Introducción
Alejandro III de Macedonia (356 – 323 a.C.), más conocido como Alejandro Magno, es uno de los personajes históricos más atractivos de estudiar no solo de la Historia antigua, sino de la Historia en general. Su breve pero intensa vida, la trascendencia de todas sus hazañas militares y el cambio radical que provocó en todo el mundo ha propiciado que en los últimos siglos se hayan publicado miles de estudios sobre todo lo referido a su vida y obra. Después de su trascendental victoria en la batalla de Gaugamela, llegó el momento de disfrutar de lo ganado, llegó el momento de la entrada triunfal de Alejandro Magno en Babilonia.
La importancia de Babilonia
En Gaugamela, Alejandro Magno había sentenciado a muerte al antaño todopoderoso Imperio Persa, pero éste no podría considerarse totalmente desintegrado hasta que acabara con la vida de Darío III. El soberano persa había huido por los montes Zagros en dirección a Ecbatana, la residencia regia de Media, para reunir un nuevo ejército con el que enfrentarse al nuevo rey de Asia. Ante este panorama, Alejandro tenía dos opciones: podía perseguir a Darío hasta darle caza y convertirlo oficialmente en el último emperador aqueménida, o podía continuar sus operaciones hacia el sureste por el Camino Real persa para entrar sin dificultad en las ciudades más importantes del imperio: Babilonia, Susa y Persépolis.
Nuevamente, al igual que hizo tras la batalla de Issos, el soberano macedonio se decidió por no ir detrás del persa y se dirigió hacia el sureste siguiendo la ribera oriental del río Tigris. Gracias a la rendición de Maceo, el sátrapa persa de Mesopotamia que había dirigido el ala derecha del ejército imperial en Gaugamela, Alejandro pudo hacerse con Babilonia sin ninguna dificultad. Esto le evitó un asedio que habría sido casi imposible, puesto que Babilonia, que abarcaba una superficie de diez kilómetros cuadrados en esa época, estaba rodeada por dieciocho kilómetros de murallas.
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La presencia de Alejandro Magno en Babilonia conllevaba múltiples ventajas. Por un lado, la milenaria ciudad era la puerta de entrada al corazón del Imperio Persa, representado por los imponentes palacios de Susa y Persépolis. Por otro lado, la ocupación de esta legendaria metrópolis implicaba el control de las vastas y fértiles regiones agrícolas de Mesopotamia. Allí se cultivaba trigo, cebada, mijo y dátiles, y se criaban aves, ovejas, cabras y bueyes, todo ello imprescindible para el futuro de su ejército. Además, históricamente ninguna otra satrapía del gran Imperio aqueménida destacaba tanto por su prosperidad económica, reflejada en la cuantía de los tributos que aportaba.
La entrada de Alejandro Magno en Babilonia
La entrada triunfal de Alejandro Magno en Babilonia se produjo a finales de octubre del 331 a.C. La ciudad milenaria de las majestuosas construcciones palaciegas y religiosas lo recibió con júbilo, puesto que, al igual que en Egipto, el gobierno persa nunca había sido aceptado. Si tomamos por fiable el relato del historiador romano Curcio Rufo (probablemente exagerado), la entrada del conquistador macedonio fue uno de los mejores momentos de su vida. Una comitiva presidida por Maceo, sus hijos y demás autoridades locales salió al encuentro de Alejandro. En el interior de la ciudad, el suelo fue tapizado con pétalos de flores y el camino fue flanqueado con altares de plata repletos de incienso y perfumes.
Tras la comitiva, como obsequio, desfilaba ganado nutrido, caballos y carromatos con jaulas que transportaban animales exóticos. La procesión de bienvenida continuaba con los magos, que entonaban sus cantos tradicionales, los altos sacerdotes, y los mejores artistas de la ciudad tocando instrumentos. Por último, cerraba el desfile la caballería local, vestida con sus mejores galas.
Después de que su ejército cruzara la Puerta de Ishtar para marchar a lo largo de la calzada de las procesiones hasta el barrio real, Alejandro trató de ganarse el apoyo de la poderosa casta sacerdotal. Para ello, hizo un sacrificio en honor del dios Marduk y prometió la reconstrucción del gran templo del dios, el Esagila, y el zigurat sagrado Etemenanki, destruidos durante la conquista persa del territorio.
Alejandro Magno en Babilonia, un rey magnánimo
Tampoco podemos menospreciar sus actos para congraciarse con el pueblo llano y las familias nobles; no en vano Babilonia era la ciudad más grande del mundo, con más de 200.000 habitantes. Queriendo mostrarse como un soberano piadoso y magnánimo, no solo perdonó la vida a Maceo, sino que lo confirmó en el cargo. Así mandaba un poderoso mensaje a los gobernantes de los territorios persas que aun quedaban por conquistar: quien se rindiera y le jurara lealtad tendría un próspero futuro bajo su reinado.
Cautivados por todos los lujos y placeres de las construcciones y las gentes de la ciudad, la estancia de Alejandro Magno en Babilonia se prolongó durante treinta y cinco días, durante los cuales la ociosidad de los soldados llegó a poner en riesgo la cohesión y disciplina del ejército. Asimismo, para recompensarlos por todo lo vivido hasta el momento, y todo lo que les quedaba por vivir aun, Alejandro repartió las enormes riquezas de Babilonia de forma equitativa entre todos los miembros de su ejército: cada uno de los jinetes macedonios recibieron 600 dracmas; los jinetes griegos aliados, 500; los soldados de infantería macedonios, 200; y los mercenarios, la paga de dos meses. A finales de noviembre del año 331 a.C., Alejandro Magno abandonaba la ciudad de los Jardines Colgantes y la Torre de Babel para dirigirse hacia Susa y Persépolis, hacia el corazón del Imperio Persa.
Bibliografía
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