Introducción
La piratería había existido desde siempre en diversos lugares del mar Mediterráneo. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo II y principios del I a.C. cuando se convirtió en un grave problema a tener en cuenta. Las causas básicas de este incremento en la actividad de los piratas eran evidentes: la creciente debilidad de los reinos helenísticos que antaño dominaban el Mediterráneo oriental, la inseguridad generada en Oriente por las Guerras Mitridáticas y la inestabilidad creada a raíz de los distintos enfrentamientos civiles romanos. En el 67 a.C., por medio de la llamada Lex Gabinia, las autoridades concedieron poderes especiales a Pompeyo Magno para que aniquilara a todos aquellos que ponían en peligro el comercio y el suministro de trigo a Roma.
Antecedentes a la Lex Gabinia del 67 a.C.
En la década de los ochenta, las costas del sur de la península de Anatolia y del norte de África estaban en manos de los piratas, que se aprovechaban de la inacción de los romanos. En las últimas décadas, Roma había tomado algunas medidas para atajar el problema, pero ninguna había servido de mucho. Los piratas no formaban un Estado ni tenían una unidad política, sino que eran pequeños grupos que se movían de aquí para allá buscando riquezas.
Finalmente, el Senado decidió organizar una operación a gran escala. En el 74 a.C. le fue concedido al pretor Marco Antonio un mando militar extraordinario para luchar por tres años contra los piratas allí donde se encontraran. En la práctica, esto significaba que su poder se extendía por todo el mar Mediterráneo y las costas (concretamente, hasta 75 kilómetros al interior) y sobre toda la flota de Roma. Tras unos primeros éxitos parciales en las costas de Sicilia, Hispania y Liguria, Marco Antonio se dirigió hacia la isla de Creta. Allí, probablemente en el 72 a.C., sufrió una humillante derrota que le obligó a firmar una paz con los piratas que nunca fue reconocida por el Senado.
Tras este sonoro fracaso, los romanos no designaron a nadie para suceder a Marco Antonio en el mando panmediterráneo. De hecho, en los años siguientes, la única victoria a celebrar fue la conquista de Creta (69-67 a.C) por parte del procónsul Quinto Cecilio Metelo, quien convirtió la isla en una nueva provincia romana. A pesar de ello, el problema estaba lejos de estar solucionado.
La Lex Gabinia: plenos poderes para Pompeyo
A comienzos del 67 a.C., uno de los tribunos de la plebe, Aulo Gabinio, presentó una propuesta de ley —llamada en su honor Lex Gabinia— que pretendía dotar a un magistrado de poderes casi ilimitados para luchar contra la piratería. Para empezar, el elegido tendría autoridad por tres años sobre todos los mares y costas del Mediterráneo hasta algo más de ochenta kilómetros tierra adentro. También podría reclutar soldados tanto para las legiones como para la flota, dispondría de hasta quince lugartenientes propretores a su cargo nombrados por él mismo y accedería libremente a un fondo estatal de reserva de 6000 talentos. En su propuesta no mencionaba directamente a Pompeyo Magno, pero no cabía la menor duda de que al final acabaría recayendo sobre él.
Tras superar el rechazo de la aristocracia senatorial, el proyecto se convirtió en ley, ampliándose todavía más las prerrogativas concedidas finalmente a Pompeyo. De esta manera, la Lex Gabinia puso en sus manos 25 lugartenientes, 500 naves de guerra, recursos económicos ilimitados y un ejército de 20 legiones, lo que equivalía a más de 100.000 hombres. Nunca en la historia antigua de Roma un solo ciudadano había concentrado tanto poder.
El éxito de la Lex Gabinia: Pompeyo contra los piratas
El plan de Pompeyo Magno tenía dos fases. Al principio, había que proteger los graneros de Sicilia, el norte de África y Cerdeña, así como las rutas de transporte del grano hacia Roma, mediante la armada y guarniciones militares. Una vez garantizado el abastecimiento de trigo, había que emprender una ofensiva naval y terrestre contra los centros de operaciones de los piratas.
Para la ejecución de este plan, había un problema. Pompeyo era una sola persona, y no podía estar al mismo tiempo en todas las zonas que había que atacar. Sin embargo, muy pronto el general hizo gala otra vez de su talento para la estrategia militar. Pompeyo dividió el Mediterráneo y sus costas en trece partes, cada una de ellas al mando de un lugarteniente que actuaba simultáneamente a los demás. Estos, que disponían de su propia marina de guerra y ejército, debían perseguir a los piratas en sus zonas por mar y tierra y capturar a los que quisieran huir de las mismas. Mientras tanto, Pompeyo Magno iría moviéndose por las zonas de oeste a este para asegurarse de que cada lugarteniente cumplía con su cometido.
La campaña en el Mediterráneo Occidental fue tan efectiva que en apenas cuarenta días se derrotó a todos los piratas desde el estrecho de Gibraltar hasta el estrecho de Mesina (Sicilia). A continuación, Pompeyo marchó al oeste para dar caza a los piratas que habían logrado escapar para buscar refugio en sus cuarteles del sur de Anatolia. En una batalla naval que tuvo lugar en el promontorio de Corakesion, los últimos piratas fueron vencidos y tuvieron que rendirse. Así, en el verano del 67 a.C., apenas tres meses después de iniciar las operaciones militares, Pompeyo Magno había triunfado por todo lo alto.
Consecuencias de la guerra contra los piratas
Según algunos autores antiguos, las consecuencias de la aplicación de la Lex Gabinia no pudieron ser mejores para Pompeyo Magno. Murieron en combate más de 10.000 piratas, se hicieron más de 20.000 prisioneros y se incautaron más de 400 naves, con sus respectivas provisiones.
No obstante, buena parte del mérito estribó en el trato humano y clemente que Pompeyo dispensó a quienes se rendían sin presentar batalla. Al fin y al cabo, muchos de aquellos piratas lo eran solo porque la extrema pobreza que habían experimentado en el pasado les había llevado a ese modo de vida alternativo. Por este motivo, en lugar de ejecutarlos o esclavizarlos, miles de prisioneros fueron establecidos como colonos agrícolas en ciudades despobladas de todo el Mediterráneo Oriental.
Con esta medida se revitalizaron zonas que estaban hundidas económicamente al mismo tiempo que se les daba un medio de vida a estas personas. Como consecuencia, la figura de Pompeyo se engrandeció aun más a ojos de los romanos, lo que sirvió de justificación para encomendarle el mando en la Tercera Guerra Mitridática (73-63 a.C.).
Bibliografía
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