muralla derribados para entrar en la ciudad a través de los puentes instalados en los navíos, el propio Alejandro Magno entraba a través de uno de los puentes levadizos de las torres de asedio.
Consecuencias del asedio de Tiro
Las consecuencias del asedio de Tiro marcarían su historia durante varios siglos. Los macedonios mataron a unos 8000 habitantes de la ciudad, crucificaron a más de 2000 como castigo ejemplarizante, y vendieron como esclavos al resto, unas 30.000 personas; por el contrario, las víctimas en el bando conquistador no habrían pasado de un par de cientos. Solo unos pocos privilegiados consiguieron salvarse, entre los cuales estaba el rey Acémico o una embajada cartaginesa que por casualidad se hallaba en la ciudad.
Con esta conquista el rey macedonio no solo se había apoderado de un potencial foco de resistencia, sino que también había mostrado al mundo todo lo que podía hacer. No solo era capaz de lograr grandes victorias en el campo de batalla, sino que podía apoderarse igualmente de enclaves inexpugnables. Ahora que nadie dudaba de la extraordinaria capacidad operativa de su ejército, Alejandro Magno se dispuso a dar un nuevo golpe: liberar al Egipto de los faraones del yugo de los persas.
Bibliografía
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