Fragmentos de un artículo sobre la IV Dinastía egipcia publicado originalmente por mí en el número 18 de la revista online Egiptología 2.0., correspondiente a enero de 2020. Puedes acceder a mi artículo completo a través de este enlace.
Introducción
La IV Dinastía egipcia (2613 – 2494 a.C.) fue la segunda que se desarrolló durante la fase cronológica del Reino Antiguo egipcio (2686 – 2125 a.C.), uno de los tres grandes periodos en los que se dividió la mayor parte de la historia de la civilización del Nilo. Fue una dinastía formada al menos por seis reyes (Esnefru, Khufu, Djedefra, Khafra, Menkaura y Shepseskaf) que destaca por haber acogido en su desarrollo temporal alguna de las construcciones más importantes y famosas del antiguo Egipto, como las pirámides de Guiza o la Esfinge. Estas maravillas antiguas no podrían haberse realizado si durante el Reino Antiguo Egipto no hubiera experimentado el largo e ininterrumpido periodo de prosperidad económica y relativa estabilidad política que disfrutó.
El inicio de IV Dinastía egipcia: Esnefru
Esnefru, también conocido como Seneferu, fue el soberano egipcio que inauguró la era de esplendor del Reino Antiguo egipcio. Esnefru no solo consiguió que la forma externa de su tumba real se transformara en una verdadera pirámide por primera vez, sino que se convirtió en el mayor constructor de pirámides de la historia del antiguo Egipto. Esto solo fue posible debido a que la nueva dinastía, al poseer un gobierno fuerte y estable, podía tener la capacidad de disponer de las ingentes cantidades de recursos necesarios para realizar estas construcciones.
Concretamente, a este rey se le atribuyen tres pirámides: la Pirámide Romboidal, la Pirámide Roja de Dashur y la Falsa Pirámide de Meidum. Esta última, por ejemplo, fue mayormente edificada por el predecesor y padre de Esnefru, el rey Huni (2637 – 2613 a.C.), pero fue su hijo quien la concluyó y le dio el acabado de caras lisas. Al quedar terminado, el complejo funerario de Meidum contaba con templo bajo o del valle, calzada de acceso, templo alto, muro del recinto, una pirámide subsidiaria y la mencionada pirámide de caras lisas, pionera en presentar estas características arquitectónicas.
No obstante, el primer complejo funerario que se construyó durante su reinado fue en Dashur, a unos 45 kilómetros de Meidum. Tal y como indica su nombre, la Pirámide Romboidal no es exactamente de caras lisas, pues a dos tercios de su altura presenta un cambio de pendiente que le da su forma característica. Hay que tener en cuenta que esta es la única pirámide que dispone de dos grupos de cámaras interiores, accesibles cada uno a través de su propia entrada en la cara norte y en la sur. Por tanto, la doble pendiente sería una manifestación externa de esta peculiaridad, un símbolo de la dualidad omnipresente en el Doble País.
Al ver que ambas pirámides no eran de su total agrado y disponer aun de ingentes recursos, Esnefru decidió construir un tercer y definitivo complejo, una pirámide perfecta de caras lisas, otra vez en Dashur pero a un kilómetro y medio de la Pirámide Romboidal. El edificio en cuestión, de 109 metros de altura por 220 metros de lado, se conoce como la Pirámide Roja por el tono de sus bloques de piedra caliza. A pesar de que no fue la última pirámide que mandaría construir, sería ésta la que finalmente acogería su cuerpo una vez murió.
La huella de la IV Dinastía egipcia: Khufu
La perfección en el diseño y construcción de las pirámides alcanzó su máximo apogeo durante el reinado del hijo y sucesor de Esnefru, Khufu (Keops en griego, 2589 – 2566 a.C.). Con Khufu la monarquía del Reino Antiguo alcanzó el punto culminante de su poder, ya que todas las disposiciones establecidas buscaban consolidar el poder absoluto del soberano. Sin embargo, si por algo Khufu ha pasado a los anales de la historia es por su grandioso monumento funerario. La Gran Pirámide de Guiza, con su planta cuadrada de 230 metros de lado y una altura de 146,5 metros es la pirámide más grande que se construyó en toda la historia del antiguo Egipto.
Otro hallazgo de extraordinario valor fue descubierto en una zanja cercana a la cara sur de la pirámide: un barco desmontado de 43 metros de eslora, construido principalmente con madera de cedro, que fue montado con éxito al ser excavado. Otro barco semejante también se halló en una zanja cercana, aunque no tan bien conservado como el primero. Es probable que ambos estuvieran pensados para servir al monarca en su viaje por el cielo en compañía de los dioses.
En general, la datación de la pirámide y su función como tumba está fuera de toda duda, y eso a pesar de que el cuerpo del rey y todo su ajuar funerario desapareciera sin dejar rastro como víctimas de los ladrones de tumbas. No obstante, su colosal tamaño y el perfectamente preciso diseño de su construcción siguen alimentando aun en el presente todo tipo de explicaciones pseudocientíficas.
Paradójicamente, el reinado más polémico y desconocido de la IV Dinastía vino de la mano del hijo y sucesor de Khufu, Djedefra (o Didufri, 2566 – 2588 a.C.). La prueba de ello es que, a posteriori, este rey fue considerado por muchos de sus sucesores como un usurpador, a pesar de que su linaje real es indudable. Su pirámide, de 67 metros de altura, se ubica en Abu Rowash, a unos ocho kilómetros al noroeste de Guiza, para cumplir así su deseo de honrar a su padre.
La IV Dinastía egipcia: el tiempo de las grandes pirámides
Tras los años de reinado de Djedefra, fueran los que fueran, accedió al trono otro de los hijos de Khufu, el rey Khafra (Kefren en griego, 2558 – 2532 a.C.). Para tratar de comparar su reinado con el de su padre, Khafra mandó construir su monumento funerario en la meseta de Guiza, a muy poca distancia de la Gran Pirámide. Aunque a simple vista parezca más grande, lo cierto es que la pirámide de Kefrén es de menores dimensiones que la de Keops (143 metros de altura frente a 146, y 214 metros de planta frente a 230), lo que no le quita el mérito de ser la segunda pirámide más alta del antiguo Egipto.
Más allá de sus gigantescas medidas, el hecho diferencial del complejo funerario de Khafra es la inmensa estatua guardiana situada al norte del templo del valle, cerca de la calzada de acceso que conduce hasta el templo funerario y la pirámide. Sus 72 metros de largo y 20 metros de altura convierten a la Gran Esfinge de Guiza en la mayor estatua de toda la Antigüedad. Este león tendido con cabeza humana es la representación del dios Ra Haractes, una divinidad relacionada con la protectora del faraón, Horus, y con el dios solar. La cara de la esfinge fue realizada a imagen y semejanza de la de un faraón egipcio, con el tocado nemes en la cabeza y la barba postiza.
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El último gran constructor de pirámides de la IV Dinastía egipcia fue Menkaura (Micerino en griego, 2532 – 2503 a.C.), hijo de Khafra. Sus dimensiones (105 metros de lado y 65,5 metros de altura) son notablemente menores, lo que sugiere que para entonces había desaparecido el ansia por las grandes alturas. Otro rasgo distintivo de la pirámide de Menkaura es que cuenta con un amplio uso del granito, un material de construcción más prestigioso que la piedra caliza.
Un final desconcertante para la IV Dinastía egipcia
El último rey de la IV Dinastía egipcia fue Shepseskaf (2503 – 2498 a.C.) , supuestamente el hijo de Menkaura. Hay varios motivos por los que su corto reinado se diferenció notablemente del de sus predecesores. Por un lado, porque en su nombre no incluyó el título de «hijo del dios Ra»; por otro lado, por el repentino abandono de los símbolos funerarios solares, y en especial de la pirámide. En efecto, Shepseskaf fue el primer y único soberano no solo de la IV Dinastía, sino de todo el Reino Antiguo, que renunció al uso de la pirámide como mausoleo.
Por el contrario, este faraón hizo construirse al sur de Saqqara una tumba, conocida como El-Faraun, basada en una colosal mastaba con forma de sarcófago. Con sus 100 x 72 metros de base y 18 metros de altura, la mastaba El-Faraun está insertada en un complejo funerario que consta de los mismos elementos que el resto de las tumbas reales de su periodo: templo bajo, calzada de acceso, templo alto y colina primigenia.
Independientemente de la razón real que lo motivaron, el abandono de este modus operandi debió de ser considerado como una ofensa por parte del clero heliopolitano y que no debió de contar con la aprobación de la mayor parte de los miembros de la familia real y de la alta administración estatal. Por ello, Shepseskaf es uno de los faraones malditos de los 3000 años de historia egipcia. Su recuerdo no solo fue olvidado por los monumentos oficiales, sino que hizo que la espléndida IV Dinastía se diluyera en medio de la oscuridad. De hecho, ni siquiera se sabe a ciencia cierta si Shepseskaf fue o no el último representante de la dinastía, ya que tal vez le sucediera fugazmente un tal Dedefptah o incluso el primer monarca de la V Dinastía, Userkaf.
Lo que pasó entre el año de la muerte de Shepseskaf (2498 a.C.) y el inicio del reinado de Userkaf (2494 a.C.) es uno de tantos misterios de la egiptología que solo el avance de las investigaciones arqueológicas y el paso del tiempo podrá resolver. Mientras tanto, siempre podremos seguir maravillándonos ante la visión de las pirámides de Keops, Kefrén y Micerino.
Bibliografía
BONGIOANNI, A. (2001): Atlas del antiguo Egipto. Alianza Editorial, Madrid.
PADRÓ PARCERISA, J. (2019): Historia del Egipto faraónico. Alianza Editorial, Madrid.
SHAW, I. (2014): Historia del Antiguo Egipto. Ed. La esfera de Libros, Madrid.
WILDUNG, D. (2004): Egipto. De la prehistoria a los romanos. Ed. Taschen, Madrid.
AUTORES, VARIOS (2013): Egipto. National Geographic. Ed. RBA, Barcelona.
Fragmentos de un artículo publicado originalmente por mí en el número 18 de la revista online Egiptología 2.0., correspondiente a enero de 2020. Puedes acceder a mi artículo completo a través de este enlace.